La vida y la muerte llegan con un suspiro, un aliento, un respiro. La vejez es uno de los estados a los que no todos tenemos la fortuna de llegar. Es un regalo para muchos llegar a este punto, para otros no tanto ¿Y qué pasa una vez que llegas? ¿Cuándo estas en ese punto crucial entre la vida o lo que te queda de ella y la muerte?
Muchos ven esa llegada como el fin de todo, otros como el inicio de algo. Nadie sabe con certeza que esperar, muchos solo se guían por la fe, por una promesa de algo más eterno y hermoso.
Aquel día que la conocí estaba asqueada de la vida. Sentía que no valía nada. Cada parte de mí, deseaba desaparecer. En ese punto, solo existía.
Para mí todo inició con una fatal noticia, en ese momento pensé que era “terrible”. Es increíble como a medida que vas creciendo y madurando cambia tu perspectiva de lo que es importante realmente. Accidentalmente me enteré de algo que yo vagamente sospechaba. Mi novio me fue infiel. No sabía que le tenía tanto afecto hasta ese momento. Sentí una fuerte cuchillada en mi corazón, un hilo de dolor atravesaba mi alma. Lo enfrenté, le hice saber el motivo de mi sufrimiento, no le quedó otra que confesarme la verdad.
Para colmo ese día me bajo el periodo. Mmm… Ni una maldita toalla sanitaria tenía. Tuve que correr al supermercado, cabizbaja y viendo todo sin mirar nada.
El día no estaba a mi favor, era una mañana hermosa, el sol calentaba sin picar y la brisa veraniega invadía cada rincón de la ciudad. Era un día perfecto, pero no para mí. En mi interior una tormenta arreciaba, las nubes grises con truenos me seguían sin descanso, sin parar. Estaba sorda al sonido de la ciudad, solo podía escuchar mi estruendo interno.
Una vez en el supermercado puse mi peor cara, no quería que nadie se me acercará, y mientras me ponía en la fila para pagar, la vi… Caminaba con paso seguro, lento pero seguro. Era una personita diminuta, yo con un metro setenta y cinco la veía tan frágil y delicada. Me pareció una completa ternura. Llevaba jeans claros acampanados, con una blusa de rayas y unos converse. Su carrito de mercado era un poco más pequeño que ella, parecía una extensión de su brazo. Su corto y blanco cabello le sentaba muy bien a su delicado perfil y esos lentes, vaya que eran unos grandes lentes, le cubrían la mitad del rostro, pero eran hermosos.
Ella se puso detrás de mí en la fila para pagar. Yo no estaba en posición para hablar con nadie, la señora me observaba. Se notaba inquieta, seguro era inquieta. Por un momento recordé a mi mamá y pensé así será mi madre de mayor, no va a poder estar tranquila en un sitio. La dama se acercaba a la caja, preguntaba algo y se volvía a colocar detrás de mí, iba al pasillo de las salsas tan rápido como sus piernas se lo permitían, yo veía que volaba y se volvía a colocar detrás. Manejaba el carrito con una destreza que nunca he visto ni en personas jóvenes, era una experta.
Al día de hoy, aun no sé qué la hizo hablar conmigo, quizás solo quiso desahogarse con un desconocido. Y sin más preámbulo, inició la conversación:
_ ¡Vengo del frente!… De acá de donde venden verduras. En un tono de exaltación: ¡Todo está carísimo! Aaah… Cada día resulta más difícil comprar las cosas. Su voz denotaba derrota y resignación, nada que ver con su actitud desafiante y vivaz.
No pude evitar mirarla con tristeza y asentir con la cabeza. Cada vez sonaba más triste y quebrantada:
_ ¡Yo ya no puedo con esto! Esta situación que estamos viviendo, es demasiado fuerte para mí, para mis huesos. Ustedes los jóvenes son los que están en capacidad de enfrentarse a la vida, a las adversidades… Mis pobres huesos ya vivieron sus mejores tiempos.
Su voz y la forma en como expresaba la pena en su rostro, en su sentir, en su alma, me hicieron olvidarme de mis asuntos. Yo no hablaba, ella no necesitaba oírme, quería ser escuchada:
_ Cada noche le pido a Dios que me lleve… Y no lo hace. Yo no sé porque sigo viva. Ya yo viví lo que tenía que vivir, mi cuerpo está desgastado y cansado. Ustedes, la juventud de ahora es la que tiene que salir adelante. Ya yo viví, viaje, tuve mi vida y la disfrute. ¡Quiero morirme! ¿Es mucho pedir?
_La vida es bonita cuando tienes ganas de vivir, cuando estás preparado para ello, de resto, solo estorba. Estoy sola, mi esposo ya no está conmigo y mis hijos todos en el extranjero, haciendo su vida. No les reprocho nada, siempre me llaman y sé lo mucho que me aman, pero todos tienen que hacer su vida. Los hijos no son nuestros son de la vida.
Quieren que me vaya con ellos, yo solo estorbaría. Además, si he de morir de vieja, que sea en mi tierra, donde nací y me crié.
Oír esas palabras, mientras sus ojos se aguaban me atravesaron el alma, y me provoco pena y vergüenza. Esta señora ¡Quería morirse! Y yo aquí llorando por un imbécil que ni vale la pena. Una chica de 20 años, graduada, con beca para un máster, con todo un futuro y una vida por delante, llorando por un hombre que la engaño, como si fuera el fin del mundo. En ese momento lo supe, él no valía la pena. Tenía la vida delante de mí, tenía la fuerza para vivirla y por un momento esa voluntad quedo desecha por el acto de una persona ajena.
