LA PÉRDIDA, LA SOLEDAD Y EL AMOR

LA PÉRDIDA, LA SOLEDAD Y EL AMOR

LA PÉRDIDA

Han pasado dos semanas desde que Mercedes murió y no quise que trascurriera más tiempo para retirar su ropa, sus objetos, sus libros. Mi hija me ayudó y su presencia me permitió mantener la entereza y no derramar ninguna lágrima, no porque no vinieran a mis ojos sino porque debo enseñarle que la vida continúa a pesar de las pérdidas irrecuperables, de los dolores que se instalan como enfermedades crónicas acompañándonos hasta el final de nuestros días. A Mercedes le gustaba guardar todo aunque después no se acordara que lo había guardado. Sus cosas estaban vedadas para mí o los chicos, era muy celosa se su privacidad y todos nosotros respetábamos esto como otra de sus pequeñas manías. En la tarea de ordenar y para hacer espacios no contaminados con recuerdos, encontré un sobre cerrado escrito con su letra dirigido hacia mí. Lo tomé entre mis manos, sintiendo que me lo enviaba desde el lugar que estuviera ahora, hablándome y mirándome con sus ojos que tanto amé. No quise abrirlo en ese momento, preferí hacerlo cuando estuviera solo y me pudiera entregar a su lectura y llorar si las lágrimas hasta ahora negadas, podían fluir libremente.

Tuve suerte, por la tarde, los chicos se fueron a sus actividades y me quedé solo en la casa, me senté en el sillón y abrí con cuidado el sobre cerrado. Nadie me vería si lloraba, tenía algunas horas en las cuales podía entregarme a la tristeza sin sentirme culpable.

Querido Fabio: si tienes esta carta entre tus manos, yo ya no estaré contigo porque me habré marchado de esta vida. No te sientas mal por ello, ya estaba cansada de sobrellevar el cáncer, fueron catorce años de luchar, al principio sola, el último tiempo juntos. Tardaste en aceptar la enfermedad y te invadió la desesperación al ver que no podías hacer nada. Luché por mantenerme viva porque me apenaba dejarte solo en esta etapa de la vida donde uno ya no tiene el vigor de los años juveniles. Más debo irme, mi tiempo se acabó y estoy resignada. Quedan un montón de vivencias de nuestros hijos que disfrutaras vos solo. Sus graduaciones, los casamientos de cada uno de ellos, el nacimiento de los nietos, sus cambios a medida que la vida trascurra. Serás testigo de sus vidas y envejecerás mientras los ves transformarse en hombres y mujeres adultos. Los amé tanto como no puedes imaginar. Siempre recuerdo nuestro primer encuentro, cuando yo tenía dieciocho años y vos, veinticinco. El primer beso, la primera caricia, cuánta culpabilidad por nuestros ardores juveniles, cuánto amor existió siempre entre nosotros a pesar de la incomprensión y el enojo que a veces nos invadía. Fuiste un compañero leal y reconozco que siempre fui tu amor luchando por redimirte ante cada error cometido. No olvidaré cuando te pedí que volvieras a mi cama en los postreros días porque le tenía miedo a la muerte. Vos viniste y dormimos toda la noche abrazados, como si tus brazos pudieran impedir que la muerte me llevara. Sólo eras un hombre, pero creo que hubieras cruzado el mundo para encontrar el remedio para curarme de mi mal. Tanto me amabas que decidiste quedarte en un lavadero, sin sexo, para no dejarme. Siempre quisiste estar a mi lado dentro de tu torpeza y tus debilidades. El nuestro fue un amor de toda la vida que resistió sin abatirse todos los dardos de los envidiosos y los malignos. Nos amábamos y nos seguiremos amando, no creo que la muerte logre separarnos. Te dejo con casi sesenta años, en una etapa de la vida que necesitábamos estar juntos; te dejo envejeciendo solo, sin mi amor. Te ama, Mercedes.

