Me enseñaron y aprendí

Me enseñaron y aprendí

Herman Guzman

27/03/2021

ME ENSEÑARON Y APRENDI

Caminando por las calles con tristeza y desesperación, deseando el fin del mundo, me encuentro con una dama de blanca cabellera de hondas arrugas y de mirar tierno y con un saludo, como solo esos seres pueden hacerlo, cambió de repente mi deseo del fin del mundo, fue este un encuentro tan poco original entre aquella dama y un ser desesperado y dentro de sus palabras encontré algo que no conocía, era entrar en una dimensión real, y como si la vida conspirara me encuentro rodeado de verdaderas amistades, todas con muchos años guardados en su corazón y en cada oportunidad que nos dio el tiempo teníamos encuentros de muchas palabras que salían de sus labios, que salían de ese corazón inmenso y repleto de algo que empecé a conocer, de eso que todo hablan y nadie valora, ese algo es sabiduría y con mis apenas 16 años de vida, se comenzó a llenar mi vida, mi alma, mi mente y mi corazón de sabiduría y era de tanta importancia buscar esos encuentros y generar esa pláticas fluidas que satisfacían también mis dudas y comenzaron a borrar esa ignorancia que muchos conservan, de la cual hacen paisaje, desde esos momentos empecé a entender la vida desde otro punto de vista, desde ese punto de lo vivido y lo no vivido, con esa profundidad que hacía reales esos momentos y en mi mente, como si fuera una película que veía en ese momento, llena de amor, de vida, de dolor de felicidad, de dolor de sufrimiento, de desilusión propia y desilusión incitada, películas que jamás se borrarán de dentro de mí. Dentro de aquellos luminosos seres a quienes recordaré con gratitud, quiero aludir algunos, como aquella campesina citadina, a quien con mucha atención oía cuando contaba sus historias de niñez, de juventud y cómo vivía a su manera con sufrimientos, con tristezas y alegrías y cada una yo la sufría, la visualizaba y de ella aprendía, y cada alegría y cada triunfo eran para mí como mis propios triunfos y alegrías, de cada momento de esos como si fueran mi propia historia fui erigiendo la montaña de mi vida, con ella viví sus vidas, evoco la dama alegre, que en una fiesta conocí y pasamos la noche entera bailando bajo la mirada burlona de unos, sorprendida de otros, y bailando hablamos de su vida de sus tristezas y alegrías y cada momento se iba acopiando en mi mente, la dama aquella que con su biblia bajo el brazo visitaba mi casa y las largas charlas sobre la “palabra”, se convertían en unos pocos minutos y esa larga plática que los vecinos tras la cortina unos criticaban, otros sentirían piedad por mí, por estar oyéndola, eran largos momentos oyendo sus vivencias y seguía guardando esas historias en mi mente, nada que decir de mi abuelo paterno, contando sus historias en el ejército, de sus proezas para resolver cada momento difícil, de sus gestas cuando manejaba su ambulancia, ahí inició mi curso de chofer, de eléctrico, aprendí que los sufrimientos de su vida eran más cercanos a mí, por ser mi abuelo, también encontré amistades de esas, de luz, que guardaban en su corazón tantos odios, rencores, que siempre guardaron decires “árbol que nace torcido no endereza jamás”, “Un viejo no tiene arreglo” y tras largas coloquios en las que les decía que esos dichos, por ser dichos, no son reales y que se puede lograr lo que quiera a cualquier edad con voluntad, así me lo enseñó el que para mi es “mi abuelito”, y así muchos lograron cambios, pero de ellos también aprendí que sufrir es una opción, no algo que toca, que nuestro pasado adverso no fue culpa de Dios, sino de ese puñado de arena que cada uno pone delante de si hasta alzar una montaña que vemos de acero y no de arena, aprendí que la felicidad no es una opción es una obligación, que quienes han hecho daño en la vida de alguien no se merecen ese altar que le creamos y todos los días de rodillas lloramos frente a ese altar, que lo que debemos hacer es cambiar de imagen a ese altar, es quitar a ese ser desmerecido y poner en ese altar a mi mismo, y todos los días de rodillas frente a ese altar agradecerme y a Dios por existir por ser y porque nadie ni nada que me quiera dañar, lo va a lograr, y de esa manera de un soplo quitamos esa montaña que no es de acero sino de arena y podemos seguir la vida con la frente en alto.

Todos estos amigos fueron partiendo poco a poco, como aquella gran amiga que en su soledad y angustia sin con quien hablar, con el odio de su propia hija sana, de su yerno, de sus nietos, un día por simple causalidad, nos puso frente a frente y me contó su mas grande angustia, que tan solo al querer narrármela, sus lágrimas cayeron con tanta tristeza que me conmovió, era su hija no sana, su hija con un retraso mental que vivía con su hija sana y la familia de esta, quienes a su hija no sana maltrataban sin piedad, y me pidió que le ayudara a buscar a que le quedara algo para cuando ella volara de esta vida, y me propuse a saber si era cierto del maltrato y en efecto, fatalmente era una realidad, y hablé con su hija no sana y dentro de su lenguaje confuso entendí quejas, dolor y vi muchas lágrimas y como la ayuda no se niega, logré que bienes de la mamá la ampararan económicamente, mientras en medio de tantos diálogos con mi amiga, me contó esa historia que ella no vivió, fue una historia que sufrió, logramos reírnos después de mucho tiempo que ella no reía, así me lo hizo saber, cuando le informé lo de su hija no sana, recuerdo me preparó el tinto de costumbre bajito de azúcar, me reveló el dolor de tener que contar con un extraño ante el desprecio de los suyos, me agradeció, me extendió su mano, y nos bebimos ese tinto que no olvido nunca, fue su último tinto.

