Ojos que no ven…

Ojos que no ven…

Aldebarán Elías

03/03/2021

Todavía me parece un enigma cómo se enamora un ciego. Todo había pasado tan rápido, que cuando me dijo que iba a viajar no me lo creía. Doña Alberta había intentado, inútilmente, hacerle cambiar de opinión. Me pidió hablar con él, que quizás, yo, por ser su amigo —a decir verdad el único—, me haría caso.

Edmundo terminaba de arreglarse cuando entré a su cuarto.

—Yo sé que siempre has sentido lástima por mí, aunque lo finjas… lo siento en la forma cómo me miras —hubo un corto silencio.

—Tienes la camisa mal puesta —dije y lo ayudé a ponérsela al derecho.

—Pero vos me entendés, ¿verdad? —Sonreía (siempre lo hacía) con los ojos abiertos y perdidos en su cara de niño bonito—. Pero, lo que ella siente no es lástima, ¿verdad? —no dije nada.

Edmundo puso sus manos en mis hombros, era mucho más alto que yo, treintón, moreno y delgado. Salimos del cuarto con la maleta: —no me llamen…—pidió por último.

Era la noche del 8 de enero de 2021, el bus para Bogotá dejó el terminal, doña Alberta lloraba, era entendible su preocupación por su hijo, y más en tiempos de pandemia. Por mi parte, sentía algo de pena al pensar que por más que él quisiera, jamás iba a poder ver a aquella muchacha: <<debe ser aterradoramente excitante ser ciego>>, pensé.

El fin de semana fue parsimonioso. Yo sí había visto en fotos a la dichosa Alejandra García, una muchacha de 28, piel amarilla, pelo negro… bonita, estudiante de master en Cambio Ambiental y Sostenibilidad Global. Se había conocido en diciembre —en una reunión virtual del trabajo— con Edmundo Buenavida. Ella le habló la primera vez —al celular—, para preguntarle por la estructura métrica de uno de sus poemas —de los que redacto de boca de él para postear en redes sociales—, y por la curiosidad de saber cómo operaba un invidente de nacimiento en un Call Center. Días pasaron, palabras fueron y vinieron, hasta que ella le dijo que antes de febrero tenía que estar en Milán por su posgrado. Entonces, Edmundo no vaciló en proponerle que se vieran antes de que ella se fuera.

El lunes 11, Edmundo me llamó tras su regreso a Buenaventura. Me contó que el encuentro fue en el Parque de los Periodistas Gabriel García Márquez; hablaron y rieron mucho, pero nada como cuando fueron al apartamento que él alquiló para su estancia.

—Oye, Juan…

— ¿Sí?

—Fue como un sueño. Ella dispuso de mi bastón blanco y mi tapaboca, llevó mi palma derecha a su rostro, era suave. Inconscientemente, puse mi otra mano en su cintura, sus costillas, su pelo…, su cuerpo se engrandecía —como el mío— con la respiración… pude olerla, asirla con todas mis fuerzas —suspiró—: fue la eternidad de un instante en sus labios. Escribe por favor:

Prometo ir a Milán,

Besar su tierra

Y seguramente no te vea,

Pero quedará aquel beso

En huellas memorables

Trepando por tus pasos


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