La cuchara tintineaba descontroladamente contra la taza de porcelana blanca. Incapaz de dominar el temblor intermitente que se había apoderado de su cuerpo, Madeleine aguardaba a su cita, intentando mantener bajo control, sin éxito, los espasmos que la sacudían, fruto de la ansiedad que había acumulado durante días. Sentía que desfallecía cada vez que alguien pasaba cerca de la puerta de entrada. Ansiosa, volvió a mirar el reloj de la pared, la aguja caía pesadamente sobre cada segundo, tic-tac…tic-tac.. A Madeleine le parecía que el tiempo mismo se había ralentizado con la intención de disfrutar de la agonía que comprimía sus entrañas. En nada llegará. Un sudor frío resbaló por su frente haciendo que se estremeciera. Miró el café que tenia entre sus manos, sintió unas náuseas irrefrenables sólo de pensar en darle un sorbo. ‘Cálmate’ se dijo a sí misma. ‘No puedes estar así para cuando llegue’. Intentó dominar su alterado sistema vegetativo mediante los clásicos ejercicios de respiración, pero a la cuarta bocanada sintió que se desmayaría si continuaba, no era dueña de su cuerpo. Aunque no se atrevió a mirarse en el espejo, sabia que estaba pálida como una muerta. Al pensar de forma consciente en la analogía volvió a estremecerse con más fuerza. La cuchara cayó al suelo. ‘No, no tonta, no pienses en eso’, se dijo mientras se agachaba a recogerla. A medio camino de erguirse se detuvo en seco. La poca sangre que le quedaba en el rostro bajó instantáneamente a reanimar su pobre corazón antes de que sufriera un paro cardíaco. La enorme figura acababa de cruzar la puerta, y, a través de las gafas de sol, la miraba fijamente. La chica permaneció inmóvil, con la delirante fe infantil que le decía que si no movía ni un músculo no la vería. Esa última brizna de esperanza se esfumó cuando el hombre se dirigió directamente a su mesa y se sentó frente ella.

– Hola, Madeleine.

-No.- fue lo único capaz de decir.

– Siéntate bien, por favor, no querría que sufrieras un ataque de lumbago ahora mismo. -La chica volvió a colocar el tronco en el respaldo. Estudió inconscientemente al hombre que acababa de llegar. Era grande, corpulento, con barriga, pero no al punto de poder considerarse gordo, su ancha espalda que fácilmente podía medir lo mismo que la de dos hombres juntos le recordaba a un portero de discoteca. Su forma de vestir era descuidada, llevaba una larga chaqueta verde militar. Bajo ella, una camisa de rayas rojas y blancas con dos de sus botones desaparecidos. El pantalón le iba ancho, estaba prácticamente forrado de parches e iba sujetado por una tira de cuerda ancha, que por amabilidad se le podría llamar ‘cinturón’. Uno de sus antiguos mocasines tiraba ahora más a la categoría de sandalia, y dejaba al raso gordos dedos peludos con uñas amarillentas. Cualquiera que le viera pensaría que se trataba de un sin techo. Era terriblemente alto. Una frondosa barba negra rizada ocultaba prácticamente todo su rostro, exceptuando la calva. Junto a las pequeñas gafas de sol circulares, le resultaba imposible intuir sus facciones, parecía inmutable. Decididamente no era guapo, por su aspecto se podría interpretar que rondaba entre la década de los 40-50, pero Madeleine sabia que no era posible, aquel hombre, no tenia edad. Le parecía sorprendente la apariencia que tenia, en contraposición de las creencias populares. La camarera se acercó a la mesa.

– Un té de frutas del bosque, por favor.- Repuso el hombre amablemente -Maddy ¿Tu quieres algo? ¿Una tostada? ¿Un Croissant? ¿No? Eso es todo, gracias. – El hombre retiró la vista de la camarera y la posó sobre Madeleine. Se acomodó en el asiento.

– Bueno Madeleine, ya ha pasado el plazo, espero que hayas podido asimilar lo que va a pasar ahora.

– No… yo no.. no puedo.. ¿Por qué? – Es lo único que pudo articular la desolada chica. Las lágrimas empezaban a asomarse, traicioneras. el hombre suspiró meneando la cabeza.

– Mad, por favor, no hagas que volvamos a tener esta conversación, ya te he dejado una semana para que lo asimiles, vas a morir.- Sus ojos no aguantaron más y empezaron a soltar las lágrimas lentamente, con flojos gemidos para no llamar la atención de los demás clientes. El hombre, un poco incómodo, trató de consolarla.