Estos encuentros curiosamente me enseñaron que se aprende mas de quienes sufren, pero oírlos, sentirlos hacen que aprendamos que las dificultades no tienen la dimensión que le damos y que son mas pequeñas de lo que queremos y que por ser pequeñas podemos solucionarlas fácil, aprendí que la vida es tan fácil vivirla bien, y nosotros hacemos hasta lo imposible por vivirla mal.

Quienes me contaron sus duras cuitas, fueron aquellas que fueron víctimas de un esposo machista, agresivo, a quienes le dedicaron largos años sirviéndoles, teniendo y criando muchos hijos, en el oficio mas desagradecido por la humanidad, el de ama de casa, aquel oficio que inicia en la madrugada cocinando, arreglar la cocina, arreglar camas, organizar casa, de nuevo cocina, de nuevo lavar loza, planchar, lavar ropa, de nuevo cocina, de nuevo lavar loza y arreglar cocina, labores que duran mas de 15 horas al día y sin sueldo y sobre todo sin algo muy importante, la gratitud y el reconocimiento, sin contar con los desprecios de sus hijos y de su esposo causando tanto sufrimiento, y en su vejez, ahí fue en donde vi tantas lágrimas perderse en esos surcos de vida y dolor, esa vejez con momentos de desprecio, apartada, sola, y en silencio mascando los dolores del pasado y del presente, la añoranza y el recuerdo entre triste y alegre de esa feliz niñez, de esa juventud ya vivida, que comparada con ese presente de abandono, como algo que ya se usó y no sirve más, sin que se den cuenta que esa joya ahí tirada es una joya preciosa, con un valor indeterminado, que como el diamante a la luz del sol deja escapar esos visos de sabiduría, de conocimiento, de experiencia en la vida y en al amor universal, o de aquellos que ejercieron con fortaleza el ser padres y como hombres responsables trabajando de sol a sol denodadamente para llevar el alimento a su hogar, aquel que enseñó a sus hijos a ser y a no ser, les brindó apoyo, cariño y vida y ahora postrados en un sillón, al pie de un radio escuchando canciones que ya casi no suenan, esas que hicieron parte de sus amores, de sus vidas, de sus historias, leyendo algún viejo libro o el diario del momento, ese que desde allí ve pasar a sus hijos nietos indiferentes, evadiendo cualquier momento en que aquel le comience a hablar de sus historias de sus sufrimientos, de sus tristezas, de sus alegrías, porque es muy aburridor escuchar vejeces de una persona muy anticuada que ya no puede hablar de otra cosa, eso dicen, pero no ven ni comprenden que detrás de esa piel ajada, de esos ojos perdidos, de esas manos cansadas hay una mina de conocimientos que pueden hacer que nuestras vidas sean mejores y lo peor es que aparte del radio, del libro de la prensa, del sillón, abunda la ingratitud, la falta de reconocimiento que en vida necesita un ser.

Pasaron los años y en mi vida siguieron cruzándose aquellos seres de luz, y de repente me di cuenta que yo era viejo, vivía como viejo, guardaba viejas historias, tenía alma de viejo, pensaba como viejo y me di cuenta por que mis amigos de la misma edad me lo decían, si, era un viejo de 30 años, a quienes muchos, que valoran los consejos, que quieren saber buscaron mis consejos escucharon historias viejas, anécdotas viejas, y aprendieron y otros se burlaron, criticaron y siguieron su vida, con eso aprendí algo nuevo, a definir de manera vivencial la amistad, porque aunque muchos se acercaron a escuchar y aprender, algunos de ellos no lo valoraron y muchos de los que criticaron, han regresado buscando una solución a su vida y aprendí que el mal no se le desea a nadie y el bien no se le niega a nadie, el bien se hace sin esperar nada a cambio y que los amigos deben ser honestos, sinceros, íntegros y de esa manera los amigos verdaderos son pocos, tantos como manijas tenga un féretro y hablando de ese habitáculo que a muchos asusta y es símbolo de dolor, hace que muchos, de manera tardía, pero ya muy tarde, empiecen a apreciar, a agradecer, a valorar a no querer que esa partida sea inminente, tarde ya, en ese momento aparecen las palabras de afecto como abuelito en lugar de las permanentes expresiones “tu no sabes de eso”, “eso era en tus tiempos”, “eres anticuado”, y después del adiós el recuerdo de los vivientes de buenos momentos, de buenos consejos y el deseo de que no hubiera partido, también en los momentos difíciles de manera tardía los invocan para que interceda, para que ayuden, pero ya tarde.

Recuerdo tanto a mi abuelo materno, para mi es mi abuelito, un ser de tanta ternura, de tanto cariño, comprensivo, que como campesino viviendo en el campo me enseñó con sus actos, con sus pocas palabras, un ser tan especial que cuando llegaban a su finca a pedir algo para comer, el les daba de comer y les daba trabajo, recuerdo sus palabras “mija, échele más agua a la sopa que hay visita”, el no permitía que se desperdiciara la comida, que jamás se perdiera la fruta que caían de los árboles, aprendí que madrugar es la mejor manera de vivir, que el trabajo es amor porque el no ordeñaba una vaca el ordeñaba la vaca y le agradecía, agradecía los huevos que ponían las gallinas, sufría cuando alguien sufría, y siempre ayudó con consejos, y sus consejos no se quedaron guardados en mi mente, quedaron clavados en mi corazón y en mi alma aunque el tiempo con el fue poco porque a mis 11 años el voló y sigue volando y sigue alegrando mi vida

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