El Sol de mañana

El Sol de mañana


Sol de junio, julio o agosto ¿Qué más da? 

Tu intensidad en mi piel desde que empieza la mañana laboriosa es lo que da brío para empezar la faena ¡Ah! ¡Das vigor y fuerza a estas venas mías para trabajar la tierra y amarla! Tierra extremeña llena de buenos frutos, pero tan desagradecida a la vez, pues encorva mi espalda y tulle mis huesos hasta el punto de parecer odiarla en ocasiones.

 Respiro hondo antes de seguir. Huele la merienda en la fiambrera, va llegando la hora de ello. Este olor se presenta mezclado al de la tierra y el polvo, al de la hierba recién arrancada con mis manos, que , de forma mecánica, realizan la tarea que hago hoy, la que repetiré mañana. Unas gotas de sudor perlan mi frente, miro al cielo , mientras deslizo mi mano sobre ella para apartarlas. Y fijo mi mirada en ti, gran esfera,  consciente de que eres testigo de mi mundo y sabiendo que necesito de tu calor. 

Cuando llegue a casa, María ya habrá acabado con la colada, tarea cada vez más fatigosa para ella, pues, a pesar de ser moza, sus cinco meses de embarazo la fatigan y hacen que su caminar hasta el arroyo de La Noria sea más lento y pausado; pero ella asegura no costarle esfuerzo alguno, que le gusta ver a sus amigas y vecinas, que pasan la mañana cantando y contando los chismes del pueblo. Yo la miro desconfiado, por temor a que no me esté contando la verdad ¡con lo testaruda que es! y pienso que cada día está más hermosa, que no podría haber encontrado mejor compañera. 

Con nuestro duro trabajo levantamos cada día nuestra humilde casa y formamos la familia que hemos soñado. ¡Quién me lo iba a decir a mí! El mozo más solicitado del baile iba a acabar acomodándose a la vida tranquila del hogar, al caldo caliente sobre la mesa y al mismo faldón de mujer cada día. María me enseñó a no tener que desear nada más y al conocerla creí tener todo aquello que ansiaba. Era hermosa, sí, pero, aún con los ojos cerrados, la hubiera elegido una y mil veces, pues su risueña carita y sus graciosas maneras encandilaban a medio pueblo. Hasta que un día, al final de uno de los pasodobles que tocaba la banda en la plaza, decidí acercarme a ella y a su carabina, la tía soltera que no la dejaba sola nunca, y le pedí un baile. Aquel baile del que nunca recordaré la melodía, pues el aroma y los ojos de María me tenían tan atontado, que jamás supe decirle cuál fue la primera canción que bailamos juntos. A partir de ese momento, mi vida ya no tuvo más objetivo que trabajar duro para ganar el pan para ella y para mí. Hacerla feliz y crear nuestra propia historia. 

Cual gato asustado miro alrededor para comprobar de nuevo que la maldita estufa está ya preparada y que mi baño espera. Odio este despertar del día, tan diferente al de hace años, es con él con el que compruebo cada mañana que soy un incapaz, que dependo de ti, de todos. Te acercas a mí sonriendo con las mejores intenciones. Pero yo hoy no te esperaba en esta cama, sino que vuelvo de mi ayer. Estuve en mis arados campos y contemplé el inmenso sol, que ahora me queda vetado. Tuve a María en mis brazos de nuevo en aquel baile, en mi vida y ahora vuelvo a ser consciente que la perdí hace ya unos años. He podido sentir los olores de una vida y el calor de mi Sol. 

Así que, no me reproches que no te devuelva la sonrisa. Vuelvo de un viaje que me hace comparar mi estado actual con el de ayer y no soy bueno mintiendo, nunca lo fui; así que, no te devuelvo el gesto, porque no puedo corresponder a tu sonrisa, no después de saborear la amarga comparación de mi estado actual con el yo de un tiempo pasado, ausente ya. Aunque, es cierto, sería más fácil resignarme, sí. Pero también sé a qué llegaría haciéndolo, qué sería de mí, lo he visto en el rostro de otros como yo, cuando nos sacáis a pasear al parque, cual mascota bien enseñada, dejándonos hacer, porque nuestro físico no responde ya y tenéis que movernos, actuar por nosotros ante cualquier rutina simple; podría admitir que soy un viejo que ha soñado de nuevo con su juventud y conformarme, ser paciente hasta que Ella, silenciosa o dolorosa, qué más da,  llegue; esperarla con la seguridad de que es infalible, que está a la vuelta y sonreírte a ti finalmente; sonreír, a pesar de sentir en mis posaderas el húmedo pañal lleno de meados de toda una noche, desechos como yo; hacerlo a pesar de no poder elegir la ropa que visto cada día o de no poder corresponder a tu trabajo diario con mi ayuda (nunca dejé que me hicieran nada). Sí, podría hacerlo.

Ofrecerte esa sonrisa, en vez de reconocer que estoy cansado de vivir y, de esta forma, volver a la postura cómoda del observador, de aquel que todo ve y todo reconoce haber sentido o vivido alguna vez. Al final, es lo que se nos presupone a todos los ancianos. Pero yo no quiero eso. Quiero sentir de nuevo la curiosidad del niño, quiero volver a no saber nada y ser un folio en blanco en el que está todo por escribir y nada se conoce; quiero lo imposible, lo sé. Y es que ¡he perdido tanto tiempo por el camino!¡He sido tan poco consciente de ello!