-Maddy, no deberías estar triste ¡Al contrario! Deberías sentirte agradecida de la oportunidad que te estoy brindando. en el corto periodo de tu existencia no has sido mala… pero tampoco has sido buena. Considérate un caso muy especial. Has sido una de las personas más corrientes que ha pasado por este pequeño mundo al que llamáis vida. No has dejado huella, ni buena ni mala, por eso estoy aquí, por eso tienes el enorme placer de haber conocido a la muerte en persona.- El hombre hinchó el pecho con orgullo mal disimulado al auto proclamarse.

La chica bajó la cabeza. aun le costaba asumir como ciertas las palabras de aquel hombre. Una semana atrás, se habría reído en su cara, de hecho así lo hizo, el día que se le presentó en medio de la calle, diciéndole que sus días habían terminado. Se burló de aquel loco con pinta de vagabundo, siguiéndole la corriente. Hasta lo que sucedió después. Un escalofrío le atravesó la columna vertebral al recordarlo. ‘No pienses en eso ahora’. Levantó la mirada hacia aquel ser.

– ¿Por qué me explicas todo esto? Si.. si tengo que morir habría preferido no saberlo.

– Por eso te he citado, Madeleine, te voy a dar un gran privilegio, considéralo como una segunda oportunidad.

Los ojos de la chica brillaron.

-De verdad? Osea.. ¿Tengo otra oportunidad para ser mejor? ¿No moriré aún?

El hombretón no pudo evitar soltar una carcajada, pero al ver la esperanza incrédula en la cara de la chica, la silenció. La camarera apareció con el té.

-Muchas gracias, señorita.- Cuando esta se alejó, continuó. -Maddy, la fecha de la muerte es algo que uno mismo no puede cambiar, lo que ha de ser, será. No, no tendrás una segunda oportunidad para seguir viviendo. Lo que te ofrezco, es la posibilidad de escoger que tipo de vida tendrás en tu próxima existencia. Como ya te he dicho antes, no has sido mala, de modo que no voy a darte una próxima vida miserable, pero tampoco has sido buena en general, así que seria injusto darte una vida fácil y feliz como una persona que ha colaborado en hacer de éste un mundo mejor. Ahora mismo estás en el no nada, en el limbo. Has sido tan… no te ofendas, mediocre, por así decirlo, tan normal, que no encajas en ninguna de las categorías que puedo ofrecerte. Las personas que no han tenido un comportamiento particularmente relevante en esa existencia, no pueden optar a otra. A esas personas les corresponde el no nada, el no tener otra vida, ni buena de mala, simplemente dejan de existir para siempre.-

La muerte miró a la chiquilla. ‘Sólo tiene veintidós años, es una lástima tener que llevármela tan pronto.’ Hizo memoria en el archivo abstracto que tenia de su vida. La realidad era un poco más compleja, pero no quería confundirla más. No es que la chica se hubiera comportado con apatía desde el día de su nacimiento. Lo que hacia que no pudiera catalogarla como ‘buena’ o ‘mala’ eran las múltiples tonalidades de los actos que había llevado a cabo durante su existencia. Muchas veces había obrado de forma bondadosa, generosa, pero otras se había comportado de forma mezquina y ruin. Este caleidoscopio de matices le había supuesto un estorbo, pues habiendo recapitulado todos los episodios de su vida, dudaba que posición debería albergar en su próxima existencia. En estos casos, el alma de la persona se considera ‘gris’, y no puede reencarnarse. Pero la muerte siempre se había considerado justa. Por eso, cuando raramente ocurría éste fenómeno, daba la oportunidad de enmendar las almas de los ‘grises’ antes de morir, para que no se quedaran en el no nada. Sólo en estos casos se presentaba de forma corpórea a los humanos, antes de su defunción.

– Recogeré tu alma el 27 de Abril a las 23:26. Tienes hasta entonces para enmendar tu futuro, para ser mejor. Y yo te daré una buena segunda vida.

Madeleine se levantó de sopetón y golpeó la mesa con los puños.

-¡Pero eso son sólo tres semanas! ¿Que se supone que puedo hacer en tan poco tiempo?, ¡¿eh?! ¿Ir de puerta en puerta regalando flores? ¿Donar todo mi dinero a organizaciones benéficas? ¡¿Crees que puedes presentarte aquí, decirme que voy a morir, y que sea la madre Teresa de Calcuta hasta que pase el plazo y me muera, sin saber si he sido lo suficientemente buena?!

Rápidamente se enjuagó las lágrimas de los ojos y miró a su alrededor, avergonzada por las miradas curiosas de los demás clientes. Pero nadie parecía haberla oído.

