Tenía cinco años y decidí que quería tener una mascota. Basta de los NO de mis padres. Tomé mi muñeco de Hulk y salí muy dispuesto a dar batalla.
—¡¿Por qué no puedo tener una mascota como mis amigos?! —pregunté bastante molesto.
—Porque yo no pienso estar limpiando caca y pis todo el día — fue la cruda respuesta de mi mamá.
Intenté convencerla, pero ni caso. Opté por llorar, eso si la conmovería. Y llanto y abrazo, negociamos en una mascotita chiquitita: un Hámster.
Cuando papá llegó del trabajo allá fuimos, a la veterinaria cerca de casa. Mi emoción era enorme. Me hicieron elegir entre unos veinte roedores. Y elegí el más grande. Era de color marrón claro y bastante movedizo. Le puse Fufu por una canción del Conejito Fufu de Xuxa para bajitos, era mi preferida. Le compramos una jaula preciosa llena de colores.
Al llegar a nuestro hogar, Fufu estaba nervioso, no se dejaba acariciar y corría en su ruedita. ¡Ya se acostumbraría a esta nueva vida!. Lo llevé a mi cuarto pero no podía dormir. Mi mascota corría y corría, comía y hacía mucho ruido. Porque los hámsters tienen actividad nocturna. Optamos por dejarlo en la cocina con una pequeña luz encendida. Y yo dormí feliz.
Al otro día, recien levantado me apresuré a ir a su encuentro. Fufu era muy gracioso. Verlo comer era lo mejor porque se ponía toda la comida junta y se le inflaban los cachetes. Cuando llegó la hora de ir al jardín, corrí pensando en contarles a todos de mi nuevo amiguito. Pero al regresar, no encontré a Fufu por ningún lado, y la puerta de la jaula estaba abierta. Yo lloraba, mamá me consolaba y papá y mi hermano Nacho lo buscaban, pero al ser tan pequeño no era tarea fácil.
Me fui triste a mi habitación, y sentí un ruidito en la mesa de luz. Me acerque más y allí estaba el picarón. ¡Se había acomodado feliz en mi zapatilla mientras masticaba los cordones! Lo alcé despacito, y con ternura le di un beso en su suave pelaje, y no me mordió. Tal vez se había dado cuenta de mi cariño por él.
Fufu vivió dos años y medio, de los cuales hizo varias travesuras. Se escapaba siempre que podía. Era muy vivo y sabía abrir la puertita de su jaula, por lo que le pusimos un broche de la ropa. De a poco se fue dejando acariciar, pero sólo por mi. Y alguna que otra vez me dejaba darle un besito, así de chiquitito.
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