Así es como te hablo cada «mañana de estufa» con mi mirada, con mi no gesto amable, mientras tú sonríes. Porque haces un trabajo con el que cuidas mi ajado cuerpo y con el que cualquiera podría encontrarse mejor y tú te sientes gratificada con ello, pero yo pienso: ¿para qué? ¿para evitar qué?¿Es que no ves que estoy cansado de vivir? Sin embargo, esta puta vida se resiste a dejarme ir, me mortifica cada día con esta palangana llena de agua tibia y jabón ¡Si tuviera algo de valor! Quizás una oportunidad en la que te descuides. ¡Pero no! No tengo más alternativa que ahogarme en mis pensamientos y en la misma agua con la que me mimas; esto sólo es otro imposible más. Así que, comenzamos nuestra rutina: jabón, esponja suave y crema hidratante, mi cuerpo pringado de suave y olorosa loción; uno de estos días encontrarán un cadáver con un agradable aroma.

Esto me lleva a pensar si será hoy, ahora, en un instante o dentro de unas horas cuando Ella me invite a seguirla. Tienda su mano y acabe con este baile de pensamientos que me acobardan y mortifican a diario.

Dudas e incertidumbre se suman a mi miedo y es que, con mi edad, uno ya ve el futuro con acotación, es decir, una gran barrera imaginaria con el cartel indicativo: » ¡De aquí no pasas!» Recuerdo empezar ya a los ochenta y tantos a contar mi vida por días y me decía ¿aguantaré otro? Ahora, con noventa y siete, la cosa ya va más por horas. Si lo piensas fríamente es, incluso, emocionante. ¿Qué harías en tu vida si sólo te quedaran horas como a mí? Esta misma pregunta en otro momento de la vida de una persona puede, incluso, dar fuerza e ilusión para entregarte a tener momentos emocionantes ¡Qué pena que a mí ya me falten las fuerzas! Porque mi mente es lúcida como siempre fue, pero mi cuerpo soporta una losa de mármol de toneladas de peso y estos fustes estriados que un día fueron mis piernas, ya ni tan siquiera me sostienen. 

Miro a Elena y, por qué no, la sonrío ligeramente.

– ¡Hoy sonríes, Nano!- me has dicho agradecida y visiblemente satisfecha.

Has notado algo diferente en mí y es que al final lo hice, la mueca, el gesto que estabas esperando hace tiempo; pero no fue por resignación, no por costumbre o dejadez, sino porque reconozco tu buen hacer y eso, todo trabajador lo sabe, debe ser reconocido. De modo, que hoy te pago con esa sonrisa que esperabas desde hace tiempo, pero en el fondo guardo mi dignidad intacta, con ella te digo gracias y te veo ir feliz, pensando que has hecho algo más de mí, que has conseguido un avance. Y se lo dirás a mis hijos. Ellos te creerán y pensarán que han hecho bien en contratarte, en el fondo será un alivio para ellos. Pero, en realidad, yo solo estoy rezando para que mañana me despierte el sol de julio o agosto, ¡qué más da el mes!, y no el calor de tu estufa para el aseo. Para que María me vuelva a coger de la mano y escuche su risa alegre y juguetona acogiéndome de nuevo.

Son noventa siete años y estoy cansado de vivir . Acaso ¿se me puede culpar por ello?

-Buenos días, Rosa- saluda, como cada mañana, la auxiliar de geriatría a la hija de Nano.

– Hola ¿Qué tal hoy, Elena?.

– Bueno, en realidad, igual que todos los días, Rosa. Tu padre no parece salir de la tristeza que le acompaña desde hace un tiempo; no obstante, hoy le noté diferente, había algo en sus ojos, incluso, pude apreciar que me sonreía- explicó Elena de manera exultante, pues se atribuía todo el mérito del tan inesperado gesto del anciano.

– Supongo que tiene días, como todos nosotros- Rosa preguntaba lo mismo de forma mecánica cada mañana; así que, las respuesta que la auxiliar le daba eran interiorizadas de la misma manera que las hacía; por supuesto, le importaba que su padre estuviera bien atendido y cuidado, pero ¡tenía tantas cosas en la cabeza!. En realidad, cuando miraba a su padre ella veía al anciano, no paraba a imaginarse la persona que fue y en cómo fue llegando al ser nostálgico y triste que hoy miraba, aquel al que la vida se le agotaba inexorablemente. Y es que la rutina de la vida nos conduce de forma inconsciente por los días, nos impide apreciar la inminencia de los momentos, su importancia; porque cuando se producen, cuando estos momentos llegan, no dejan impasible a nadie y siempre traen de la mano consecuencias.

Atareada como estaba con la agenda y la recogida de colada, mandó el whatsApp diario a sus hermanos comentándoles:

«Todo bien, chicos. La próxima consulta médica de papá es la semana que viene y, creo, le toca a Javi». 

«¡Ah! ¡Se me olvidaba! Dice Elena que papá hoy sonrió. A ver si conseguimos que salga ya de la tontería que se le metió en la cabeza.»

«Os dejo, chicos. Hoy tengo la agenda hasta arriba.»

Respuesta:

«OK»

«Vale!»

Estoy en mi sillón favorito, parece que mis posaderas están más cómodas en él, me hallo entronado de frente al televisor, que parece, será un día más mi único compañero. Tengo toda la mañana para aburrirme de él hasta que llegue el plácido sueño de la siesta o, quizás hoy, de la muerte. ¡ Vuelve mi sol! 

MÓNICA FLORES

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS