Magdalena y yo

Magdalena y yo

Juls

20/03/2021

La navidad estaba llegando. Ya se podía sentir el espíritu navideño en las calles, con sus avenidas abarrotadas de transeúntes con bolsas de compras en cada mano y sus juntadas al aire libre entre risas y gritos de júbilo. Todo parecía tornarse alegre con la llegada de diciembre, los problemas diarios que aquejan a los ciudadanos se perdían en un mar de música festiva y luces multicolores colgadas de los balcones de las casas y edificios. Todo era alegría y disfrute, excepto para Valentina.

Recientemente, Valentina había perdido a su tan querida abuela. Todavía trataba con esmero de recordar cómo era su voz, tan dulce cuando la llamaba para comer los fideos con tuco que preparaba con mucho gusto para su nieta, recordaba también sus ojos color avellana, escondidos tras los cristales de sus gafas; mirándola siempre con ternura y recuerda sus delicadas manos, que se mantenían constantemente entretenidas bordando, cocinando o mimando a Valentina.

La navidad le resultaba melancólica, le evocaba recuerdos de fiestas en casa de la abuela, donde la comida abundaba y las risas y charlas estaban a la orden del día. La abuela Inés era el centro de atención, el alma de la fiesta y la mejor anfitriona que cualquiera hubiese tenido el placer de conocer. Toda la familia se reunía alrededor de la mesa redonda para celebrar cada navidad lo agradecidos que estaban de poder estar juntos. Pero todo aquello se había perdido con la llegada de una inminente pandemia que arrasó con vidas enteras, ya no había lugar para las risas ni las comidas en familia, eso era cosa del pasado y la familia Ferrero contaba con la misma mala suerte, después de la muerte de la abuela Inés y la llegada de la pandemia, se había dado por concluida una etapa de festejos y celebraciones.

Valentina, cada tanto y con el dolor invadiendo su pecho, visitaba la casa de la abuela. Todo seguía igual, como si el tiempo se hubiese congelado en esas habitaciones, hasta la cama estaba prolijamente tendida como su abuela solía tenderla cada mañana. Cualquiera que entrara juraría sentir una oleada de olor a jazmines, haciéndole sentir que esa casa todavía seguía habitada, que la abuela seguía viva. Pero no era así. Y la vida seguía, seguía sin Inés y sin sus comidas, sin sus risas y su alegre compañía. Seguía con Valentina, que se encontraba sentada en el living de su casa pensando qué hacer para no morir de aburrimiento en una navidad limitada por la pandemia, tal vez le escribiría a algún amigo y le propondría hacer videollamada para evadir la densidad de su soledad, para simular que su vida tenía algún sentido para ella.

Mirando con sopor las redes sociales encontró un posteo que capturó de inmediato su atención. «Carta para un abuelo» decía el encabezado, siguió leyendo y la propuesta le encantó. Le proponían adoptar a un abuelo para que no se sintiera solo en el asilo durante la navidad pandémica, a través de cartas se entablaba un vínculo enriquecedor para ambas partes. Sin pensarlo dos veces, Valentina ya se encontraba redactando su carta y si bien no se consideraba muy buena escribiendo, le gustaba lo que leía. Rellenó sus datos y la envió, esperando con entusiasmo que llegase pronto a algún abuelo que necesitara de contención y de una buena conversación.

Espero un par de días a ver si obtenía respuesta, pero nada. El buzón estaba vacío, nadie había respondido aún. Con el pasar del tiempo comenzó a olvidar su entusiasmo y concentró su mente en otras actividades, su madre le había encargado hacer las compras para la cena de navidad y año nuevo, cosa que requería mucha concentración, así que simplemente olvidó la carta y al abuelo que la estaba esperando.

Para cuando Valentina quiso darse cuenta la navidad ya estaba sobre sus cabezas, con las estridentes explosiones tan bien conocidas provocadas por los fuegos artificiales, tiñendo el cielo de múltiples colores. La gente salía de sus casas para ver aquel espectáculo que se ostentaba en el firmamento de la ciudad porteña. Valentina recordó a los abuelos que esperaban las cartas y se preguntó si estarían disfrutando de los fuegos artificiales también, o si les temían.

Pasadas las doce y media revisó su celular en busca de saludos navideños de amigos y familiares, pero en su lugar encontró la respuesta que tanto esperaba: habían contestado a su carta. Emocionada, devoró con la mirada el texto que le habían escrito.

«Hola querida. Me alegra mucho recibir tu mensaje, mi nombre es Magdalena. La navidad también me resulta melancólica, creo que cuantos más años pasan, más difíciles se vuelven. Pero vos no tenés que ponerte triste, todavía sos joven y tenés mucho por disfrutar, ya verás que pronto podrás salir y festejar, ánimo!

Espero tu respuesta, acá estaré sentadita aguardando tu mensaje con mucha ilusión.

Besos y feliz navidad, M.«

Los ojos de Valentina se llenaron de lágrimas al leer la respuesta, tan inmensa era su emoción que de inmediato se puso manos a la obra en la elaboración de su próxima carta; está vez mucho más detallada, donde le comentaba la historia de su vida, sus aspiraciones a futuro, lo que la hacía feliz e incluso alguna que otra confidencia. Pensó que la carta se había hecho demasiado extensa pero estaba segura de que la señora Magdalena la disfrutaría, después de todo era el único entretenimiento que tenía en aquel solitario asilo.

