Los de arriba

Hacía tiempo que estaban buscando una nueva habitación en una casa compartida, donde poder vivir tranquilos, puesto que en todas las anteriores solo habían tenido problemas con los demás inquilinos. No tenían suficiente dinero como para irse a vivir a una casa para ellos solos, pero parecía que habían encontrado una buena habitación a través de un anuncio en Internet unas semanas atrás. Fueron a verla y estaba bien para el bajo precio que costaba la estancia. El casero no tenía pinta de estafador. Todo parecía correcto, firmaron el contrato y por fin se mudaron a su nuevo hogar.

La casa era una antigua vivienda victoriana que había sido reformada hacía varios años, aunque ya le iban haciendo falta unos arreglos. Tenía varias habitaciones repartidas en tres pisos. En la planta baja se encontraba la cocina y el salón. En la primera planta, un baño y cuatro habitaciones, entre ellas la de la pareja. Por último, en la planta más alta, otra habitación. Los muebles eran bastante antiguos y el suelo era de madera, por lo que, a cada paso que daban, lo seguía un estruendoso crujido. Había humedades en las esquinas y algunos otros detalles que no la hacían la casa de sus sueños, pero no tenían dinero para más, y lo único que deseaban era tranquilidad por encima de todo, cosa que el casero les había prometido.

El dueño de la propiedad era un hombre mayor con una agradable sonrisa, les contó que se había quedado viudo y con el dinero que le dejó su difunta esposa compró esta casa en una muy buena oferta que aún ni él se creía. Decía que la iría reformando poco a poco con el dinero de los alquileres. Había sido bastante sincero y eso les había hecho confiar. No parecía que tuviera ganas de que lo estuvieran molestando, además no vivía en la casa, por lo que no iba a estar yendo y viniendo. Seguro que si alguien daba problemas lo echaría sin dudarlo.

Llegó el día de firmar el contrato y entrar a vivir en su nuevo hogar. Después de todo el papeleo entraron a la habitación, dejaron todas sus cosas y el casero se despidió de ellos deseándoles suerte.

-Espero que esta habitación sea la definitiva, al menos por un tiempo -Dijo Alberto a su chica- odio las mudanzas.

Su expresión era dubitativa, eran ya muchas las casas en las que había vivido y en ninguna había sentido algo parecido a estar en su hogar. Necesitaba llegar a su habitación y sentirse como en casa, sin tener la incertidumbre de si en cualquier momento alguien comenzaría a pelearse con otra persona por la televisión o de si alguno de sus compañeros o compañeras traería a sus amigos para pasar la noche bebiendo en el salón con la música a tope.

-Eso espero -respondió Yanira con una sonrisa.

Había sido un día muy largo, de esos que parecen no acabar nunca, pero finalmente les llegó el esperado momento de irse a la cama y descansar.

Reinaba el silencio de la noche en la casa, ambos dormían tranquilos hasta que un gran golpe los despertó.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó sobresaltada Yanira.

El mismo sonido se volvió a repetir a los pocos segundos. Era un golpe seco que retumbaba en toda la casa. Alberto se incorporó.

-Parece que el ruido viene de arriba- Afirmó- ¿Qué hora es?

Yanira no hizo caso de la pregunta, pero debía ser más de media noche.

Los ruidos comenzaron a ser más continuos, esta vez acompañados de otros sonidos extraños, como si alguien estuviera arrastrando algo sobre el suelo de madera.

-¿A quien se le ocurre montar este jaleo en mitad de la noche? -Preguntó Alberto mientras se levantaba de la cama- voy a subir a pedirles que paren, es la primera noche y ya estamos así.

Yanira lo cogió del brazo sin dejar que este se levantara de la cama.

-Espera, quizá solo se les haya caído algo, no creo que se pasen todas las noches montando este jaleo- sugirió a su novio- démosles otra oportunidad, y mañana cuando los veamos por la casa hablamos con ellos.

