El tiempo no borra todos los besos.

El tiempo no borra todos los besos.

El tiempo no borra todos los besos. Algunos, como el primero, aún sin ser el mejor, se preservan en un rincón aguardando ser revividos en tiempos de nostalgia.

Yo, que había vivido muchos besos y toda la magia del momento, aunque todos ellos en la seguridad de mi imaginación, me encontré con el chico que lo cambiaría.

De vacaciones, en las fiestas del pueblo, recuerdo llegar y ver su bonita sonrisa. De repente, no podía dejar de buscarlo con la mirada. Su cercana presencia me alteraba el “sentío” y me preguntaba qué me estaba pasando, mientras se dibujaba en mi rostro la típica sonrisa bobalicona que me delataba. Me fui a casa sin que supiera de mi existencia y que me moría por conocerle.

Al día siguiente, las fiestas me brindaron otra oportunidad. Iba con mi mejor amiga del pueblo y me atreví a contarle quién me había robado la tranquilidad, cuando, para mi sorpresa, me comentó que era su primo y que me lo presentaría. 

A pesar de los nervios y estar casi segura que tropezaría mientras nos acercábamos a él, por fín nuestras vidas se cruzaron. 

Recuerdo no atreverme a hablar mucho y como al final de la noche terminamos hablando los dos como si estuviéramos solos.

Sin pretextos para poder verle de nuevo, salía a hacerle los encargos a mi abuela por si, por fortuna, me lo encontraba y así me alegraba el corazón. Por su parte, él pasaba a menudo por la puerta de la casa de mi abuela, por si me veía.

Ninguno éramos capaces de dar el paso, hasta que recibí un recado, a través de mi amiga, en el que me decía que esperaba que nos pudiéramos ver esa última noche de mis vacaciones.

Quedamos solos, me moría de la vergüenza, de las ganas. El tiempo jugaba a acelerar su curso cuando, sin previo aviso, me vi con muchas cosas que decir y sin tiempo ni valor para atreverme. Me dijo que me acompañaba a casa y a mí se me aceleró el corazón por lo que pudiera pasar. No podía parar de hablar sin sentido cuando, al llegar y mientras yo seguía parloteando, se me acercó y, al tiempo que pensaba ¡ay dios mío que me lo va a dar!, me besó. Cerré los ojos, recé porque ninguna vecina cotilla nos estuviera viendo, y, de la tensión mientras me besaba, partí un palito que llevaba en la mano.

No, no me dio tiempo a disfrutarlo. Tenía las mismas ganas de que acabase como de que nunca terminase. Mi mente estaba tan acelerada, que acaparó el momento, anulando el poder sentir todo lo que pasaba. Me despedí sin atinar la llave en la cerradura, sin saber que iba a pasar en adelante y flotando en una maraña de inquietud, felicidad, emoción y ñoñería, pero, por suerte, no fue la última vez que nos vimos.

A veces, la magia no está en el beso, sino en todo lo que acontece antes de ese momento.

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