Ninguna niña debía pasar por esto. Apenas abrí los ojos esa mañana supe que esa no era mi habitación, no era mi cama y sin salir del cuarto supe que no era mi casa.

Vivo en un campo donde al despertar hay ruidos que reconozco y que me ayudan a salir de la cama. Mi papá tiene un conuco, uno pequeño, pero hay algunos animales que saludan al comenzar el día. También hay un río que, aunque debo caminar un poco para llegar allí, su sonido llega hasta la casa, especialmente en las mañanas. Las hojas de los árboles, las ollas en la cocina con los pasos de mi mamá, el silencio de mi papá, todo se une para formar una melodía que no a todos les gusta -como a mis hermanos que prefieren estudiar en lugar de recoger café-.

A mí me gusta mucho, lo prefiero a ir al colegio y por eso me escapo cada vez que puedo. Me gusta amarrar la cesta en mi cintura y el olor de la fruta del café. Me gusta irme al río y bañarme y cerrar los ojos para escuchar todo lo que me rodea. Me gustan las vacas, los perros, el cují y las mariposas. Lo único que no me gusta es el grito del cochino cuando le dan un palazo para matarlo. Mi papá se empeña en que yo esté allí con un tobo para recoger la sangre pero siempre lo dejo caer y salgo corriendo cuando el cochino chilla. Y mi papá insiste.

En lo verde de las matas, en el tono cristalino del río y sus aguas frías pero deliciosas, lo tengo todo. Voy a la escuela sólo porque mis padres me obligan pero lo que yo realmente quiero aprender está aquí, al alcance de mis ojos y de mi tacto.

También me gusta muuuuucho jugar con mis hermanas y hermano a las escondidas porque siempre les gano, escojo los mejores lugares y rara vez pueden encontrarme. Hacer muñecas de trapo con mi mamá me lleva todo un día, me esfuerzo bastante pero nunca quedan tan lindas como las de ella. Columba se llama mi mamá. Es firme y exigente con nosotras para que cumplamos con las tareas en la casa. No es como otras madres de por aquí, no señor, es seria y casi siempre anda malhumorada. Por eso disfruto tanto coser las muñecas junto a ella, porque entonces sí, ese día está sonriente y diría que casi feliz.

Por eso sé que esta no es mi casa, la melodía no estaba allí. Y me asusto mucho. Comienzo a hacerme preguntas y a tratar de hallar una explicación razonable ¿Habíamos salido a visitar a algún familiar mientras dormía? No, conocía las casas de todos mis tíos y en ninguna había un cuarto como este ¿Alguna amistad que yo no conocía? Era muy poco probable. Traté de escuchar algo que viniera de afuera de mi cuarto, pero nada. Así que decido salir de la habitación.

Abro la puerta con mucho cuidado pero sólo veo un pasillo muy pequeño, camino unos pasos y me encuentro con la sala y allí estaba ella. Es una mujer que jamás había visto en mi vida, miraba la televisión muy concentrada y no notó mi presencia. Nadie más en esa casa fría, ni mis padres ni mis hermanos, ni mis tíos, nadie. Me asusta tanto.

Pero de cobarde nada, así que decido asomarme lo suficiente para que pueda verme.

  • ¿Quién eres tú? -me doy cuenta de que sólo había preguntado en mi cabeza.
  • Hola, buenos días ¿cómo durmió la señora?

 La mujer me ve con amabilidad y sonríe, así que decido seguirle la corriente ¡señora! Que estúpida, si apenas tengo 10 años. Ya me cae bastante mal. Me ofreció café, le digo que quiero leche también porque mis papás no me dejan tomar café negro (eso lo pienso no se lo digo, no merece ninguna explicación de mi parte). También me da una arepa con queso y mantequilla. No sabe a nada le digo. Me responde con alguna impaciencia, está bien es que te cuesta percibir los sabores.

¡Tanta idiotez junta! Si sólo con probar la comida me doy cuenta de los ingredientes que contiene y también tengo talento para usarlos en los alimentos. A todo el mundo le encanta como cocino,me dicen que seré muy buena cuando crezca y siempre recibo muchos halagos por mis platos. Y viene semejante idiota a decirme que no percibo los sabores. Ahora sí que no la soporto. Jugaré su juego hasta entender qué es lo que pasa. Debía buscar la manera de salir y regresar a mi casa, ese es mi plan.

Después de comer me dice que me vista para salir a caminar un rato, siempre amable y con esa sonrisa estúpida en su cara como para mantenerme tranquila. Pregunto donde está mi ropa y responde que en MI CUARTO. Jamás tuve un cuarto siempre lo he compartido con mis hermanas pero me hago la tonta y callo. Lo cierto es que mi ropa estaba allí ¿cómo es esto posible? Por un momento pienso que tal vez mi papá y mi mamá habían permitido que yo viniera a esta casa, me habían amenazado antes con ponerme a trabajar en alguna casa de la ciudad si no me esforzaba más en la escuela.

Me visto porque veo la oportunidad de un escape en ese paseo. Tengo que hablar con mis padres para saber qué había ocurrido. Explicarles que estaba decidida a hacer todo lo que ellos quisieran, pasaría el día estudiando, leyendo y escribiendo, haciendo mis tareas, Ya no me escaparía nunca más del colegio, pero por favor ¡por favor! permitan que regrese a mi casa.