LA SOLEDAD

El retiro llegó de pronto, la Compañía juzgó que era hora de que me fuera a casa. De nada sirvieron las innumerables horas dedicadas al trabajo, los fines de semana que acudí para adelantar los proyectos, lo que sacrifiqué a Mercedes y a los chicos. Para que mi retorno fuera imposible me ofrecieron el dinero que nunca podría obtener si continuaba trabajando, entonces decidí irme.

Empecé a buscar en mi vida pasada los proyectos que abandoné por falta de tiempo y así me reencontré con la música, con la escritura, con las plantas y las flores. Reinicié las caminatas tratando de recuperar mi salud del mal del oficinista sentado. Mis hijos seguían viviendo conmigo pero no debía aferrarme a ellos. Tomé conciencia que eran un regalo que me ofrecía la vida antes de llevarlos a tener su propia vida y acepté ese tiempo breve con mansedumbre y resignación. En él compartimos viajes maravillosos, cumpleaños, comidas, paseos, charlas.

No quise olvidar a Mercedes, y levanté un altar en donde alguna vez supo estar el teléfono. Allí puse una de sus últimas fotos, la que tocaba la campana cuando terminaba la etapa de las radiaciones. Cuando todos confiábamos que el cáncer había sido vencido y ella viviría. Fue inútil, al poco tiempo, se agravó y de nada sirvieron las radiaciones ni la campana ni las ilusiones: se marchó. Junto a su foto siempre tengo flores frescas de mi jardín, es mi forma de decirle: No te olvidé.

Pasaron un par de años y tengo sesenta y un años, a veces me duelen los huesos para recordarme que ya no soy joven, me canso más rápido ahora y me tengo que cuidar de la pandemia. Retorné a escribir como lo hacía cuando era joven, contando las cosas que me pasan, las que me preocupan, tratando de despejar la soledad inmensa que a veces me invade. Seguí en contacto con algunos de mis excompañeros y vienen a verme, compartimos una comida, unos tragos, pero la soledad que traen los años no es tan fácil de ahuyentar.

Con el paso del tiempo pasé de estar insensible a sentir deseos y me sorprende mi cuerpo deseando entregarse y que se le entreguen, como si el éxtasis de la cópula me trajera de nuevo a la vida, de a poco siento mi carne como algo vivo y doliente a pesar de la soledad.

A pesar de me mantenerme ocupado en lo que me gusta, hay una hora del día en que la melancolía me atrapa entre sus brazos y me envuelve sin dejarme escapar dejándome deprimido.

Estoy envejeciendo, me doy cuenta por las numerosas cajas de pastillas que hay junto a mi cama, las de la presión, las del colesterol, la de la próstata y algún calmante que eventualmente tomo cuando siento algún dolor.

La ausencia de Mercedes me devolvió a la soledad que me acompañó toda la vida antes de encontrarla, a esa tristeza que sentía los domingos al atardecer y que ella disipó con su sola presencia. Envejecer y estar solo es más duro.

EL AMOR

__ Hola, ¿qué buscabas? __

__En realidad, no lo sé, supongo que sexo o acaso hablar con alguien__

__¿Edad?__

__61, ¿vos? __

__32 __

__Sos muy joven__

__Bueno eso no es un impedimento para tener sexo, no soy un menor__

__No, obviamente que no, pero…__

__¿Qué te preocupa?__

__No poder responderte cómo quizá lo esperes__

__Déjame decidirlo a mí__

__De acuerdo, ¿Dónde nos encontramos?__

__Te espero en la plaza Roca__

__¿Cómo te voy a reconocer?__

__Usaré una remera negra, un jogging gris, zapatillas azules___

__Yo tendré un jogging azul y una remera blanca con zapatillas negras__

__Bien, ¿Cuál es tu nombre?__

__Fabio ¿y el tuyo?__

__Marcos__

__¿Te parece bien a las 16?__

__¡Perfecto!__

Hice algo muy loco, me había metido en una página de encuentro gay y quedé en encontrarme con un joven que podía ser mi hijo ya que lo doblaba en edad, pero sentí la necesidad. Decidí que a mis años, no habría un después así es que fui al encuentro, con algo de temor, pero seguro de querer hacerlo.

