Un lugar para nosotros.

Un lugar para nosotros.

7

La bala silba junto a su oreja y queda clavada en el árbol. Sigue corriendo. Los pulmones arden dentro de su pecho. La respiración entrecortada y un solo pensamiento. Si tiene que ser, que sea Hyun. Nadie mejor que él para acabar con el traidor.

El sonido de otro disparo lo atrae a la realidad. La bala muerde su brazo y lo arranca del seno materno que conforman sus recuerdos. Grita. Solo su propio eco le devuelve el sonido de su súplica. Cae al suelo. Se arrastra tras un árbol. Un roble como chaleco antibalas.

Sae se levanta. Sigue corriendo, la sangre mancha su piel. Deja un reguero a su paso. Ya no hay lugar a escondites. Sus huellas cavan su tumba. Si es capturado, solo la muerte le espera cuando lo lleven a Pyongyang. Muerte… o tortura.

Hyun piensa que no hay nada peor que la muerte. Él no lo tiene tan claro.

Lo ve. El puente fronterizo sobre el bosque. Carretera hasta donde le alcanza la vista. Solo un poco más. Cruza. Cruza la línea imaginaria que divide a las dos coreas. El suelo que pisa es una tierra nueva. Prometedora. Libre.

Se toma el lujo de detenerse. Los disparos no cesan, el pelotón avanza. Entra en pánico. Se saltarían el tratado, cruzarían la frontera para darle caza. Qué iluso ha sido. Le tranquiliza no distinguir la figura de Hyun entre ellos.

Vuelve a correr. Tiene que adentrarse más. Salir a la carretera.

La bala le atraviesa el pecho. Desgarra todo su interior y se queda alojada en algún lugar de sus pulmones. El aire se convierte en fuego. La sangre comienza a resbalar por su boca, busca un destino mejor que el del cuerpo sentenciado que la ha portado hasta ahora.

Cae de nuevo. Esta vez sabe que no va a levantarse.

Ve la carretera custodiada por unos pequeños muros. Solo a unos metros de distancia. Se arrastra con el aliento que le queda. Abraza el hormigón. Una tabla salvavidas en medio de aquel océano otoñal.

«El bosque es un buen lugar para morir», piensa cuando observa el cielo. Las copas de los árboles se alzan altivas y contemplan con compasión los últimos suspiros del fugitivo. El traidor al Generalísimo. Sonríe. Ojalá se le recordara por ese nombre.

Vuelve a observar el cielo. Parece diferente al otro lado de la frontera.

Deja de notar el dolor del pecho. Su respiración se hace más pesada. La vida se le escurre entre borbotones de sangre. Una vida sucia. Miserable. Hasta que Hyun entró en ella.

Al menos moriría en libertad. Es el único consuelo que le queda. Cierra los ojos con la visión del vaivén de la hojas que caen a su alrededor.

Extiende sus alas y se deja llevar por el arrullo del viento.

5

Caminan por el patio delantero. Cada uno lleva una carretilla con todo lo necesario. Por suerte o por desgracia, les ha tocado hacer los trabajos de jardinería a primera hora de la mañana. Hyun tiembla de frío. Sae arrastra los enseres en silencio.

El toque de corneta los sorprende. Inmediatamente suena el himno de la nación. Sae resopla. Sabe lo que viene ahora.

Dejan todo y se alinean el uno al lado del otro. Los pies juntos. La mano al pecho. En público tiene la obligación de mostrar sus respetos. Hyun cumple religiosamente todas las mañanas, él siempre se escapa al baño antes de que suene. Esta vez no ha tenido opción.

El corazón le palpita. Le hierve la sangre.

Terminan y vuelven a sus tareas. Hyun lo observa en silencio.

—Solo mueves los labios sin ningún sentido —le dice mientras comienza a podar uno de los setos.

—¿Cómo? —Hyun vuelve a ser observador. Sae lo mira con el rostro crispado. El zumbido incesante de su presencia comienza a sacarlo de quicio.

—No cantas el himno. Solo mueves los labios y solo tú sabes lo que dices.

—¿Qué más da eso? Muestro el debido respeto.

—Eso no es respeto. Solo haces la pantomima.

—¿Acaso importa uno más?

Hyun lo mira con el ceño fruncido. Sae sabe que las palabras se amontonan en su boca. Intenta contenerlas. La mirada de Hyun las libera. En el fondo siente que puede leerlas desde lo más profundo de su alma.

—Vivimos en un país de mierda. Vanagloriamos a un mentiroso que jamás ha hecho nada por sí mismo. Solo está ahí por ser quien es. Nos rodea el miedo. No sabemos nada del mundo que hay más allá de nuestras fronteras, para ellos todos son enemigos. Todo lo que no se ajuste a su manera de pensar debe ser eliminado. Ni se te ocurra admitirlo en público o acabarás muerto. Porque la ignorancia mata. Estamos muertos y encarcelados. Ni siquiera somos capaces de darnos cuenta. ¿Acaso hay una vida más miserable que la nuestra?

»Los odio. A todos. Al país, a su estúpido himno y a ese mono al que todos llaman Generalísimo.

Sae palidece. Lo ha dicho. Lo ha dicho todo delante de uno de sus peleles.

Estaba muerto. Solo sería cuestión de días que vinieran a buscarlo. Que lo dejaran fusilado en mitad del cuartel. Él también sería un mensaje.

Hyun lo observa en silencio. Desvía la mirada y sigue podando el seto.

A lo lejos se escucha una canción silbada por algún compañero. Sae lo ha decidido, la aprende de memoria para que sea su réquiem. Porque solo es cuestión de días. Ya está muerto.

6

Hyun lo deja entrar. Rasga todo su interior. Arde con él. Sale y entra, nota el aliento en el cuello, las manos sobre su espalda. Vibran.

La mano de Sae le tapa la boca. Cesan las embestidas, Hyun se revuelve. Quiere más.

—No puedes dejar salir tu voz. No pueden oírnos —los susurros de Sae salen entrecortados. El deseo le araña la garganta. Sus caderas comienzan a moverse de nuevo sin apenas darse cuenta.

Asiente. Cierra la boca y apoya su frente contra la de Sae. Puede hacerlo. Quiere hacerlo.

Ahora es Hyun el que lleva el ritmo. Se yergue sobre Sae. Sube y baja sobre su cadera. Sae quiere que sienta lo mismo. Su mano lo recompensa. Arriba y abajo. Una y otra vez.

Lo observa a horcajadas sobre él. Pequeño. Poderoso. Se apodera de su cuerpo y se deja llevar.

Lo han hecho a su manera. Cómo y cuando han querido. Ahora no importa lo que son. No importa dónde están. Solo quieren sentir.

Gruñen. Se vacían. Hyun se deja caer sobre su pecho. La respiración entrecortada de ambos llena el silencio. Sae lo observa. Grande. Poderoso. Suyo.

Besa su frente. Se siente libre.

1

Sae entra en la cafetería. Está desierta. Solo el polvo se arremolina alrededor de las mesas.

La voz de su padre lo llama desde el final de la barra. Va allí a leer, pero Sae no recuerda haberlo visto salir con un libro.

—Mamá quiere que la ayudes con el kimchi.

Su padre finge una arcada. Sonríe. Su pequeña broma privada.

—Está bien, ahora voy. ¿Qué tal te ha ido en la escuela?

Sae burbujea de emoción. Contarle a su padre lo que ha aprendido es su momento favorito del día.

—¡Nos han contado cómo el Generalísimo derrotó a los malvados japoneses!

—¿Y cómo fue? —su padre pregunta impasible. La sonrisa se desdibuja de su rostro a medida que crece la emoción de su hijo.

—¡Hizo que llovieran piedras! Subió a una montaña e invocó a las piedras. Cayeron sobre los malvados japoneses, y tuvieron que huir de Corea para siempre. Así fue cómo el Generalísimo nos liberó.

—¿Puedes hacer tú que lluevan piedras? —ahora la voz suena demasiado severa. Sae se desinfla cuando lee la decepción en los ojos de su padre.

—No…, pero el Generalísimo sí sabe.

—¿Has visto alguna vez cómo el Generalísimo invoca una lluvia de piedras?

Sae permanece en silencio.

—No, pero es lo que nos han dicho en la escuela.

—No puedes creerte todo lo que os dicen en la escuela. Algunas cosas son verdad, otras puede que no lo sean —su padre le acaricia el pelo, puede notar la confusión emanar de los pequeños poros de su hijo. Quiere liberarlo. Quiere que sea todo lo libre que pueda llegar a ser. Quizá algún día, la cafetería también le sirva de refugio. Quizá también acoja sus dudas, quizá encuentre respuestas en los libros que permanecen ocultos bajo el doble fondo de la barra.

—¿Nos mienten en la escuela?

—Nos mienten en todas partes, hijo.

—Pero el Generalísimo…

—Saeran. El Generalísimo solo es un hombre. Como tú o como yo. El miedo y la ignorancia es lo que le hace poderoso. Pero no lo es. Solo es un hombre. Y para mí el hombre más importante eres tú. Por eso debes saberlo. Tienes que pensar por ti mismo. Ver, oír y callar. Solo así podrás ser libre.

4

Se despierta con el sonido de los disparos. Los oye cada noche. En sus sueños. Siempre son iguales. Una ráfaga de tres disparos seguidos de un cuerpo cayendo sobre la nieve. Inspira para calmarse. No son disparos. Son pasos.

La puerta de la habitación está entreabierta, Hyun no está en su cama.

«Ha ido al baño. Démosle la bienvenida de una vez por todas»

Las voces llegan desde el pasillo. Sae sonríe. Hyun se había librado de las novatadas de los de mayor rango. Había sido más listo que ellos. Hasta ahora.

Sae sale de la cama y los sigue a través del pasillo.

Encuentran a Hyun en el baño comunitario. Sae observa desde lejos. Las sombras que envuelven el pasillo lo camuflan.

—Si bebes del retrete te dejaremos ir —dice uno de los mayores con una sonrisa de triunfo. Son tres. Hyun está solo. Los contempla en silencio. Uno de ellos se aleja y comienza a orinar.

—De ese retrete —concluye otro.

Hyun sonríe. Se percata de la presencia de Sae. Sus ojos se encuentran durante unos instantes. No pide ayuda.

—Si me dejáis ir, prometo que ninguna de vuestras cabezas acabará ahí dentro.

«Hyun también debería aprender a controlar su lengua», piensa Sae aún acomodado en su escondite.

Dos de ellos agarran a Hyun por los brazos. Él se remueve. Lucha. Patalea. Clava uñas y lanza bocados al aire. Es inútil, un solo golpe en el estómago lo deja sin aliento. Escupe la poca dignidad que le queda. El inodoro donde acaba sumergido se traga el resto.

Sigue pataleando. Sus gritos llegan difuminados por el agua y la orina. Lo liberan cuando sus movimientos se vuelven débiles.

Se marchan sin mirar atrás.

—No debiste amenazarles —dice Sae cuando llega hasta él. Lo contempla. Apesta.

Se levanta sin pronunciar una palabra. Mete la cabeza bajo el lavabo y abre el grifo.

—Si no lo hago pensarán que pueden hacerlo siempre que quieran. Posiblemente lo harán, pero nunca dejaré de defenderme. Nunca dejaré de luchar.

Hyun se revuelve el pelo y camina con tranquilidad hacia la habitación.

Sae lo observa marchar. Pelele, pero no débil.

3

—Yo soy Lee Hyun —sonríe el chico delgaducho. Sae lo observa por encima de su hombro.

«¿Cómo ha logrado pasar el control médico semejante muerto de hambre?»

Finge su sonrisa y alarga la mano.

—Yo soy Kim Saeran, es un honor ser tu compañero de habitación —hace la reverencia como muestra de respeto.

—¡Kim! Como el Generalísimo. Debes de sentirte muy afortunado —vuelve a sonreir Hyun. En cambio, el rostro de Sae se tercia de acero.

—No hay un solo día en que no dé las gracias —escupe las palabras. Arden en su boca. Envenenan su lengua.

Hyun se remueve. Sabe que ha metido la pata, pero no entiende en qué. Sonríe y se dispone a vaciar su maleta.