Salimos por un camino, una carretera con árboles distintos a los de mi campo, tampoco melodías, algunos carros que pasaban de vez en cuando y algunos edificios pequeños a los lados del camino. Hacemos el recorrido en silencio, primero bajamos y luego regresamos en una subida poco empinada ¡Tenía tantas preguntas! Pero no me animo a hablar con esta mujer, con esta mujer que me había sacado de mi casa quién sabe cómo y quién sabe para qué. No puedo ver la manera de escapar de ella y de ese lugar, no reconozco nada. No tengo idea de dónde estoy.

Entonces comienzo a cantar para tratar de calmar el miedo y la tristeza que siento porque extraño mucho a mis padres, a mis hermanos, a mi campo. Canto boleros, rancheras, tonadas que entonaba mi padre mientras araba la tierra. Canto todo lo que puedo recordar con la esperanza de que ésto termine de una vez, de que vengan a buscarme, porque por muy mal que me portara, mi familia debía echarme de menos también. Me sorprende descubrir a la mujer mirándome sonriente, con una dulzura que pocas veces había sentido ¿qué trama? Seguro quiere convencerme de que me quede, fingiendo que yo soy importante para ella. 

O tal vez es una mujer muy sola. En su casa no se oye ningún ruido, nadie viene a visitarla. Ella me dice que hay algo llamado Coronavirus y que es una enfermedad que está en todo el mundo y la gente no puede visitarse porque hay una cuarentena estricta decretada por el gobierno ¡Mira cuánta imaginación hay en la cabeza de esta señora! Seguro que de tanto ver televisión ha aprendido a decir semejantes mentiras sin que le tiemble el pulso. La verdad de todo la tengo clarita: Ella no quiere que nadie me vea para que mis padres no sepan donde estoy, no puedan buscarme y encerrarla en la cárcel por lo que le ha hecho a mi familia. Ella a mi no me convence.

A veces miro la televisión pero no entiendo nada. No entiendo lo que dicen ni escucho lo que cantan y me aburro muchísimo. Tal vez la mujer me da algo en la comida para que yo no pueda concentrarme bien y así tenerme atada a su casa y tener que hacer siempre lo que ella dice. Un día a la semana ella sale para buscar alimentos, entonces yo aprovecho de revisar toda la cocina y comer lo que más me gusta. Eso la enoja muchísimo, se pone furiosa y me grita que me voy a enfermar, que ya había comido, que hay que comer con moderación porque el dinero había que rendirlo. Y yo canto cualquier cosa para que se calle y para que se ponga más rabiosa, eso no falla.

Pasan los días y cada uno de ellos idénticos: levantarme, tomar café y desayunar, salir a caminar, sentarnos interminables horas a mirar la televisión, almorzar, merendar, cenar, bañarme y volver a la cama a dormir. Todo con las instrucciones de esta mujer que pretende ser amable pero en muchas ocasiones pierde la paciencia cuando, a propósito, yo la trato mal. Es extraño, parece como muy necesitada de cariño. Tal vez por eso me robó y me trajo a vivir con ella. Eso sí ¡cómo le gusta mandar y corregir! Todo son órdenes maquilladas de por favores, pero siempre debo hacer lo que ella quiere, comer lo que ella quiere, bañarme cuando ella quiere… Me aburro tanto, extraño tanto. Y tanto, tanto, la odio.

Pero hoy todo cambió. Desperté de muy mal humor, ya no aguanto más esta casa, este silencio y esta soledad permanente. He soñado con mi padre. Estábamos recogiendo café y papá me veía con orgullo contento de que su hija Teresa fuera tan feliz en el campo, tan hábil en las tareas del conuco, tan dispuesta a moler el maíz para preparar la arepa para el desayuno. Y yo me derretía de amor por él, siempre quise ser su favorita y en este sueño lo soy.

Por eso me levanté molesta, sin ganas de salir de la cama, porque cuando desperté esperaba poder salir corriendo a atender a mi papá, esperaba llegar a nuestra pequeña cocina y ver a mi madre controlar todo sin tener que pensar en que hará después. Precisa, como algunas de esas personas que con un palito dirigen a un montón de músicos a la belleza y a la perfección.

El día transcurrió igual que siempre y para cuando llegó la instrucción del baño mi paciencia había dicho hasta aquí. Me niego, le digo que estoy limpia, responde que no y que uno se baña todos los días. Camino a “mi” cuarto y me sigue con su perorata.

  • ¡Déjame en paz, quién eres tú! No me voy a bañar, no me da la gana
  • Mamá por favor, soy tu hija

Me paralizo. Pero que carajos se cree, mamá ¿mamá? Idiotaaaa. Como voy a ser tu mamá si soy una niña ¡¡¡¡dónde está mi papá!!! Tu papá murió. Tiemblo, siento como si un hueco enorme me traga. Salgo tan rápido como puedo para ocultarme en el baño y llorar sin la presencia de esta loca ¿y asesina? Me recuesto del lavamanos y busco mi rostro en el espejo para ver algo que me resultara conocido, familiar y me saque de este estado de desespero y desesperanza. Entonces ocurre lo peor.

La cara de una anciana con el cabello más blanco que negro me devuelve la mirada y yo, exhausta, me desvanezco.

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