Compañeros de viaje

Compañeros de viaje

Disaba

17/04/2021

Como era de costumbre en Pedro cuando iniciaba un viaje despertó antes del alba, apenas pudo pegar ojo aquella noche envuelto en los pensamientos que le embargaban, como un ladrón en la oscuridad se deslizo de la cama y se vistió sin apenas ocasionar ruido, en dichas ocasiones tampoco le dejaba su estomago llevarse algo a la boca, siempre sumergido en aquello que le embarcaría la jornada que le amparaba, con cautela agarro la mochila que con tanto mimo preparo la tarde anterior y mirando la estancia de soslayo se dirigió  hacia la puerta de salida, con decisión se deslizo hacia la calle. Bajo la luz de la luna que daba sus últimos atisbos de poder ante un alba próxima, furtivo en el lugar acordado se encontraba Miguel, este le hacia gestos nerviosos para que agilizara sus pasos, -vamos Pedro apúrate o perderemos el tren-, su sonrisa reflejaba una mezcla de nervios y emoción, -tranquilo Miqui-, contesto Pedro, así lo llamaban todos cariñosamente, -aun queda mas de media hora y la estación no esta a mas de cinco minutos de camino-, en el trayecto apenas cruzaron mas palabras que las referidas al tiempo que les acompañaría en su aventura, compulsaron los billetes en la estación y después de acomodar sus sendas mochilas en los portaequipajes se acoplaron en los mullidos asientos, no tardaron en caer en un agradecido duermevelas motivado por el traquetear de la maquina por las vías.

Pedro acariciaba su estomago sin éxito para ver si con ello apaciguaba el hambre, estaba harto de comer bellotas, tanto frescas, como asadas, este caminaba guiando al rebaño de ovejas por los campos cacereños que tan bien conocía, le encantaba sus colores, olores, la orografía de la sierra, aquella que le hacia imaginar mil y una aventuras. Sin apenas levantar tres palmos del suelo y desde que el tuviera uso de razón trabajaba como pastor para el señorito cacique del pueblo, por mas a cambio que unas míseras migajas como premio, cruzo el arroyo que le separaba de la entrada de su pueblo, acomodo al rebaño en un cercado provisto de frescas hierbas y encamino sus pasos hacia su casa, al pasar junto a la escuela diviso el gran manzano que se erigía dentro de esta, sus ojos palpitaban de emoción al verlo cargado de seductoras y apetitosas manzanas, lo dudo bastante, lo pensó mucho mas, pero el hambre que sentía pudo mas que el, quien echaría en falta dos o tres de esas frutas entre tantas, no se darían cuenta se convencía a si mismo, ya varias se pudrían en el suelo caídas y a merced de los pájaros, salto la valla como un resorte y hacia el mágico árbol se dirigió, en su zurrón no molestarían y en sus dolidas tripas menos, pues a ello.

No había echo mas que introducir tres cuando don Nicolás, el cura y a la vez maestro de la escuela le dio el alto entre voces, que mala suerte, se dijo para si mismo mientras trataba de esquivar los primeros envites de la vara que portaba el cura a modo de espada, deshizo sus pasos a la carrera con su perseguidor rondándole los talones, corrió y corrió, hasta el hambre perdió por momentos, por fin aquel huir le trajo recompensa, su perseguidor pareció alejarse hasta perderse tras el, con sofoco doblo una esquina y su suerte no mejoro, se fue a topar de frente con una pareja de la guardia civil que andaba haciendo la ronda por las calles, al principio hizo como si nada fuera con el, intento serenar su paso y su respiración, paso al lado de ellos con la tranquilidad que el miedo del momento le permita tener, en ese momento al percatarse uno de ellos de los sudores y el color de la cara del muchacho le interrogo inquisitivamente, -eh tu holgazán!!, ¿de donde sales tan apurado?-, Pedro ni pestañeo, siguió su camino como si no fuera con el, sabia que no contestar le podía ocasionar problemas, conocida era la fama tiránica que con los de su condición tenia la benemérita por aquellas tierras, pero también sabia que si se entretenía con ellos el cura podría recortarle la ventaja y eso si seria su fin, -¿es que no me oyes o acaso eres sordo?-, le increpo el guarda con cara de mala leche, no lo pensó, se echo a la carrera otra vez, tal vez si lo hubiera echo no le habría infundido el valor necesario para ello, la reacción del muchacho les pillo por sorpresa a los guardias, lo suficiente para sacarlos unos metros de distancia, otra vez a la fuga, pero ahora no era uno, sino dos los perseguidores, sus pies no entendían de dolores, solo se limitaba a correr mientras que a sus espaldas solo se oían improperios, ni siquiera giraba la cabeza para ver que ventaja sacaba.

Por la locura que aquellos minutos le contemplaban no callo en la cuenta de hacia donde se dirigía, tal vez si lo hubiera echo se habría dado cuenta del error que cometió en su fuga, pocos callejones sin salida había en el pueblo, pero la suerte que le perseguía aquel día al muchacho le llevo a uno, ya era tarde, no tenia escape, si volvía por sus pasos sin duda caería en las garras de los guardias que corrían tras el, no pasaron mas que unos segundos cuando los guardias doblaban la calle maldita, se sabia perdido, no eran tiempos para tener piedad de los hambrientos, época cruel para un niño pobre como el, preferían ver podridas las manzanas en el suelo o comidas por los animales, que las pudieran aprovechar aquellos que no tuvieron la suerte con su nacimiento, sus ojos desesperados no dejaban de otear una ruta de escape, buscaba con afán un mínimo lugar por donde escapar, imagino con pesar la suerte de las ratas que aprovechan el mas mínimo agujero donde meter la cabeza para escabullirse, los guardias a sabiendas del pánico que debía dominarle a esas alturas reían entre improperios y promesas recriminatorias ralentizando sus pasos conocedores de que ya era presa fácil, el hambre señores agudiza el ingenio, hace que esquives el miedo, te protege de caer en el desanimo.