Las respuestas a sus cartas fueron cada vez más rápidas en cuestión de días, Magdalena le había explicado que al ser una mujer mayor no estaba familiarizada con la virtualidad y que dependía de que alguien escribiera por ella, y a veces no había tiempo para eso. Pero con el pasar de los días empezó a entusiasmarse y aprendió a escribir sus propias cartas, tomando cada vez más confianza para hablarle de sí misma y contarle sobre su vida, sus recuerdos, andanzas y experiencias.

Valentina pensaba que la vida de Magdalena había sido muy interesante. La mujer dedicó su tiempo a profesionalizarse en el campo de la educación en una época donde era poco habitual que las mujeres trabajaran y estudiaran. Y a sus 30 años, viajó al interior del país a dar clases a gente de bajos recursos y a las comunidades indígenas, dedicando su vida entera al estudio en pos de enseñar a los que nadie jamás había tenido en cuenta.

Magdalena disfrutaba contándole experiencias de sus viajes, también cada tanto por pedido exclusivo de Valentina, le contaba sobre algún que otro amor del pasado, aunque se reservaba los detalles para sí misma. Luego, comenzaron a intercambiar fotos; Valentina le mostraba imágenes de sus mascotas, algo que a Magdalena le fascinaba y siempre preguntaba por ellas, mientras que por su parte la señora le enviaba fotos de su juventud, acompañadas de historias muy interesantes sobre el pasado.

Una tarde de diciembre, tocaron el timbre en casa de los Ferrero con la noticia de que tenían un paquete para Valentina, ella se quedó sorprendida porque nadie había quedado en mandarle nada, ¿Qué sería? se preguntó. Al abrir el paquete, que parecía no tener tarjeta que indicara quién era el autor del misterioso regalo, descubrió en su interior una muñeca de trapo. Sus ojos eran dos botones negros como el carbón, que le daba una mirada profunda y penetrante como si tuvieran vida, y sus cabellos eran telas de diversos colores y texturas, llevaba un adorable vestido floreado con una cinta adornando sus caderas. Aquel obsequio conmovió a Valentina y supo automáticamente quién era el remitente del paquete: su querida amiga por correspondencia.

—Inesita…—Murmuró mientras sostenía con dulzura a la muñeca de trapo entre sus manos.

Cuando Valentina le habló de su abuela Inés, Magdalena le contó que su mejor amiga de la infancia se llamaba igual. Pronto, Valentina descubrió que la amiguita de Magdalena era una muñeca que la había acompañado desde el día de su nacimiento y que era el juguete favorito de su infancia. La pequeña Magdalena jamás la soltaba, iba con Inesita a todos lados, y todavía a sus 85 años, la conservaba con el mayor de los cariños. Valentina jamás pensó que Magdalena le entregaría su tesoro más preciado, se sentía especialmente afortunada.

Antes de que pudiera seguir perdiéndose en sus pensamientos descubrió que debajo de los envoltorios, había una carta. La abrió y comenzó a leer el contenido de la esquela con sus ojitos colmados de curiosidad:

«Para mí dulce amiga por correspondencia: Valentina Ferrero.

¡Bendita sea esa navidad que cruzó nuestros caminos! En estos meses que intercambiamos tantas cartas pude descubrir que sos una chica maravillosa. Ojalá la vida te hubiese puesto como mi nieta, pero creo que no puedo quejarme tampoco. Me siento afortunada de conocerte, me levanto cada mañana entusiasmada por leer tus cartas y me emociona todavía más escribirte las mías, ¡qué hermoso es tener con quien conversar! ¿No te parece, Valen?

Te regalo el mayor de mis tesoros. Vos pensarás que es solo una muñeca de trapo, pero para mí vale más que todo lo que tengo en la vida, ella es mi compañera y ahora quiero que sea la tuya. Quiero que en sus ojitos encuentres los míos, que en su sonrisa cosida a mano veas la felicidad y de paso te contagie un par de risas. Cuando estés triste, abrazala y ella te ofrecerá contención cuando no pueda hacerlo yo.

Te quiere y te desea una feliz navidad, M.«

La muchacha podía imaginar la sonrisa de Magdalena mientras escribía con entusiasmo la carta, sus ojitos cerrados formando dos medialunas al reír con alegría, pensando en la sorpresa que se llevaría Valentina. En su pecho afloró una mezcla de orgullo y emoción, orgullo porque Magdalena había logrado mantenerse alegre pese a las circunstancias de la vida y le transmitía a Valentina toda su felicidad, contagiándola de risas y bellos sentimientos; y emoción porque era la primera vez en tanto tiempo que conocía a alguien con quien conectar tan bien, enseñándole a la joven que la diferencia de edad no era impedimento alguno para entablar una enriquecedora amistad, que las personas mayores son igual de interesantes y fascinantes que las jóvenes. Valentina había encontrado una amiga al otro lado de la pantalla que no compartía con ella la edad pero sí compartían un sinfín de sentimientos agradables y charlas que parecían ser interminables. Qué gusto daba tener una amiga de verdad, pensaba la chica.

Valentina abrazó a Inesita y sintió en ella todo el cariño de Magdalena, sus más bellos sentimientos vivían en el corazón de la muñeca. La imagen de su abuela surcó su mente por unos segundos y su recuerdo ya no era tan doloroso como lo había sido hace un año atrás. Ahora no se sentía tan sola porque la tenía a Magdalena, su querida amiga por correspondencia, y a Inesita, su nueva compañera de aventuras cuyo corazón de trapo era el más noble y puro que hubiese conocido jamás, semejante al de su dueña. 

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