-Oye, Lucas. ¿Crees que estoy viejo?-
-No, abuelo, solo eres demasiado maduro.- Contesto
Diario: 7 de abril.
La vejez es una etapa curiosa de la vida. Hoy he cumplido siete años viviendo y cuidando al abuelo. Se llama Agustín Marínez Glez. Un nombre que no hace alusión precisamente a su estado. No quiere envejecer. Cada cana, un disgusto, decía. Actualmente, tiene 80 años, un pelo blanco como la nieve y un espíritu luchador inquebrantable. Lucha contra si mismo. Contra su cuerpo. La lucha más compleja.
12 de abril
Admira mis 27 años, añora su juventud. Sigue con el empeño en no envejecer. La pregunta: «¿Estoy viejo?». Se ha hecho mi amiga. A pesar de todo, yo le quiero. Sé por lo que está pasando. Le falta sobrepasar ese obstáculo, esa pequeña dificultad que hace que su camino se zarandee. Por eso estoy aquí. Para que cuando abandone el mundo lo haga con una sincera sonrisa. Porque el mundo es como es, por el punto de vista que se le da. Estoy dispuesto a encontrar el suyo.
Anoto, a continuación una conversación que mantuve con él ayer, cuando se quejaba de no poder ser un niño.
«¿Y, qué harías si fueses niño?»
«De todo, desde ver dibujos animados hasta ir en bicicleta» Respondió, con tono soñador.
«¿Cuál sería tu edad ideal para ser niño?»
«Unos 5 años, lo suficiente para hablar y la perfecta edad para la inocencia.»
«Entonces, para ir en bicicleta, tienes que aprender antes»
«Bueno, siete entonces.»
«No podrías ir a ningún sitio sin compañía»
» 12, entonces.»
Me entretuve, pensando, : Siendo niño, ansías tener más años, tiempo después, de anciano, quieres tener menos.
16 de Abril.
Cuando me levanté, el abuelo no estaba en casa. Tanto silencio, tanta soledad, daba miedo. Quizá yo no era el único que necesitaba sentirse acompañado. Recorrí cada cuarto sin respuesta. hasta llegar a la cocina. El desayuno estaba cuidadosamente puesto. Una nota, con una caligrafía delicada que reconocí de inmediato, colgaba de un imán en la nevera.
«Lucas. Al leer esto no te asustes. Estoy ingresado en el hospital por un repentino paro cardíaco. Eran la cinco de la mañana. Te escribo rápidamente, aunque estaba preparado, por que lo veía venir. Hace tiempo que empecé a notar ademanes, pero no te lo dije por miedo a asustarte».
Palidecí repentinamente. ¿Por miedo a asustarme?. ¿A estas alturas? ¿Y con el Coronavirus acechando? Abuelo, no tengo 12 años. De inmediato, me preparé para bajar al centro. 20 de Abril. Hora y media más tarde, tras pasar todos los papeles por Covid y esperar impacientemente una larga cola, conseguí el número de habitación. Planta dos. Habitación 108. Subí jadeando por las escaleras y cuando llegué, una enfermera, a sabiendas de lo que iba a buscar, negó tristemente con la cabeza, señalando el cuarto. Aquel fue uno de los peores momentos de mi vida. Intenté tranquilizarme suspirando. Entré en la habitación sin ningún tipo de permiso, y la inquietante escena que me esperaba me paralizó rotundamente. Mi abuelo, tumbado en la cama, rodeado de tubos, máquinas y médicos y enfermeras por todos lados. En ese momento sentí que el corazón que se paralizaba era le mío. Me limité a observar, con ojos llorosos, de vez en cuando ayudando con alguna medicina o medicamento. Quizá fue el momento, quizá la emoción, pero de súbito, me puse a pensar en la fortaleza de mi abuelo. Su impensable fuerza y madurez emocional. Puede, que al final, fuese yo quien le necesite. No. No iba a permitir que un ser querido tan valioso se marchase de mi vida. Ya se fue la abuela hace dos años por enfermedad. ¡No! ¡El abuelo no se irá! En un momento de repentina motivación, me acerqué a la camilla donde se encontraba el tembloroso cuerpo de Agustín. Ojos entrecerrados, mirada hueca, perdida. Miré el pulsómetro al que estaba vinculado. Sesenta y ocho pulsaciones. Los médicos y enfermeros estaban desquiciados. El tiempo parecía parase.
Entonces, tomé una profunda decisión. «¡Abuelo, tú siempre quisiste ser niño! ¡Un muchacho joven, al menos!»- grité. No te quitaré esa merecida satisfacción. Por lo menos… tendrás una parte de muchacho joven. ¡Solicito un trasplante de corazón! ¡Ahora mismo, y por el corazón de Agustín! El abuelo pareció entender lo que pasaba, porque me miró, sumándose a la incredulidad que marcaban los rostros del equipo sanitario. En un principió, se negó rotundamente a que se produjese tal operación. Pero, al ver mi seguridad, determinación, y coraje, supo que no tenía otra elección. Que aunque se negase hoy, aceptaría en el día de mañana. Pude ver en sus ojos un eterno cariño y agradecimiento, que, posiblemente, solo lo puede ver alguien que ha convivido con él muchos años, tantos como un hijo. Lo ocurrido a continuación fue confuso. Lo último que recuerdo fue tumbarme en una camilla, bajo la mirada triste de una compasiva enfermera. Un doloroso pinchazo. Y una anestesia que entró en mi cuerpo sin permiso, induciéndome a un indefinido sueño. 21 de abril. Perdida ya la noción de un tiempo traicionero, me desperté con la sensación de que algo fallaba. Entonces, lo recordé. El corazón. Mi abuelo. No pude evitar llevarme una mano al pecho. Lo noté. Un corazón viejo, maduro. Me costará acostumbrarme al tardío y disrítmico latido de este corazón. La operación ha salido sorprendentemente bien. Y minutos después, mi abuelo. No olvidaré ese momento. Ni tampoco, por supuesto, haré que se olviden los momentos que vivamos.
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