-No te oyen. Sólo tú puedes oír lo que estoy diciendo realmente, todas las interacciones que hagas hacia mi persona son invisibles para el resto de los mortales. Ellos sólo ven a una chica que está tomando café en agradable compañía. Están escuchando una conversación que nada tiene que ver con la real. Y respecto al tiempo… -Dudó un segundo- Te he dado el plazo esperado, una semana para que asimiles tu futuro, y ahora te doy otras tres para que actúes.. Es un mes ¿No? Según la lógica de la percepción espacio-temporal de los humanos treinta días son más que suficientes para hacer algo, así que no te he dado poco tiempo. – Estaba un poco molesto, era generoso al darle tanto tiempo, esperaba al menos un ‘Gracias’.

Madeleine bajó la mirada hacia sus uñas. ‘¿Que puedo hacer? Está hablando totalmente en serio, yo vi lo que hizo, pero… ¿Cómo se supone que voy a empezar a ser mejor?’ No tenia ni idea de lo que la misma muerte consideraba ‘Bueno’. Así que, tras unos segundos de duda, decidió preguntárselo.

– Mad, yo no puedo decirte lo que debes hacer. El libre albedrío que has tenido para escoger lo que hacer durante toda tu vida debería haberte enseñado a ver lo que está bien y lo que no, he ahí la gracia de la libertad. Si yo te dijera que hacer, no serias merecedora de una segunda oportunidad.

Madeleine rumió unos instantes. De pronto sus ojos se abrieron ante una pregunta que la inquietaba desde que la muerte se interpuso en su camino.

-¿Como voy a morir?- Inquirió. Detectó, por el movimiento de la espesa barba, un gesto que podría ser una media sonrisa.

-Maddy… ¡Tampoco puedo decirte eso! Es trampa, y aunque lo supieras, no puedes escapar de tu muerte, es imposible rehuirla, porque yo soy quien la pone a término.- La expresión divertida se convirtió en una mueca amenazante. -Si la esquivas, te impondré otro modo de morir, a la misma hora. Y te aseguro que será peor.

Madeleine tragó saliva, lo que complació a la muerte. ‘Parece que al fin está comprendiendo.’ Y le dio un buen trago a su delicioso té. El suave regusto dulzón de las frutas le hizo pensar que era muy curioso, que la vida, con tantos reconfortantes caprichos, fuera tan infravalorada por la mayoría de los que la poseían. ‘Cada uno quiere lo que no tiene’, supuso. A veces no le importaría ser un simple mortal, tienen bebida y alimentos, que, aunque ella particularmente no los necesita, le encanta saborearlos siempre que tiene ocasión. ‘Y además, no tienen tantas responsabilidades’.

La cabeza de Madeleine trabajaba a mil kilómetros por hora intentando encontrar una solución, o al menos un sentido, a esta locura. ‘La muerte… Este hombre es la muerte.’ Sólo ella podía verlo… Sólo ella podía verlo? Soltó tal risotada que sobresaltó a su acompañante. ‘¡Pues claro! ¡Sólo yo puedo verlo! ¿Por qué no me he dado cuenta antes?’ La ansiedad que había soportado toda la semana parecía derramarse por su cerebro, arrastrándola a un estado de euforia insulsa y delirante. Un ataque de risa brotó abruptamente de sus labios. No podía parar de reír y reír, se aferró enloquecidamente a la última estúpida idea que le permitía creer que lo que estaba viviendo no era real.

-Ya no hace falta que esperes ¡Me voy a morir de la risa ahora mismo!

– ¿…Que? – Fue lo único capaz de pronunciar el ser sentado delante suyo. Ahora si que estaba totalmente desconcertado. Se reía? Después de haber estado llorando? Lo único que podía alcanzar a pensar era:’¿Que cojones le pasa a esta?.’

– Vale vale vale, ya sé que está pasando…uuuuff, ¡Que susto!- Seguía Madeleine con risa aliviada. Señaló al perplejo hombre- TÚ no eres real. No, no lo eres, nada es real. Estás en mi cerebro. Sí… sigo flipando por la coca.

-La…¿Coca? La muerte parpadeó un par de veces preguntándose si habría oído bien. Madeleine ahora la miraba con sorna. Ya no le daba miedo hablar con la imponente figura, sabia que era una invención de su mente.

-Sí.. sigo en casa de Dani ¿No? Buah, me habían dicho que era potente, que podía causar alucinaciones, hacerme oír cosas, incluso alterar la percepción del tiempo… pero esto… ¡Esto es muy fuerte!¡Parece que haya pasado una semana entera! Ai dios mío, no vuelvo a probar esta mierda nunca más…- Y acto seguido cogió papel del servilletero, lo mojó en su café frío, y lo frotó por sus ojos para despertar de una vez de esta horrible pesadilla.

