Vive en una casa molinera de las de antes. El nuevo urbanismo que trastoca los barrios no ha conseguido devorarla. En el otro lado de la calle hay edificios de seis o siete plantas que lo empequeñecen. Antaño, tenía un corral inmenso donde casi se perdían las gallinas. Eran otros tiempos. Convivían las vacas con los burros, los parros con los conejos y las lagartijas con los moscones. A nadie le molestaba pisar una boñiga. Ahora, todo son comodidades: dispone de un huerto, un jardín y una zona pavimentada. Antes tenía una cocina bilbaína que se alimentaba de leña de pino, ahora todo es eléctrico o de gas. Los tiempos han cambiado y las personas también. El agua de lluvia es bienvenida cada vez que decide limpiar el barrio de Las Villas. Hay polución acumulada, ambiente enrarecido, malos humos de personas cabreadas que necesitan un lavado integral.

Fidel convive con su hija Amparo, su yerno y dos nietos. Antes, vivía solo, pero desde hace dos años, por culpa de la crisis de la construcción, el yerno tuvo que ir al paro, la hija no trabajaba, no podían pagar el alquiler de la casa donde vivían, y tuvieron que volver a la vivienda del padre. La casa tiene tres habitaciones. Han habilitado una pequeña despensa como dormitorio para el chico mayor. Amparo no ha digerido bien el cambio, ha supuesto para ella una humillación volver otra vez a su casa anterior, no tiene algunas comodidades de un piso moderno, y el subsidio del paro de su marido se acaba en unos meses. La única satisfacción son las dos horas que dedica al día para limpiar una oficina. Lleva una temporada que no duerme por las noches sin somníferos. Además, está muy preocupada por su hija. 

A Fidel no le ha hecho mucha gracia cuando le han obligado a comprarse un andador para desplazarse por el barrio. Eso es para los torpones, les comenta. Le recuerda al taca taca de cuando era un renacuajo. Además, él con la cacha se maneja bien. Y luego,  lo que le dice su hija:

––Papá, tienes que mentalizarte que tarde o temprano vas a volver a ser como un niño. 

––Lo que queréis vosotros es mandar y yo, chitón.

Hay zonas mal pavimentadas y con el andador se tropieza en los cantos. Si hubiera estado la Bizca para cargar con él… ¡Qué servicio le prestó siempre cuando era mozo! Nunca le tiró al suelo. No tropezaba a pesar de tener la vista extraviada. Y se conformaba con poca cosa: algo de cebada y un poco de paja. Se ponía remolona cuando iban a por sandías y melones al mercado, pero cómo aceleraba cuando volvía a casa. Era una burra noble y lista como ella sola. 

Hace un mes terminaron las obras del baño. Lo que al principio era sustituir la bañera por un plato de ducha, se transformó en instalar un nuevo inodoro pero adaptado para viejos, cambiar el pavimento, pegar los azulejos sueltos y colocar todo tipo de agarres. Necesita sentirse seguro y tener muchos puntos donde sujetar sus manos. Fidel ya no aguantaba más con la bañera. Era una odisea saltársela cada día. Se resbaló varias veces. Con lo que le gustaba siempre el agua, acabó por no ducharse. Llevaba diciéndoselo tiempo a su yerno y por fin le hizo caso, porque olía. Le parece mentira las comodidades que hay ahora, bien sentaditos en el trono y los desagües se lo llevan todo. Antes era distinto, pero igual de rápido: se iban a cagar al corral y en un periquete desaparecía el monumento: las gallinas se ocupaban de ello.

Fidel, desde hace un par de años anda agachado, mirando al suelo. Al principio era un poquito y ahora no se pone derecho ni borracho. Él dice que le recuerda a las gallinas que siempre andan mirando a ver qué encuentran para comer. Echa de menos esas noches cuando se sentaba al fresco y contemplaba el cielo y veía la estrella polar, Marte o la luna. Los médicos le han dicho que la columna la tiene hecha trizas. Tiene miedo a quedarse solo, a que algún día su hija y su yerno se trasladen a otra casa. Se angustia al pensar que en algún momento le puedan depositar en alguna residencia. Hace poco lo comentaba con su amigo Jonás en uno de los bancos del parque:

––Yo no me veo todo el día viendo la televisión en esas salas apestadas de viejos ––decía Fidel.

––Estarás dormido y babeando porque te habrán empastillado ––le contesta Jonás.

––A mí no me llevan a una residencia hasta que riegue los geranios con la polla.

––Yo ni en esas. Les argumentaría a mis hijos que necesitan abono los geranios.

––Es verdad que tienes el médico y el fisio y la enfermera cada día.

––Ya, pero ninguno de esos son tu familia.

––Todos los fines de semana te visitarían los hijos.

––Claro, para tranquilizar su conciencia.

  Cuando tenía 70 años se le pasaban los días volando, sobre todo en primavera y en verano. El huerto le tenía entretenido y lo hacía él todo: airear la tierra, echar el estiércol, preparar el riego por goteo, la sementera, la siembra, la prevención de plagas, el capado de los tomates… Ahora que va a cumplir los 80, los días son lentos y pegajosos. Ya no tiene fuerzas y no dobla el espinazo como antes. Gracias a Sonsi, se entretiene con el ordenador. Ha conseguido ver las letras en la pantalla tres veces más grandes cuando escribe cosas en el Word, sumar y restar números en una Excel y descubrir lo del internet. Todos los días espera con ansia a la nieta hasta que llega del instituto, para hablar de esas cosas modernas. Va a su habitación a preguntarle las dudas que le surgen a diario. Ya ha aprendido a ver la cartilla del Banco en el móvil, a mirar el tiempo, si va a llover o no, y a ver tías. Tiene un pluviómetro que le ha regalado su hija y lo ha colocado en la terraza. Todos los días que llueve anota en un cuadernillo con hojas de cuadrícula la cantidad de lluvia. Luego lo pasa a la excel, y lo suma cada mes y hace la media mensual. El agua para Fidel es vida y también para sus plantas.

Con Jaime no engancha bien. Siempre está ocupado. Estudia 2º de bachillerato por ciencias y con todos sobresalientes. Le gustaría hacer una ingeniería. Saca todos los días 4 ó 5 horas de estudio y quiere “salirse” este mes de junio en la selectividad. Sonsi repite 2º de la ESO y sigue muy mal con las notas. Se queda horas delante de los libros pero no se entera, sobre todo en Matemáticas, Física, Química y Ciencias Naturales. Sus padres siempre andan con la misma monserga:

––Tienes la cabeza a pájaros y no te centras. Ya te podías parecer a tu hermano.

El abuelo mete baza y la defiende:

––La tenéis cohibida a la chica. Fijaos lo bien que dibuja y escribe.

En la clase de Sonsi repiten 5 alumnos: 4 chicos y ella. Le da vergüenza ser la única chica que repite. Lleva todo el curso a disgusto, no engancha con los compañeros y los profesores han tirado la toalla con ella. Las amigas con las que congeniaba, están en otro curso. Hace un mes todo explotó. El día anterior, el profesor de matemáticas en medio de toda la clase, le hizo una pregunta básica sobre fracciones y ella se quedó bloqueada, sin contestar. El profesor se calentó:

––Sonsoles: no me digas que ya ni sabes sumar fracciones. Tendrías que volver a la Primaria. Eres una inútil funcional.

Llegó a casa llorando, miró al diccionario para averiguar lo que era eso de inútil funcional, y sacó la conclusión de que no era nada bueno. Sus padres la intentaron sonsacar lo que la pasaba pero no lo consiguieron. Por la tarde se tomó varias pastillas de Orfidal. Lo descubrió Fidel. Llamó a la puerta como tantos otros días y al ver que no contestaba, entró. Se pegó un susto de muerte al verla desvanecida y tirada en el suelo como un guiñapo. Se fijó en el frasco vacío. Avisó a su hija y enseguida llamaron al 112. Le hicieron un lavado de estómago. Fidel piensa que una vez más el agua ha resuelto una situación de crisis. Le salvaron la vida por los pelos. No ha vuelto al colegio desde entonces.

Fidel lleva un par de semanas que habla todos los días con Sonsi, pero no de tecnologías. Le cuenta historias de cuando él era chaval, de cuando se zurraba con otros chicos del barrio, del miedo que tenían a los gitanos. Hablan de la vida y de los imbéciles que hay en el mundo, como su profesor. Él no tiene estudios, pero algo podrá aportar. Piensa que engancha con la chica.

––Eres el único de la casa que me entiende, abuelo.

––Me da pena que te malogres, Sonsi. Ahí dentro tienes mucho oro sin pulir.

––Mis padres no me escuchan.

––Tú explícales lo que te encandila. A ver, ¿Qué te gustaría ser de mayor?

––No sé,  decoradora o pintora, pero no puedo con las matemáticas, más allá de sumar y restar números sueltos.

––Que se pudran todos los números y los que los sostienen.

En el huerto le ha gustado siempre prevenir las plagas, aplicar el abono apropiado, regar cuando no llueve, mimar cada una de las plantas. Sonsi tiene dentro unas semillas de calidad y necesita estímulos y cuidado para que crezcan. Hace falta el riego de un profesor que entienda de educación y se implique y se moleste y no se dedique solo a los listos. Fidel tiene miedo de que vuelva a hundirse y las semillas acaben muriendo. Él no sabe cómo hacerlo, pero sabe querer. Y quiere sentirse útil a sus 80 años y quiere que Sonsi se sienta segura e importante y quiere que los padres de Sonsi la entiendan. 

Hoy ha amanecido el día lluvioso, pero hace calor. Se nota bochorno. A Fidel le gusta levantarse temprano y desayunar sin prisas. Ahora está sentado en su sillón preferido ––el de orejeras–– debajo del porche. Observa cada una de las plantas del huerto: las cebollas de variedad dulce, los pimientos, las lechugas y las tomateras. Es el primer año que lo ha hecho casi todo el yerno. Ha descubierto que ya ha nacido el primer tomate, aunque sea verde. Los geranios están exuberantes y las azaleas ya han cubierto la bordura de la casa. Ayer arrancó unas hojas de un laurel para que se secaran, pero se le olvidó meterlas en un sitio protegido, a buen recaudo. Ahora caen las gotas gordas de lluvia en el envés de las hojas: chof, chof, chof… y rebotan y saltan estremecidas hacia los lados. Fidel anda pensativo e inquieto. A su yerno le han ofrecido un trabajo hace unos días.

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