El joven era varonil y muy agradable, poco habituado a las vueltas me dijo a qué hotel de citas podíamos ir. Yo, en automático, no pensaba ni discutía. Fuimos. Dentro de la habitación con suave penumbra, él se desnudó mostrando su cuerpo bien formado y masculino y me exhortó a hacer lo mismo. Me costó vencer el pudor pero acabé quitándome toda mi ropa también. Ahí estábamos, frente a frente, ambos desnudos. Jamás pensé que existieran deleites tan exquisitos y prohibidos, durante tres horas vivimos un momento sexual como hacía tiempo no recordaba haber vivido. Después de repetidos orgasmos mutuos, nos quedamos tendidos los dos desnudos, exhaustos y en silencio sobre la cama.

__¡Sos maravilloso, viejito!__

__¡Amigo! ¡Me has hecho volver a vivir una vez más!__

__Quisiera verte de nuevo__

__Yo también, pero ¡sos tan joven!__

__¿Qué problema tenes con la edad, acaso no me cogiste y te cogí?__

__Sï, es cierto__

__Encontremos nos, tengo mi trabajo no quiero que me mantengas__

__Yo no dije eso__

__Te propongo vivir esto que nació en un “polvo” el tiempo que dure y después que sea recuerdo__

__¿Sabes que sí, me gustaría que viajáramos, explorar lugares nuevos y descubrirlos juntos? __

__Ya te digo que sí__

La irrupción de Marcos en mi vida fue abrupta. Primero, despertó todos mis sentidos, recordándole a mi cuerpo que podía sentir y que mi miembro no era un pedazo de carne caído sino un falo erecto disponible para el placer. Todo mi cuerpo reaccionaba en una forma inusitada para mí que siempre fui heterosexual. No me preguntaba ni me cuestionaba si hasta ayer tenía sexo con mujeres como ahora me acostaba con otro hombre sin ningún tipo de culpabilidad. Lo asombroso era que no me importaba. Ya no me sentía viejo ni solo, me sentía vivo, había retornado a la vida.

Los viajes se sucedieron uno detrás de otro, y el amor creció como una llama que nos alumbraba y nos encendía, no medíamos el tiempo, era nuestro. Compartíamos desde una comida a una caminata, o simplemente estar desparramados sobre sillones o alfombras escuchando música. La conexión no solo era física, dado que cogíamos varias veces a la semana, la conexión también era espiritual.

El tiempo pasó rápidamente, sin darnos cuenta, vivíamos sólo para nosotros y no pensábamos en nadie más. Con mi sexta década de vida, estaba viviendo el esplendor que tenía el ocaso, yo sabía que vendría la rápida e inevitable declinación con la séptima década y no quería que Marcos se quedara por lástima conmigo o por ternura. Debía aceptar que cuando cumpliera setenta años, iniciaría quizás la última etapa de mi vejez antes de morirme. No le tenía miedo a la muerte, la veía como la etapa natural de mi vida y con la confianza que había algo más. Por todo esto, tomé la decisión y se la comuniqué cuando cumplí los setenta años:

__Quiero terminar lo nuestro, me has hecho inmensamente feliz, pero es momento que te marches y sigas con tu vida__

__¿Por qué, Fabio, te fallé, te hice enojar?__

__Me has hecho feliz y quiero quedarme con ese recuerdo, no quiero que seas testigo del deterioro físico que seguramente vendrá__

__Pero te cuidaría__

__¡No!, quiero que te vayas, quiero recordarte en el amor y no en la enfermedad__

__¿No cambiarás de opinión, verdad?__

__No, ya me conoces, cuando tomo una decisión no vuelvo atrás__

Se fue un atardecer, su ausencia me dejó un vacío muy difícil de llenar, me quedé sentado en el sillón mientras la penumbra del anochecer lo cubría todo, ahora podía envejecer tranquilo, estaba solo con todos los recuerdos de mi vida.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS