Arena, selva y mar.

Arena, selva y mar.

Toni Aglaya

19/03/2021

Lo primero que sintió fue una bocanada de agua salada subiendo por su garganta y saliendo como un vómito de su boca. Se colocó de lado para expulsar todo lo que tenía. Después, tosió violentamente y abrió los ojos justo cuando una ola empapaba sus piernas.

Arena, selva y mar.

Eso era lo único que pudo ver de un primer vistazo. Se colocó de rodillas pero otra arcada salada surgió y del esfuerzo volvió a caer a la arena. Estaba derrotado, le dolía cada hueso de su cuerpo como si le hubieran dado una paliza y temblaba de frío a pesar de que el ambiente se notaba cálido. Volvió a incorporarse y la debilidad de sus piernas le hizo fijarse en ellas, estaban blancas y arrugadas, debían llevar bastante tiempo mojadas. Con un gran esfuerzo, que le provocó una fuerte punzada en la cabeza, consiguió ponerse en pie y volvió a mirar a su alrededor.

Arena, selva y mar.

¿Dónde estoy? Pensó. El lugar era totalmente desconocido, pero no era solo el sitio lo que le era desconocido, entonces en su mente irrumpió una pregunta que le resultó mucho más aterradora: ¿Cómo he llegado hasta aquí?

Justo entonces otra fuerte punzada lo atacó, se llevó las manos a las sienes y apretó, el dolor volvió a hacerlo caer de rodillas. Las preguntas le hicieron tomar conciencia de que no recordaba absolutamente nada y eso hizo que las pulsaciones se le dispararan y comenzara a sentir cierto fervor recorriendo su cuerpo. Volvió a mirar alrededor mientras se restregaba los ojos con las manos como para cerciorarse de que lo que veía era cierto. Las gotas de sudor empezaban a mezclarse con la sal e iban dibujando delgadas líneas blancas que recorrían su cuerpo. Trató de hacer un esfuerzo mental para recordar algo pero le resultó inútil.

—Joder, joder, joder —Gritó.

Se sentó, apoyó sus codos sobre las rodillas y se cruzó de brazos; intentó relajar su respiración para tranquilizarse pero no pudo, solo consiguió que más preguntas se agolparan en su cabeza a la velocidad de la luz, amontonándose unas con otras, hasta que llegó una de ellas que casi hizo que su corazón se parase. Levantó la cabeza y miró hacia el inmenso mar que se encontraba frente a él.

—¿Quién soy? —susurró.

Se levantó de un salto, olvidándose del cansancio, y se llevó las manos a la cabeza. No se acordaba absolutamente de nada y el hecho de tratar de recordar solo hacía que el dolor que sentía se agudizase. Tenía que hacer algo, quedarse ahí no le iba a servir para nada.

—¡Hola! —Gritó— ¿Hay alguien aquí?

Lo intentó un par de veces pero no obtuvo ninguna respuesta, así que comenzó a caminar por la playa, puesto que adentrarse en una selva desconocida no le parecía muy buena idea, quizás encontraría por la costa los restos de algún barco o alguna otra cosa que le refrescara la memoria.

Mientras caminaba se percató de que la perfección de la playa era abrumadora, los únicos defectos eran las huellas que él iba dejando a su paso. Se paró un instante, cogió un puñado de esa arena que parecía minúsculas motas de oro y dejó a esta deslizarse a través de sus dedos mientras se deleitaba con el agradable olor a mar. Por un momento lo olvidó todo y se dejó embaucar por la hermosura de ese lugar hasta que un sonido le hizo volver de golpe a la realidad. Era como una voz que parecía venir de la selva. Miró hacia ella pero no vio a nadie, aun así se quedó observándola un rato, se veía preciosa, el verde de su vegetación sobresaltaba en la escena y la dotaba de una exuberante belleza. Volvió a escucharlo de nuevo, algo parecido al eco de una voz pero que no llegaba a serlo, tampoco parecía un animal. Quizás tenía agua en los oídos, se los apretó fuerte y agitó la cabeza para que saliera. Volvió a mirar a la selva y vio algo que no había visto antes: parecía haber un camino.

Se acercó.

La vegetación casi había hecho desaparecer el camino. Una mancha negra se le dibujó justo al frente, se restregó los ojos y al volver a mirar ya no estaba. Pensó que quizás se había dado un golpe en la cabeza y por ello había perdido la memoria, eso también explicaría los extraños sonidos y esa mancha. Algo le decía que tenía que seguir el camino y esa intuición le pareció lo más claro que había sentido desde que se despertó.

A cada paso que daba la selva se imponía más; el calor y la humedad se volvieron asfixiantes y el sudor se había llevado ya toda la sal de su cuerpo. La sed comenzó a tomar protagonismo. Un silencio abrumador envolvía la selva, lo único que escuchaba era el crujir de la maleza bajo sus pies, ningún animal moviéndose, ninguna ave cantando, siquiera el sonido del viento. Se dejó atrapar por esa paz que a ratos le parecía celestial y a ratos maldita.

Tras un rato caminando apreció que el camino se abría frente a él dando lugar a un claro en la selva. Justo entonces, otro extraño sonido acabó repentinamente con el silencio sepultural y le provocó otra punzada. Cerró los ojos con fuerza y al abrirlos volvió a presenciar sombras a su alrededor, esta vez parecían más corpóreas y las observaba moviéndose a su alrededor, volvió a cerrar los ojos y al abrirlos de nuevo se habían esfumado. Necesitaba agua, comida y descanso.

Se acercó al claro y sonrió: era un pueblo.

Pero la felicidad le duró tan solo el tiempo que tardó en darse cuenta de que, al igual que el camino, la selva también había engullido ese pueblo y parecía que llevaba abandonado cientos de años.

La jungla se había apoderado del pueblo, los caminos estaban llenos de arbustos y la maleza abrazaba las viviendas, hechas de caña y grandes hojas como tejados. El único aroma que percibía era el del sudor de la selva y ningún sonido más que el de su propia respiración agitándose a cada paso que daba, pues las esperanzas por encontrar alguien vivo se desvanecían en la espesura del ambiente, el lugar estaba muerto. Otra migraña azotó su cabeza. Necesitaba encontrar algo de comer y beber, quizás por eso tenía los dolores ¿Cuánto tiempo llevaría sin probar bocado?

—Hola —Gritó— ¿Hay alguien aquí? —pero siquiera obtuvo el eco de su propia voz como respuesta, era como si la selva se tragase las palabras.

Una de las casas que se postraba frente a él llamó su atención, quizás porque se encontraba al final del camino y era más grande que las demás, quizás por el hecho de que tenía la puerta entreabierta o quizás por algo que él no podría comprender. Se acercó a ella sin quitarle el ojo de encima, observándola detenidamente mientras esta se imponía cuanto más cerca se encontraba. Llegó a la puerta, suspiró profundamente y la empujó. Dentro, el eterno silencio era mucho más agudo y el bochornoso aire empapaba su piel además de penetrar por sus fosas nasales caldeando sus pulmones. Lo primero que vio frente a él fueron varias estanterías hechas de madera con objetos en ellas, la mayoría utensilios de cocina muy rudimentarios, también pudo ver otros objetos que nunca antes había visto, parecían amuletos hechos de fibra y minerales. Se acercó y cogió un muñeco del tamaño de su mano, estaba carbonizado, pero por lo que se ve el fuego no consiguió destruirlo del todo. Quería pensar que era el juguete de algún niño, pero algo le hacía pensar que no era así, que era algo más macabro, quizás algún objeto para un ritual. La idea le hizo dejarlo rápidamente donde estaba. Siguió mirando a su alrededor con la esperanza de encontrar alguna cosa que le sirviera de algo, aunque realmente no sabía que estaba buscando. Varios instrumentos musicales se encontraban apilados en una esquina y al otro lado había unas telas en el suelo que hacían de fino colchón. En la otra esquina unas cañas que acababan en un pico hecho con algún material rocoso, debían ser sus armas.