La muerte la miró estupefacta, con la boca abierta. Había tratado con muchísimas personas a punto de morir, y todas ellas habían sufrido crisis de diverso índole, pero, ¿Así? ‘¿Esta niñata se cree que soy fruto de su último chute psicotrópico?’ Se sintió muy indignada de no ser reconocida como el ser superior que era ¿Le estaba brindando una oportunidad única y ella se burlaba en su cara? Pensaba que ya habían superado esa fase la semana pasada. Temblaba de la rabia, su semblante se fue oscureciendo.

– Me parece que aun no entiendes lo que está pasando aquí, chica. Esperaba terminar pronto esta conversación para no tener que hacértelo ver de nuevo, pero veo que necesitas entender que esto es muy real. – Señaló el reloj de pared- Son las 18:45. Espérate a las 18:47.

La débil y desesperada idea que había mantenido su cordura a raya, terminó de disiparse con aquellas palabras. Recuerdos del suceso que presenció el día que se conocieron fueron recuperados de su inconsciente y presentados ante sus ojos , y supo de inmediato lo que iba a ocurrir. Se levantó de un brinco y corrió hacía la puerta de salida. Un enorme cuerpo se interpuso, la agarró por las muñecas con una mano, y con la otra el cuello, en dirección al interior de la cafetería. Se revolvió con toda la fuerza que disponía.

– ¡No, No, No! ¡Otra vez no, por favor!

– Lo siento Maddy, sólo viéndolo otra vez comprenderás, que tienes que tomarte esto en serio. Esto. Es. Real.

Las 18:47. La camarera resbaló con un potito que había caído de la mesa donde merendaba afablemente una familia. Intentó mantener el equilibrio. Una de las cuatro bandejas que sujetaba cayó con un sonoro estrépito contra las baldosas color salmón. Dio una vuelta sobre si misma, intentando salvar el resto de bandejas, pero pisó la que había caído, y el pudding que ésta había contenido anteriormente la convirtió en un resbaladizo elemento. Como si hubiese pisado un monopatín, su pierna derrapó de forma grotesca. Sin punto de apoyo, la nuca de la mujer fue a impactar directamente contra el puntiagudo pico de una mesa. Se escuchó un ‘Chopf’ sordo y viscoso. No volvió a levantarse. Madeleine se unió al coro de gritos horrorizados de los presentes que se arremolinaron alrededor de la mujer, intentando ayudarla, en vano. Un charco rojo oscuro crecía lentamente bajo su cabeza. Las fuerzas que le quedaban a Madeleine se desvanecieron, dejó de gritar. Se dejó caer lentamente hasta el suelo, incapaz de apartar la mirada de la macabra escena, con ojos vacíos. La muerte aflojó la presión en las muñecas de la chica, hasta soltarla. Bajó la cabeza para mirarla. Gimoteaba. El enfado le duró poco, una punzada de compasión travesó sus viejos huesos.

– Lo siento chica. Tenias que verlo… Necesitarás esto. – Cogió su mano. y depositó en ella un pequeño objeto. -Nos veremos en tres semanas.- Madeleine, aún de espaldas a ella, tardó unos minutos en dirigir su mirada hacia el obsequio. Un pequeño cronómetro redondo, sus casillas marcaban una serie de días, horas y segundos. Aunque no los contabilizó sabía que era el tiempo que le quedaba. Se giró hacia la muerte. Pero ya no estaba.

Salió de la cafetería tan pronto escuchó el sonido de la ambulancia. No quería estorbar. Emprendió el camino a casa, mirando, de manera casi hipnótica, el macabro aparato que le impedía olvidar su destino. ‘Es real, esto lo demuestra’. Se detuvo en medio de la calle desierta. Cerró el puño. Alzó la mirada, endurecida. ‘Esto va enserio. Debo concentrar todos mis esfuerzos en lograrlo, mi vida depende de ello, tengo que dejar de huir de mi destino y enfrentarme a él.’ Con paso firme, reprendió el camino, decidida a hacer todo lo que estuviera en su mano para conseguir la segunda oportunidad que la muerte le brindaba.

SINOPSIS

Madeleine, una chica que daba por sentado que le quedaba una larga vida por delante, descubre que no va a ser así. Una carrera a contrarreloj llena de obstáculos le obligará a enmendar sus errores, y a tratar de entender la verdadera naturaleza de la bondad, para poder gozar de una segunda existencia. Pero ser buena no siempre es fácil. ¿Lograráá decantar la balanza a su favor antes de que termine el plazo? Sólo la muerte lo dirá.

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