Estoy tirado en medio de la nada. Me rodean cientos, miles de fantasmas hambrientos de mi temor, que observan con ansias el momento adecuado para hincarme el diente. Veo sus cuencas vacías leyendo la profundidad de mi alma y mi abismo se consume por el suyo. Los monstruos de aquí dentro se convierten en uno con los de allá afuera, se fusionan en una sola masa negruzca capaz de devorar cualquier atisbo de luz.

Estoy tirado en medio de todos y me siento como nadie.

Los edificios se tambalean con cada auto que pasa y retumba con el rugido del motor. Las aves huyen a sus nidos mientras el sol corre a su escondite. Hay quienes vienen, hay quienes van, buscando cada uno su rumbo y encontrando laberintos sin salida. No hay esperanzas aquí, pero si acaso existen se han quedado guardadas en algún otro lugar, porque en este no siento en nadie la responsabilidad ni el deseo de salvarme o la ansiedad por pedir auxilio.

A lo lejos se augura una tempestad. Los árboles en el parque comienzan a gritar envueltos en viento y miedo. Tienen frío y se están quedando desnudos. Se quedan desnudos y las aves no los quieren más. Los niños ya no suben, los niños tienen miedo de caer, como aquel chico demasiado intrépido que casi se abre la cabeza mientras jugaba en el sauce más viejo del lugar, al cual todos admiraban por su dureza y los recuerdos que podía brindarles. El viejo sauce ya no da sombra a la anciana vendedora de alegrías, chocolates y cuentos de colores; parece que tarda más en llegar hasta el parque ahora que todo ha cambiado tanto, que sus pies resbalan sin ánimos de avanzar.

Ciudad hermosa e imponente que te has dejado quebrantar, sufres, lloras, te sientes perdida. En cada esquina recorre el miedo, como escalofríos penetrando por debajo de la manta de aquel vagabundo, tirado en medio de la nada, apestoso y sin hogar. No hay compañía para él, desconoce a todos los que se atreven a sostenerle la mirada. Se está convirtiendo en un anónimo en el valle del oscurantismo y la perdición, sintiendo como poco a poco la muerte –o el olvido, que es peor– lo succiona entero.

Por otras calles los resplandores rojiazules provocan temor en la gente debajo de aquella carpa improvisada de madera y cartón, les traen sonidos chirriantes que los amenazan y ahuyentan. Sus historias son diversas, su destino repleto de tristeza, efímero su andar y su ambición.

Observo alrededor y me doy cuenta de que todo está perdido, porque yo soy ese vagabundo, yo soy la perdición. Llegué hasta aquí con un sueño, pero la crueldad de esta ciudad, de sus calles y avenidas me lo arrebataron. Pensé en el fin muchas veces sin saber cuándo o cómo llegaría. Nunca creí terminar así, con tanta hambre y tanto miedo. Ahora sólo me queda lamentarme. Tal vez si cierro los ojos logre imaginar un mundo mejor. Tal vez si lo imagino logre un cambio. Pero ahora está lloviendo. Tengo frío.

Estoy tirado en medio de casas viejas, con una idea en la mente y un papel en las manos. Estoy tirado en medio de la nada, me estoy quedando sin ganas

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