Alberto se volvió a tumbar en la cama preguntándose a que se deberían esos sonidos a esas horas de la madrugada. Con una mezcla de incertidumbre y cabreo miraba hacia el techo frunciendo el ceño. No tenía muy buen despertar, y menos aún, cuando lo habían causado unos extraños ruidos en mitad de la noche. Estaba acostumbrado a que eso le pasara en otras casas, pero tenía bastante confianza puesta en ésta, y el hecho de que la primera noche ya fuera de esa manera lo hacía sentirse mal. Quizás se habían equivocado al elegir. De nuevo.

A la mañana siguiente, la pareja estaba en la cocina preparándose el desayuno, sin haber visto aún a los otros inquilinos. Alberto tenía ganas de encontrarse con ellos, quería tener una charla y poder irse a dormir esa noche tranquilo a la cama. Yanira, en cambio, solo deseaba conocerlos, le aterraba un poco la idea de vivir con personas sin saber siquiera quienes son, más aún, después de todo lo que había vivido compartiendo casa. Solo deseaba ponerle cara a sus compañeros y que fueran buenas personas.

-¿Volviste a escuchar algo anoche? -Preguntó Alberto.

-No, nada seguro que se les caería cualquier cosa o tendrían que mover algo.

Alberto la miró arqueando las cejas.

-Lo dices como si fuera normal ¿te parecen horas de mover «algo´´?

Ella contestó negando con la cabeza.

-No le des más vueltas- comenzó Yanira- no creo que hagan esa clase de ruidos todas las noches, y si es así, pues se lo decimos. Si aún así no paran, nos quejamos al casero y que él lo solucione.

Alberto asintió mientras rebosaba de mantequilla sus tostadas.

-Tengo curiosidad por saber quienes serán. -Dijo él.

-Yo también -respondió Yanira.

Ambos comenzaron a desayunar.

El día llegó a su fin y se fueron a dormir sin mencionar lo ocurrido la noche anterior, apenas se habían acordado durante la jornada.

De nuevo un fuerte estruendo rompió el silencio arrebatándoles el sueño.

-No me lo puedo creer. -Gruño Alberto.

Yanira no dijo sola una palabra, se limitó a mirar fijamente, con los ojos como platos, hacia el techo. Los sonidos eran terriblemente fuertes, mucho más que la noche anterior.

-Voy a subir. -Dijo Alberto convencido.

-Espera, quizá paren. -Le suplicó Yanira.

Él se quedó sentado al filo de la cama, con la cabeza agachada, pensando que estaban otra vez en la misma situación. Una casa en la que no podían tener tranquilidad.

Ella estaba en silencio, ahora mismo no le importaba que no pudieran estar tranquilos, sólo intentaba buscar una explicación normal dentro de sí misma a esos ruidos, tan sumamente extraños, que hiciera que el temor que sentía desapareciese.

Pasaban los minutos pero no cesaban, todo lo contrario, parecían sonar cada vez más fuertes. Alberto desesperado se levantó de un salto y se colocó sus zapatillas.

-Voy contigo. -Dijo Yanira.

-No, quédate aquí. -Respondió él- vuelvo enseguida y después podremos dormir tranquilos, te lo aseguro.

Abrió la puerta y salió hacia el piso de arriba.

Yanira seguía tumbada en la cama, oía los pasos de su novio subiendo por las escaleras, después, oyó cómo él pegaba a la puerta, la primera vez tranquilo. La segunda no lo hizo tan tranquilo. De repente, se oyó como la puerta se abría. Ella estaba atenta a ver que decían, dispuesta a subir corriendo si la situación se ponía tensa. Pero no se oía nada, nadie habló, ni su novio ni ninguna otra persona ¿Qué estaría pasando? Entonces, escuchó como la puerta se cerraba lentamente pero no que el bajase por las escaleras. El pulso comenzó a acelerársele. ¿Qué había pasado? ¿Por qué no bajaba Alberto? Quería levantarse y subir pero su cuerpo no le respondía, el miedo la tenía paralizada.

El momento en el que Alberto había salido de la habitación cada vez estaba más lejano y Yanira, más nerviosa. Agarró el teléfono con las manos sudadas para llamar a su novio, pero al instante de pulsar el botón, el móvil empezó a sonar en la mesilla de noche de al lado. No se lo había llevado. Ella lo suponía, pero no podía pensar con claridad. Todo era muy extraño y le aterraba la situación.