Se quedó en medio de la vivienda con las manos apoyadas en los costados, sin saber muy bien qué hacer. Volvía a ponerse nervioso. Investigar la casa le había hecho olvidarse un poco de su situación, pero la desesperación volvió de repente, como una tormenta que sorprende en alta mar. Entonces otro fuerte dolor le asaltó e hizo que se encorvase y gimiera. Al fijarse en el suelo vio que había un dibujo en este, era un círculo hecho con tinta roja oscura, se acercó a mirar más de cerca y la tocó. Estaba completamente seca y no podía tener certeza de qué era realmente, pero algo le decía que eso no era tinta, sino sangre. Los extraños sonidos volvieron pero esta vez mucho más claros, lo que antes eran sonidos sin ningún sentido estaban convirtiéndose en voces y no sabía muy bien si venían de la selva o estaban en su propia cabeza. La idea le produjo un escalofrío que recorrió toda su espina dorsal.

Al levantar la cabeza vio que alguien estaba asomado por la ventana observándole y se sobresaltó.

—Hola —Dijo mientras se recomponía del susto.

La figura se escondió. Rápidamente salió de la casa y la bordeo hasta llegar a la ventana donde la había visto, pero ya no estaba.

—¡Mierda!

Escuchó otro extraño sonido, pero esta vez le dio la sensación de que venía de su espalda y no de su cabeza, se dio la vuelta y allí estaba de nuevo, parecía la cabeza de un niña de piel oscura, muy oscura, asomada tras la pared de una de las viviendas. Se dirigió corriendo hacia allí pero se volvió a esconder y para cuando llegó no había ni rastro de ella.

—Tranquilo, no voy a hacerte daño, solo necesito ayuda ¡Por favor!

Entonces escuchó el sonido de alguien corriendo sobre la maleza, miró hacia allí y vio que venía de un camino que se introducía en la espesura de la selva.

Corrió por el sendero, olvidando completamente la sed y el cansancio, hasta que llegó a una gran pared rocosa con una puerta de madera que parecía ser la entrada a una cueva. La puerta estaba meciéndose y no corría ni pizca de viento, seguro que la niña se había escondido ahí.

Se acercó a la puerta y con solo tocarla se abrió por completo emitiendo un quejido. Todo estaba sumido en una espesa oscuridad. Oyó el lamento de la niña como un eco que provenía de lo más profundo de esa garganta.

—Hola —gritó, y sus palabras se perdieron en el mismo lugar del que procedía el eco del llanto de la niña.

Dio unos pasos hacia la oscuridad pero se paró, no podía entrar ahí sin algo que le permitiese ver. Quien sabe cómo serían esas cavernas, perderse en ellas podía significar una muerte segura y más aún en el estado en el que se encontraba.

—¿Entiendes mi idioma?

Se paró un segundo a pensar la estupidez que acababa de decir ¿Cómo iba a entender alguien de un lugar así su idioma? Esa pregunta le hizo tomar lucidez de que él no pertenecía a ese lugar, no podía recordar de dónde venía, pero tenía la certeza de que no era de esa isla. ¿Una isla? ¿Estaba en una isla? ¿Algo le había hecho acabar en esa isla? Trató de hacer un esfuerzo para recordar qué cosa ¿Quizás una tormenta? ¿Estaba navegando? ¿Tenía un barco?

Era inútil, por más que lo intentaba lo único que conseguía era adentrarse más en ese vacío de su mente y con eso solo lograba que el dolor de cabeza aumentara. Además, tenía que centrarse en cómo salir de ahí, no en cómo había llegado.

Miró de nuevo hacia el fondo de la cueva y le sorprendió lo mucho que sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad, podía ver perfectamente a través de los pasillos de esta, era como si la oscuridad se hubiese desvanecido.

Comenzó a avanzar hacia lo profundo dejándose guiar por el llanto de la niña que no cesaba. Los caminos eran bastante amplios, se podía avanzar sin ninguna dificultad, el techo estaba lleno de estalactitas y de vez en cuando una gota fría caía sobre su cabeza, cosa que agradecía, pues el calor en ese lugar era asfixiante. Tropezó con algo pero tuvo tiempo de apoyarse en la pared antes de caer, esta estaba completamente mojada por la humedad. La cosa con la que tropezó se había movido unos metros adelante, lo que le hizo pensar que no podía ser una roca, se acercó y la cogió. Efectivamente no pesaba como una roca y la superficie, por la parte que él la estaba mirando, era redonda y blanca. Notó con la parte final de sus dedos que la otra cara no era tan perfecta como la que él estaba viendo y la volteó, pero antes de hacerlo por completo la dejó caer al suelo profiriendo un grito de terror. Era una calavera humana. Por un momento estuvo a punto de salir corriendo hacia el exterior pero otro gemido de la niña se lo impidió. Era la única persona que había visto en todo este tiempo y la única que podía ayudarle.

Se armó de valor y logró hacer que sus piernas, que estaban inmóviles tras el susto, comenzaran a caminar de nuevo hacia lo profundo de la gruta. Quizás fue el instinto de supervivencia el que le hizo tomar esa decisión, quizás no.

Tras unos cuantos giros, y solo unos minutos caminando, llegó a una gran galería. En mitad de esta estaba la niña agachada, con la cara tapada por sus manos y llorando sobre lo que parecía un dibujo como el que había visto en el suelo de la vivienda. Había unos restos quemados de lo que, en su día, podría haber sido una gran hoguera. Alrededor de esta también habían extraños amuletos como los de la casa. Sin lugar a dudas eso debía ser algún lugar donde se hacían rituales.

Otro fuerte dolor le presionó las sienes y las sombras aparecieron, esta vez mucho más densas, alrededor del círculo donde se encontraba la niña, pero al instante se esfumaron, no así el dolor, que permaneció mientras él se acercaba a la niña. El color de esta era oscuro como una noche sin estrellas, como el hollín, como el muñeco que encontró en la casa. La tocó por el hombro y entonces notó que sus dedos se mancharon, los miró y también estaban negros, acarició la mancha con los otros dedos y estos también se volvieron negros, los acercó a su nariz y los olió. Era carbón.

Entonces se dio cuenta: la niña estaba completamente calcinada.

Esta paró de llorar, se levantó y de repente comenzó a desvanecerse por el hombro que él la había tocado, dando lugar a una especie de niebla negra y densa, al igual que las visiones que había tenido. Y mientras lo que había sido una niña iba desapareciendo, el humo resultante de la evaporación iba tomando otra forma: lo primero que pudo apreciar fueron una garras seguidas de unas largas piernas flexionadas, después un torso encorvado del que nacían unos extensos brazos que también acababan en garras y por ultimo se formó una cabeza, que no era mas que un largo hocico, en la que solo que solo se podían apreciar unos afilados dientes y dos ojos redondos y negros como el resto del cuerpo. Era como si la mismísima oscuridad hubiese tomado forma.

Cualquier persona hubiese salido corriendo con tan solo ver como esa niña se desvanecía, pero algo lo había mantenido ahí quieto observando la horrenda transformación, y hacía que permaneciese frente a esa criatura que lo miraba fijamente a los ojos, como si en un trance se encontrase.

La criatura rugió estruendosamente y eso le hizo volver a la realidad y percatarse de que estaba en peligro. Sin pensarlo ni un segundo se dio la vuelta y comenzó a correr a través de la caverna. Ya no podía ver con tanta claridad como antes, la oscuridad volvía poco a poco a apoderarse de lo que era suyo.

Corrió a través de los pasillos a ciegas, pero según recordaba no había visto ninguna bifurcación por la que se pudiese equivocar. Se tropezó varias veces, quizás con más restos humanos, y otras muchas se golpeó contra alguna pared, haciéndose magulladuras en los brazos, piernas incluso alguna que otra herida en la cabeza. No miró atrás en ningún momento, solo al frente para tratar de no perder el rumbo y con la esperanza de encontrar un haz de luz que le indicara la salida.

Y lo vio.

Una sonrisa se dibujó en su rostro, pero esta desapareció en cuanto miró hacia atrás y, gracias a la luz de la entrada, pudo ver que la criatura seguía tras él.

Salió de la caverna y corrió, no sabía si lo estaba haciendo por el mismo camino por el que había venido o por otro, no tenía tiempo para pensar ni tampoco podía hacerlo, el terror le tenía la mente completamente paralizada, solo podía correr, correr como si la muerte fuera tras él y en cierto modo así parecía ser. Las plantas golpeaban su cara, pues la selva cada vez se volvía más espesa y el camino se iba difuminando. Una rama en el suelo le hizo caer y golpearse fuertemente en la rodilla con una piedra, el dolor era muy fuerte ¿se habría partido algo? Miró hacia atrás y vio que nada le perseguía, siquiera se escuchaba el sonido de la vegetación cuando alguien, o algo, corre a través de ella. De nuevo el silencio reinaba en la selva. El dolor de la rodilla se disipó poco a poco haciéndole ver que no se había partido nada, se levantó y se percató de que el camino era levemente ascendente, lo que le venía bien, pues debía encontrar un lugar alto desde el que poderse orientar e incluso quizás encontrar vida, a poder ser, humana.

Continuó caminando rápido, tomando un poco de aire pero sin parar de moverse, el camino cada vez era más empinado. Sintió otra jaqueca y las extrañas voces volvieron a surgir en su cabeza, esta vez más claras que nunca, se quedó de piedra, ya no eran sonidos incomprensibles, podía entender perfectamente como susurraban su nombre.

Entonces su mente se aclaró como nunca antes lo había hecho desde que despertó y una imagen nítida comenzó a dar forma a sus recuerdos.

El sol le golpea en la cara intermitentemente a través de la vela de un barco, está tumbado en un velero, su velero, a su lado hay una mujer, su mujer, ella le sonríe.

Su corazón se aceleró.

La noche, ahora una gran luna llena es la que ilumina el cielo de sus recuerdos, la cama empapada por el sudor, el dolor, la fiebre, las voces. Su mujer le pone trapos húmedos en la cabeza, ya no sonríe. Está asustada.

Sus pulsaciones seguían en aumento.

El movimiento del barco, la lluvia, las olas, la tormenta. Y el contorno oscuro de la isla dibujado en el horizonte.

Tragó saliva, pero tenía la garganta tan seca que parecía que estaba tragándose una piedra, y comenzó a temblar.

Los gritos de su mujer, las sombras alrededor del barco, las voces en su cabeza. El cuchillo.

Cayó clavando las rodillas en la arena mientras las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Cerró las manos fuertemente sobre la tierra haciendo que sus uñas se levantaran.

La mirada de su mujer temerosa mientras la sangre sale de su boca, su blusa blanca teñida de carmín y el cuchillo en las manos de él escupiendo gotas que tintan de rojo el suelo del barco.

—¡Nooooo! —gritó mientras golpeaba el suelo con todas sus fuerzas y pataleaba.

El frío. Y la oscuridad.

Varias sombras se encontraban ahora alrededor de él y las voces comenzaban a sonar en su cabeza emitiendo sonidos de nuevo indescriptibles. Se levantó, con la cara empapada de lágrimas, y volvió a correr, esta vez no por miedo, simplemente quería correr hasta que su cuerpo no pudiera más y cayera muerto.

El camino ya no ascendía y era más abierto, las ramas ya no le golpeaban en la cara, podía correr tan rápido como sus piernas se lo permitían. Ya no miraba hacia atrás, las sombras le daban igual, tampoco pensaba en las voces que seguían sonando en su cabeza. Solo corría.

Un claro apareció frente a él pero no paró, siguió corriendo hasta que no pudo más, hasta que bajo sus pies solo había vacío verde y sentía como la fuerza de la naturaleza lo atraía hacia la boca de la selva, que esperaba ansiosa para engullirlo.

Etiquetas: horror relato terror

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