Es por ello que se le apareció una solución salvadora, tal vez la única que se le antojaba, ante el se mostraba aquel poste salvador, aquel baluarte que no hace mas de un año vio instalar por aquellos simpáticos trabajadores de teléfonos, revivió sus pensamientos pasados, ni siquiera tenemos luz eléctrica en el chozo y los hay que tienen en casa teléfono, recordaba la amabilidad y paciencia que con el tuvieron con sus mil preguntas de aquel día, aun mas recordaba las viandas de su almuerzo que compartieron con aquel zagal curioso, sin perder un momento giro su zurrón para dejarse el pecho libre y con la convicción de un gato acorralado empezó a trepar por el poste, la cara de los guardias mudaron al ver la reacción del chaval, la velocidad en el envite le dio una pausa necesaria para que no le echaran mano a tiempo, ni siquiera se dio cuenta mientras ascendía del silbido que ocasionaban a sus espaldas las piedras que le lanzaba el cura que con apenas resuello había llegado hasta el lado de los guardias, gracias a Dios, la suerte, o quien sabe a que, ninguna le impacto, cuando hubo este coronado aquel mástil se sintió seguro, mientras abajo le increpaban dando golpes a la base del madero, el sacerdote jadeante ante el esfuerzo doble y motivado también por sus kilos de mas bramaba anchito de la rabia, -ya bajaras maldito perro y será peor, ya lo veras-, jadeaba envuelto en sudores, pero no, ni el cansancio, ni las amenazas mellaron en el, solo tenia desesperación por no resbalar y caer a sus pies, esos que sin duda lo habrían pateado, pensó en ello para asirse con mas fuerzas, pasaron las horas, pasaron las voces, hasta pasaron alguna que otra piedra que ya sin casi fuerza tiraba el tirano de negro.

Los guardias de vez en cuando seguían amenazándolo invitándolo a bajar, pero ya mas por el cura que por la afrenta, ya a esas alturas conocían el motivo por lo que huía, preferían cogerle desprevenido otro día por el pueblo, que explicar al comandante de puesto el motivo de su tardanza en el relevo de turno, la noche cayo y solo estaba ya en aquel lugar, subido cual marinero al mástil intentando otear la tierra salvadora después de navegar por aguas tempestuosas, con la duda de bajar de allí y encontrarse cara a cara con las palabras convertidas en actos de sus perseguidores al doblar la esquina, no lo pensó mas, si me cogen que sea con la tripa llena, introdujo la mano en el zurrón y una a una fue comiéndose aquel tesoro que tanto le había costado conseguir, no se oía ni un alma, tan solo el mascullar de sus dientes en la tierna y apetitosa manzana, desconocía la hora, pero intuía que seria tarde pues la luna lucia llena mas bella que nunca sobre su cabeza allá en lo alto, fue en aquel momento cuando le vinieron las ovejas a su mente, hasta ese momento ni siquiera tuvo intención de bajar, pero sus amadas compañeras no habían pasado una noche sin su compañía, pensó en la desesperación de estas y sin dudarlo igual de raudo que subió, así bajo hasta el suelo, una vez en este como una centella volvió a correr por las calles del pueblo, mientras lo hacia no dejaba de pensar en las historias de aquellos simpáticos trabajadores, su peregrinar sembrando de postes los campos y pueblos de aquella España, esa seria su próxima carrera, no pararía de hacerlo hasta que esta le permitiera alcanzar sus sueños.

El sonido del pitido del tren le hizo volver a Pedro de su ensueño, dos lagrimas resbalaban furtivas por sus mejillas, Miqui aun dormía placido en el asiento de enfrente al suyo, secándoselas con ambas manos miro al paisaje que le ofrecía el ventanal de su lado, supuso que ya le quedaba poco para arribar a su final de trayecto, con cuidado se levanto y echo mano a su mochila, sin apenas ruido saco una bolsa de su interior, volvió a acomodar la mochila en su sitio y se dispuso a sentarse, en aquel momento su compañero de viaje empezaba a desperezarse, el sol ya invadía ante un día precioso de primavera sobre aquellos campos montañosos, -¿que tienes ahí?-, interrogo Miqui mientras aun boqueaba, -un tentempié, seguro que no probaste bocado al salir tan temprano de casa-, así era, Miqui tampoco podía meter nada en su tripa cuando iniciaba un viaje, -toma, se que te gustan tanto como a mi-, le tendía la mano ofreciéndole una hermosa y roja manzana a su compañero de viaje, -gracias abuelo, es la fruta que mas me gusta-, como a mi, pensaba para sus adentros Pedro mientras mostraba una orgullosa sonrisa viendo como su nieto devoraba aquella deliciosa fruta, -abuelo, un día me tienes que contar porque te gustan tanto las manzanas-, -si hijo, come tranquilo, un día te lo contare-.

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