Silenciosa la observo. Se ve disminuida y camina apoyada en un bastòn. El tiempo ha cumplido su tarea. La agraciada joven de antaño de mirada cristalina, es hoy una mujer de ojos tristes. Su grácil y curvilínea figura, que albergò a seis hijos, dos ya fallecidos, es hoy un cuerpo adolorido y encorvado, que le pasa la cuenta en complicidad con la edad. El dolor más fuerte está en su alma por los seres que amò y ya no estàn. La sonrisa que dibuja su bonito rostro ajado, oculta la pena que lleva por dentro.
Los recuerdos permanecen frescos en su memoria, lo vivido en su niñez, adolescencia y juventud. La vida no fue fácil para ella, su madre y hermanos, que crecieron sin la presencia del padre. La muerte del jefe de hogar, que se ganaba como zapatero el sustento para su numerosa familia, trajo consigo penurias y pobreza. Su madre, viuda a los treinta y tres años, sacò adelante a sus nueve hijos, trabajando con Jorge de quince años, el mayor de los hijos varones, reparando zapatos y cociendo carpas para gitanos. Los callos no se hicieron esperar en las adoloridas manos de su abnegada madre Guillermina, la abuelita Mina para sus nietos. Con firmeza educò a cada uno de sus hijos y se esforzò para que no faltara el pan en la mesa familiar. No tuvieron casa propia. Su marido, el papà de mi mamà, por orgullo, nunca aceptò la ayuda de una tìa que ofreciò comprarle una vivienda. Como no tenìan donde vivir, una comadre les pasò un galpòn para que lo habitaran, el cual acomodaron lo mejor posible. En los dìas de lluvia, mamà cuenta que corrìa el agua por debajo de las cinco camas donde dormìan de a dos personas, entre ellos su madre, la que compartìa con su hija mayor. Eramos pobres pero limpios, comenta mi madre. Las sàbanas, hechas de sacos harineros, eran albas porque su madre las hacìa hervir a leña en grandes fondos habilitados para ello.
Un dìa, su madre Guillermia llevò al mèdico al menor de sus hijos. Con la autoridad que caracterizaba a su hermano mayor y, cuando el cielo se preparaba para el ocaso, enviò a mi madre, protagonista de esta historia, a entregar unos calzados que habìa reparado. Ella llamaba la atenciòn por su belleza y por ser muy despierta para su edad. Con sus ocho años a cuestas, saliò de la casa acompañada de su hermana Mercedes, de cuatro años, para cumplir con lo encomendado. Debìan regresar con el dinero por el trabajo realizado y antes que oscureciera. Tomadas de la mano, caminaban tranquilas, llevando los zapatos envueltos en papel de diario que debian entregar. Al cabo de diez minutos de caminata, se cruzaron en sentido contrario con un hombre al que solo se le veìan los ojos ya que llevaba el rostro cubierto por una bufanda. Paso por el lado y de pronto Nany sintiò que trataban de tomarla en brazos. Al sentir el contacto, alcanzò a gritar ¡Mamà! pero su grito fue apagado por la mano del hombre que cubriò su boca. Ante el terror pero sin perder el control, mi mama se diò cuenta que entre sus dientes quedò atrapado un dedo del hombre, el que empezò a morder fuertemente, mientras que daba patadas hacia atrás no dejàndose tomar en brazos. Su hermanita miraba aterrada y lloraba desconsoladamente. Mi madre cuenta que no dejò de morder, aguantando el dolor de su labio inferior que quedò tambièn atrapado entre su dientes. Fue tanto el dolor que sintiò el hombre, que la soltò dàndole una feroz bofetada y saliò huyendo del lugar porque se acercaban personas transitando por la acera de enfrente. Cogiò los zapatos que se desparramaron en el suelo. Sangrando del labio y llorando ambas, tomadas de la mano, continuaron su camino. En el trayecto se encontraron con una vecina que las reconociò. ¿Por què lloran, que les pasò?, preguntò. Al contarles lo sucedido, cogiò de las manos a cada una y las llevò de vuelta a casa. Echa un trombo, entrò al taller de calzado donde se encontraba trabajando Jorge, encarandole su irresponsabilidad de enviar a dos niñas chicas a los mandados. Su madre se enterò cuando regresò del hospital con el hijo menor. Con los ojos llorosos, abrazaba a su hija Nany cubriendola de besos. Por varias noches se levantaba a verla si estaba durmiendo en su cama. Hasta el dìa de hoy, mamà es desconfiada y cuidadosa con niños y niñas. En una tarde de onces realizada en mi casa, la tìa Meche, una de las invitadas, nos comentò lo que vivieron con mi madre. -Yo era muy chica y nunca he olvidado ese dìa, nos dijo. Tengo grabada la imagen de como mi hermana se defendìa del hombre y no se dejaba tomar por èl. Al recordar, sus ojos se empañaron.
La belleza de mi madre se acrentò mas en su desarrollo. Cuando tenìa doce años, cerca de las dieciocho horas, claro aùn, iba sola caminando de regreso a su casa desde el colegio. A pocas cuadras de llegar, repentinamente fue abordada por un hombre que se acercò a ella y la rodeo con un brazo tomàndola por los hombros. ¡Hola, mi niña!, le dijo en forma coloquial. Soy tu tìo Raulito, hermano de tu mamà. ¿No te acuerdas de mi?. Mientras le hablaba, la hizo caminar con èl sin soltarla hasta la parada de buses, para coger el bus que se encontraba detenido por los pasajeros que se estaban apeando de èl. Mi madre sabìa que su mamà no tenìa hermanos, solamente una hermana, la tìa Laura. -¡Suelteme!, le pidiò al hombre. ¡Vamos, en mi casa tengo dulces y muñecas para tì!. Con miedo y afligida por no poder soltarse, mirò a su alrededor para pedir ayuda. A lo lejos divisò a su hermano Jorge que iba en bicicleta rumbo a la casa de ambos. ¡Mi hermano Jorge! -expreso feliz. ¡Chocheee!, lo llamò fuerte. Al instante, el hombre la soltò y se subiò al bus que ya iba partiendo. Jorge pedaleando en la bici llegò hasta a ella y le contò lo sucedido. Nada pudo hacer èl. El bus ya se encontraba lejos. Temblado aùn del susto y sintièndose segura, mi madre llego a la casa acompañada de su hermano. En una ocasiòn, la tìa Olga, la hermana mayor de mi mamà, me dijo: Tu madre era muy linda y aùn lo es. Tu y Elizabeth (mi hermana) son bonitas, pero ninguna de las dos le llegan a los talones a ella.
Las penurias que mi abuelita pasò con sus hijos, fueron mitigàndose a medida que fueron creciendo e integràndose al campo laboral, los tres hijos mayores. Con lo que ganaban ayudaban con la alimentaciòn y los gastos de la casa. El amor no estuvo exento y los mayores se casaron y formaron sus propias familias. Mi madre es la quinta de la familia. Ella y Zoila, su cuarta hermana, entraron a trabajar para colaborar con su madre y hermanos menores.
Mamà trabajaba tomando puntos de media en un espacio que la otorgò Jorge, quien se instalò con un taller de confecciòn de calzados. Un dìa, ella se fijò que un joven bien parecido se paseaba de un lado a otro frente a la ventana donde laboraba. Asì conociò a mi padre- No le agradò en un principio porque lo encontrò muy creido. Papà la vio antes que ella se diera cuenta. Para èl, fue amor a primera vista. Inteligentemente se hizo amigo de uno de los hermanos que prestaba servicios en el cuerpo de bomberos. En una fiesta, organizada por dicha entidad, se conocieron definitivamente. Despuès de dos años de relaciòn, contrajeron matrimonio.
El hogar que mamà junto con mi padre forjaron pasó por altos y bajos. Recién casados, la gran desilusión para ella fue que papá la llevó a vivir a la casa de sus padres. No existía privacidad ni se sentía cómoda viviendo allì. Mi abuelo paterno era dueño de un cite, casas pareadas entre sì. A petición de mi madre, su suegro les entregó una casa para que la habitaran. La vivienda era de adobe, con piso de tierra y no estaba en buenas condiciones, pero eso a ella no le importò. Embarazada de mi, que soy la primogenita de sus hijos, la hermoseò lo mejor que pudo. En ella crecìmos mis hermanos Victor, Elizabeth y yo.
Por una pelea conyugal, mama se fue a la casa de su madre con sus tres retoños. Para volver con papa, le impuso la condiciòn de tener su casa propia. Aunque sea una rancha, le dijo. En el terreno que papá había comprado, comenzó a edificar. Embarazada de su cuarto hijo, mi madre le ayudaba pasàndole los ladrillos y hacìendole la mezcla para la construcción de la vivienda. Con alegría nos mudamos a ella y, al mes de haberla habitado, mamá celebrò mi sexto cumpleaños. Meses màs tarde, naciò Jèssica que, a los dos meses de vida se fue al cielo aquejada de neumonìa. Tengo viva en mi mente el dolor y sufrimiento de ambos por la pérdida de esta hija, sobre todo mamá. Al año siguiente, naciò Francisco. Cinco años más tarde, Rodrigo, el menor de mis hermanos.
No fue fácil para mamá y papá criar y alimentar cinco bocas, teniendo en cuenta que el bajo sueldo de mi padre era el único sustento de la familia. Ambos nos entregaron lo mejor de si a cada uno de sus hijos, amor, valores y educación con mano fèrrea. La vida transcurrió relativamente tranquila en el hogar. Sobrellevaron la enfermedad de Vìctor, hospitalizado tres meses por problemas al corazón y los tres terremotos que azotaron al país. La casa se vio afectada, pero sin daño para sus habitantes. Sin embargo, el terremoto de 1971, fue el que dejó graves daños estructurales a la vivienda. Las condiciones en que se encontraba la casa; mi padre a punto de perder el trabajo por problemas políticos ya que era contrario al gobierno de la época y la escasez económica que afectaba al hogar, mellaron en mi madre, cayendo en un estado depresivo tal que atentò contra su vida. Fue terrible para mi, darme cuenta de lo que había decidido mamà. A los trece años y con fortaleza, tomè las riendas de la situación y pedì ayuda a una prima que era enfermera.
Los años pasaron. El tiempo permitiò que mamá se recuperara, volviera a sonreír y disfrutar de la vida. Junto con papà nos viò crecer y sentirse orgullosa de los tres hijos mayores que dejamos el hogar paterno para forjar nuestra propia vida familiar, pero el tiempo hizo su tarea. Se quebrantò la salud de papá. Mamá estuvo siempre a su lado sintiendo como la vida de su compañero se iba apagando. En el último día de visita en el hospital, agonizante, me dijo: “Tu madre, cuida a tu madre”. Se durmió en la mitad de su existencia dejando a mi madre sola con dos hijos menores de edad. Han transcurrido cuarenta años y sus palabras aún resuenan en mis oídos. La vida continuó sin contratiempos. Al cabo de seis años, otro dolor golpeo su alma, al cielo se fue su amada madre Guillermina.
En la actualidad mamá vive conmigo y la he cuidado como papà me lo pidió. El paso de los años fue mitigando nuestra congoja por los que estàn con Dios, pero, el destino nos tenìa preparado otro pesar para la familia, en especial para mi querida madre. ¡Fue un tormento para mì comunicarle la muerte repentina de otro hijo, mi hermano Vìctor!. El grito desgarrador que brotò de su garganta, al recordarlo, es como si aún lo escuchara. No se detuvo su corazón porque Dios no lo permitiò. Ha mi padre le he cumplido. Seguirè cuidando a mamá hasta que Dios le entregue a él la tarea de velar por ella en el reino celestial.
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