«Otro pelele», piensa Sae mientras lo observa de reojo. La academia militar estaba llena de ellos. Sabía dónde se metía. Convivir con uno solo era cuestión de tiempo. Sae sigue observando. Manos pequeñas, baja estatura y con la misma complexión que una hoja de papel.

Pelele y débil. Sería pasto de las fieras en cuestión de días.

Vuelve a sonreír cuando Hyun echa un vistazo hacia atrás. «Será divertido ver cómo lo devoran».

2

Las pisadas resuenan por todo el piso de arriba. Sabe que no son de sus padres. Ellos nunca llevan zapatos dentro de casa. Además no visten botas militares. Reconoce el sonido de las hebillas contra el plástico. Un tintineo que presagia la tragedia. El estruendo con el que entran en la habitación lo pone alerta. Inconscientemente sabe lo que hay que hacer. Se destapa y levanta las manos. La luz de la linterna acoplada al fusil le hiere las corneas.

—Levanta —le exige la voz del soldado. Obedece sin decir una palabra. Lo agarran por el cuello y tiran de él hasta el piso de abajo.

Allí observa la función.

Su padre arrodillado frente a un grupo de soldados.

Su madre llora desconsolada y tiende sus brazos hacia él. Un soldado lo empuja y cae al suelo junto a ella. Lo cobija en un abrazo que ahoga, pero no consuela.

—¡No sabíamos nada! —rebuzna su madre. Él la observa en silencio. Entiende lo que está pasando. Prefiere callar. Su padre así se lo enseñó. Mejor dejar que el juego continúe para aquellos que aún quieren ser partícipes. Mejor dejar que los mentirosos actúen hasta que caiga el telón.

—¿Cómo has podido hacerle eso al Generalísimo? ¡Con todo lo que ha hecho por nosotros! ¡Traidor asqueroso!

Los gritos de su madre llenan el silencio. El miedo aprieta el gatillo de su lengua. Escupe sobre la espalda de su marido. ¿Cómo puede su boca condenar al hombre al que tantas veces había besado?

Sae observa a su padre. Mantiene la cabeza alta, pero no emite sonido alguno. Ni siquiera mira a los soldados que le apuntan. No les daría la satisfacción de leer el miedo en sus ojos. No por él, él ya está muerto. Ahora teme por su hijo.

—¿Qué hay de ti? —exige otro de los soldados, le propina un golpe en la cabeza con la culata.

El abrazo de su madre no puede protegerlo. Jamás lo había hecho, esta vez no sería una excepción. Aún así ella no deja de intentarlo.

—¡Él solo es un niño! Apenas pasaba tiempo con el traidor. ¡No sabía nada, me lo habría dicho!

Pero Sae sí sabía. Y ahora su padre era apuntado con un fusil por saber demasiado y por no contener su lengua. Se jura contenerla a partir de ahora.

Los soldados dejan de prestarles atención. Agarran a su padre y lo lanzan fuera de casa. La nieve cubre todo de blanco. La calle está desierta. Solo los coches del ejército son testigo de lo que está a punto de pasar.

Su madre lo obliga a quedarse dentro junto a ella. La casa se queda en silencio. Piensa que no volverá a ver a su padre. Se equivoca.

Los disparos resuenan por toda la calle. Una sola ráfaga de tres balas. Luego silencio. El mundo enmudece a su alrededor. Cree haber oído cómo el cuerpo de su padre cae sobre la nieve. Sin vida.

Su madre lo manda a la cama cuando el silencio vuelve a reinar.

Dos días después el cadáver sigue ahí. No hay descanso eterno para los traidores.

Sae lo contempla cada vez que sale o entra en casa. Ya no era un traidor.

Era un mensaje.

SINOPSIS

Novela corta y desordenada. Puede leerse por el orden numérico de los capítulos o por el propuesto por el autor.

Saeran carga con la muerte de su padre sobre sus hombros. Se promete a sí mismo cumplir su última voluntad.

Escapar del régimen norcoreano.

Quizá en Hyun, su compañero de habitación en la academia militar, encuentre la libertad que tanto ansía.

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