Se armó de valor y logró salir de la cama, caminó hacia la puerta de la habitación y la abrió.

-¿Alberto? ¿Dónde estás?

Nadie respondió. No se oía nada. Incluso los golpes habían parado. Intentaba convencerse de que quizás hablaron muy flojo para no molestar y por eso no los oyó, y quizás después Alberto había ido al baño o a la cocina.

Primero, se dirigió hacia la cocina encendiendo todas las luces que se encontraba a su paso. Cuando llegó aumentó su desesperación. La luz de la cocina también estaba apagada, por lo que su novio no estaría allí. La encendió y vio que estaba en lo cierto, allí no había nadie. Sus pensamientos se resumían en miles de cosas espantosas, le costaba darse la vuelta porque se imaginaba que habría alguien o algo detrás de ella, como en las películas de terror.

Tomó dirección al baño, dejando tras de sí todas las luces encendidas. Su respiración se aceleraba y más lo hizo cuando llegó y vio que ahí tampoco estaba.

Quizá todo se trataba de una broma, pensó, intentando autoconvencerse de ello.

-Alberto ¿Dónde estás?- gritó- Si esto es una broma, no tiene ninguna gracia.

Se dirigió hacia la entrada y abrió la puerta que daba a la calle, un viento gélido entró a la casa acompañado por hojas de árboles que habían sido arrancadas por la ventisca. Estaba diluviando, por lo que Alberto tampoco podía estar ahí fuera. Tenía que subir arriba.

Comenzó a subir las escaleras hacia el piso de arriba lentamente, cada paso que daba le costaba más que el anterior. Sus rodillas temblaban, parecía que en cualquier momento le iban a fallar las piernas. Se estaba acercando a la puerta de la habitación de los de arriba y un sudor frío comenzó a supurar de su piel. Por fin había llegado, el camino se le había hecho eterno, pero ahí estaba, acercó el oído a la habitación y le sorprendió lo que escuchó; Nada. No escuchaba absolutamente nada, lo que la hizo ponerse mucho más nerviosa. Se armó de valor y pegó a la puerta levemente con sus nudillos. Nada, ni siquiera un movimiento, ni unos pasos… ¿Sería que querrían hacerle creer que no había nadie? ¿podría ser por que le habían hecho algo? Volvió a pegar en la puerta sin obtener ninguna respuesta. Tenía la garganta completamente seca, tragó saliva.

-Disculpen -dijo con la voz temblorosa- solo quiero saber si mi novio está ahí.

No obtuvo ninguna respuesta. El pánico se apoderó de ella y bajó las escaleras rápidamente hacia su habitación.

Entró y cogió el teléfono con la cara llena de lágrimas para llamar al casero. Marcó el número con dificultad y esperó deseando que al menos este si le respondiese.

-¿Hola? -contestó el hombre- ¿Qué ocurre?

-Hola, perdóneme por molestarle a estas horas -dijo Yanira entre sollozos- Tengo un problema, los de arriba no paraban de hacer ruido, mi novio ha subido pero no baja, no sé dónde está y temo que le hayan podido hacer algo.

Hubo un pequeño silencio que a Yanira se le hizo eterno.

-¿Los de arriba? -Preguntó extrañado.

-Sí, los de arriba he dicho, creo que le han hecho algo a mí novio.

-Pero eso es imposible -contestó el casero- Sois los primeros inquilinos, estáis solos en la casa.

El ruido de alguien pegando en su habitación hizo que se le parase el corazón, el móvil resbaló por sus manos sudadas y temblorosas cayendo al suelo, miró hacia la puerta con la cara blanca y los ojos como platos.

-¿Alberto? -Preguntó con suma dificultad, llorando a mares- Dime que eres tú, por favor.

De nuevo la única respuesta que obtuvo fue un silencio aterrador.

El pomo de la puerta comenzó a girar lentamente.

Etiquetas: horror relato terror

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