Al cubrirse con la manta, los cómics de viajes se deslizaron al suelo.

En un rincón vio su globo terráqueo, apagó la luz y se durmió

A Miguel, la idea de viajar le excitaba la imaginación. A los 10 años se montaba en la bici llevando en su mochila revistas, un bocadillo. En algún parque cercano comía echado bajo un eucalipto, mirando pasar las nubes. Se imaginaba estar en un país lejano.

De adolescente se subía en la bici y recorría la ciudad.

A los 20 años, en algún cruce de carreteras, hacia “autostop” y viajaba a otras provincias.

A Miguel siempre le atrajo viajar, irse hacia un sitio lejano.

De mayor se subía en un avión y llegaba a alguna ciudad, en otro país. Alquilaba un coche y recorría lugares deseados.

Eso que sucedió aquel día fue para Miguel como un viaje no previsto hacia lo desconocido.

Al recorrer el pasillo del hospital, recordó una película: alguien es ingresado de urgencia en un hospital, empujan velozmente la camilla en la que va, lo que ve el protagonista es el techo que se desliza hacia atrás, lámparas fluorescentes y rostros.

Ahora el que va en la camilla es él. No lo llevan de urgencia, él se siente como en un paseo, ve los espacios donde pasará unos días, aunque no lo sabe todavìa.

No negaba estar preocupado por el futuro. Ir en una camilla, por esos pasillos, no era cosa de todos los días, pero prefería no pensar.
Tenía que recibir primero el resultado de los exámenes, para luego saber su
futuro.

Se cubrió con la manta hasta la nariz y dejó un resquicio para “ver el paisaje”: suspensiones metálicas del techo, plafones de iluminación, detectores de calor, caras que lo miraban. Volteaba la cabeza hacia atrás y veía el soporte de los frascos de suero colgados sobre su cabeza, también el rostro de la enfermera que empujaba la camilla con mucha eficiencia.

En un momento de aquel viaje ella preguntó:

– ¿Qué tal cariño, todo bien?… – sin esperar repuesta le advirtió:

– Cuidado con las manos, ponlas adentro, no te vayas a lastimar con una pared…

Su mano sobresalía un poco. Deseaba que algo de él quedara afuera de la
situación que estaba viviendo. Hizo caso a la advertencia al notar lo cerca que pasaban de las paredes.

La enfermera iba rápido, saludaba a sus compañeras, algunas veces paraba y conversaba, dejando la camilla en un rincón luego continuaba la marcha.

Iba canturreando algo así:

– Estamos llegando, hemos llegado… adentro está cálido y nos
amaremos…

Pararon frente a una puerta doble, con ventanitas pequeñas, la camilla empujó las hojas y entraron a un salón muy iluminado, con mucho movimiento
de enfermeras.

La camilla fue ubicada junto a otras, separadas por cortinas.

La enfermara sonrió y dijo:

-Acá se queda en buena compañía, espere que ya lo vendrá a ver su médico con los resultados –y se fue.

Esperar… Miguel esperó.

La imaginación y la manta con la que se cubrió hasta la cabeza le ayudaron a crearse un refugio.

El borde de la manta fue un horizonte imaginario, por encima del cual solo vio pasar tubos con frascos de suero colgando, cabezas con cofias.

Allí se quedó acurrucado, diciéndose que cuando saliera del refugio, volvería a casa.

Pasaron las horas, no sabía si era de día o de noche, los ruidos se habían unificado en uno, lo poco que podía ver no le llamaba la atención.

Esperó…

Oyó una vocecita a su lado, parecía la de un anciano, que llamaba a la enfermera preguntando:

– Señorita… enfermera… ¿no sabe cuando vendrá el médico?

Las enfermeras pasaban, lo miraban sonrientes y algunas contestaban:

¿Qué le pasa abuelo?… cuando estén los resultados vendrá el médico… quédese tranquilito…

Pasado un rato se volvía a oír la vocecita;

– Señorita, enfermera… ¿no sabe cuando vendrá el médico?…

Las repuestas se repetían:

–Bonito, ya tendrás noticias, ten paciencia

Miguel pensó que esas noticias no serian buenas para la vocecita, le dirían
que debía ser internado.

Cuando llegaran las de Miguel serian para darle el alta.

Un grupo de personas se acercó al anciano: un médico, enfermeras, traían las noticias.

– Abuelo, todo bien, ya puede irse… – le dijo el médico – afuera lo están esperando, cuídese, vuelva para que lo controlemos…

El grupo se alejó con la camilla del anciano hacia la salida, Miguel no
logró ver su rostro, se lo imaginó, vio una mano asomarse y saludar.

Miguel se quedó solo, con sus pensamientos. En ese momento emergió un rostro a su lado; la médica que lo había atendido al ingresar.

— ¿Que tal, como estamos…?

Leyó en una carpeta, miró a Miguel , volvió a leer.

Se acercó y dijo:

– Bueno lo que tenemos es algo delicado…

– No es grave, no se asuste….

Miguel se encogió dentro de su refugio y pensó:

– Estoy jodido, no hay vuelta atrás, no lo puedo creer… es un sueño, seguramente despertaré y será distinto.

La doctora continuó:

– Tendremos que dejarlo unos días internado para ver la evolución y hacerle unos estudios, voy a arreglar para que lo trasladen y avisen a su familiar…buenas noches, que descanse…

Miguel sintió moverse la camilla hacia algún lado.

Miró hacia arriba y reconoció a la enfermera de antes.

En el pasillo volvió a ver el paisaje del techo que corría hacia atrás.

-¿Qué tal bonitico… vamos bien?…– le preguntó, sonriéndose

-Ya vamos a llegar a la habitación y podrás descansar.

¿Por qué será –se preguntó Miguel –que cuando uno está desvalido, lo tutean cariñosamente?

La camilla entró en un ascensor. Recorrieron otros pasillos, Enfrentaron unas puertas dobles y entraron en una habitación en penumbra.

Lo ubicaron en un lugar cerca de la ventana, acomodaron sus cobijas y le dijeron:

-Si necesita algo apriete este botón, buenas noches,
que descanse.

Quedó solo, por la ventana vio el cielo estrellado y la luna.

Silencio…

Fue su viaje… un viaje interior.

FIN

Hospital Dr . Peset Valencia

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