Nosotros no tenemos la capacidad de evitar que las personas nos hagan daño o cometan errores, pero podemos controlar la forma en como reaccionamos ante esas situaciones. No es fácil, la vida no es fácil. Como todo hay que hacer un gran esfuerzo y tratar de aceptar e ir mejorando.
La señora seco sus lágrimas, me tomo de la mano y me dijo gracias. Yo solo le sonreí. En ningún momento de mi boca salió palabra alguna. Pague mi producto y salí a la luz del sol, me impregne con esa energía, renové mi ser y salí adelante.
Han pasado tres años desde ese encuentro, esa adorable viejita sigue viva y aun se le puede ver “atareadita” con su carrito de mercado. Sigue teniendo ese carácter vivaz y desafiante, con una gran fuerza de voluntad. A veces paso por su lado, pero ella no se acuerda de mí, es probable que ni siquiera recuerde nuestra conversación, pero yo sí, ese instante es muy preciado, me hizo ver la vida desde otra perspectiva. No ha cambiado, sigue siendo la misma señora con la que me tope. Más anciana, pero aun así se ve igual, idéntica a aquel día.
No puedo determinar si yo fui enviada para ella o ella fue enviada para mí. Supongo que soy de tomar las experiencias y vivencias de los demás como mías. Las personas mayores son un cumulo de historias, tiempos y consejos, pasado no vivido por mi juventud pero que tanto aprecio y anhelo me da escuchar.
Tanto así que sus lecciones me siguen para toda la vida, las hago mías, como la del anciano vecino que siempre buscaba la forma de hacerme reír, y lo lograba. Yo pequeña, lo veía como un viejito gracioso. Mis papás lo querían mucho y yo también, nosotros no esperábamos que enfermara y muriera, lloré desconsoladamente. Su esposa que también me quería mucho, intentó consolarme tiernamente. Aún hoy recuerdo sus tiernos abrazos y besos, yo tenía ocho años de edad y no sabía nada de la vida, y la muerte me parecía espantosa. Ya había perdido a mi adorado perrito y era un dolor muy fuerte el que se sentía ¿Por qué teníamos que morir?
En mi dolor y llanto, yo la veía tan calmada y resignada al fallecimiento de su esposo que incluso llegué a enojarme con ella y ofenderle, mis padres llamaron mi atención, me calmaron y me llevaron a la cama.
Durante todo ese tiempo del velorio y el entierro, se le veía triste pero no desconsolada como el resto, yo quería saber el porqué de su actitud, muchos la criticaron, llegaron a decir que no quiso a su esposo en vida. Luego del entierro, ella vino a hablar conmigo, sus palabras aun yo siendo pequeña, resonaban en mi cabeza y al día de hoy las sigo atesorando mucho:
_ Es difícil para muchos hablar del ciclo de la vida, sobre todo la parte de la muerte, porque sí, la muerte forma parte de la vida. Sabemos que estamos vivos porque en algún momento estaremos muertos. Y estos temas se hacen más difíciles cuando giran en torno de seres queridos.
Aceptar la muerte como parte de la vida te hace temerla menos. Eso lo aprendí de mis abuelos y se lo transmití a mi amado esposo, este donde este en este momento. Muchos piensan que no hay nada peor que la muerte, pero el sufrimiento de una persona puede hacerte cambiar de idea querida.
Mi esposo estaba muy enfermo y su situación solo empeoraría, nosotros somos viejos, no tenemos la capacidad que tienen tus padres para recuperarse. Cuando uno envejece el cuerpo empieza a deteriorarse, va llegando al final de su ciclo. Y eso no está mal, morir no es malo.
(Yo la escuchaba intentando entender. Era la primera persona que hablaba de forma tan relajada de la muerte, se notaba tranquila y resignada a que todos llegaremos a ese punto.)
Lo único seguro que hay en la vida es su final, y si es así ¿Por qué no aceptarlo? Aceptar que no vamos a vivir eternamente y que hay que hacer lo mejor posible por irse tranquilo. Mi esposo murió en paz, ¿no viste la sonrisa que tenía en su rostro? Él se fue tranquilo, ya no va a sufrir más.
Y yo, lo amo tanto que me alegra que su cuerpo ya no le cause más dolencias. Lo extraño y lo voy a extrañar y lo seguiré amando por el resto de mi vida, y estoy triste porque ya no estará a mi lado, pero estoy tranquila porque salió de ese sufrimiento en que estaba.
Y ahora mi pequeña, solo me queda ser feliz y disfrutar cada momento que vivo. Porque las vivencias es lo único que te llevas. Los momentos que vivimos y son tan especiales es lo mejor y lo más bonito que podemos llevarnos.
Luego de muchos años, experimenté lo mismo con mis abuelos. Veía su sufrimiento y sus ganas de abandonar ese cuerpo viejo y enfermo. Cuando fallecieron me dolió porque ya no estarían conmigo, pero se fueron tranquilos, con una sonrisa en su rostro, con la esperanza de por fin descansar de ese agobiante martirio. Y me di cuenta de cuánta razón tenía esa señora.
No creo que le temamos a la muerte, a ciencia cierta no sabemos que hay después de ella. La pérdida de nuestra consciencia, de lo que somos y lo que fuimos creo que nos produce más miedo.
El mundo está lleno de vivencias y cuando consigues a alguien que ha vivido lo suficiente, y te da la oportunidad de vivir por medio de él o ella, esas experiencias, tienes que ser consciente de esos pequeños momentos en nuestras vidas que llegan. No se necesita mucho, solo tenemos que saber escuchar.
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