Mi esposo subió al tren, se dirigía al frente de combate con los mismos ánimos de cuando nos conocimos. Me volteó a ver con aquella sonrisa que hasta el día de hoy recuerdo; yo estaba ansiosa y un tanto alterada de solo pensar en lo que podría pasarle.
Llegó a la ventana y se asomó para hablarme:
—Tranquila, pronto volveré.
Entonces me acercó más a su rostro y me dio el beso más apasionado que solo en nuestra boda me dio. En ese momento sonó el silbato de la locomotora, gritaron el último aviso de abordaje y yo sollozaba como nunca.
Y entonces partía aquel tren, a los días recibí sus cartas, las memorias que escribía, y demás. Pero tras un año de correspondencia todo acabó. No recibí más cartas, y toda tragedia inundó mi mente; hasta que un enviado del ejercito llegó a mi casa, y confirmó lo que tanto temí.
—Señora, lamento informarle que su esposo ha muerto.
Pasé años de inconsolable llanto, me atormentaba el sutil recuerdo, y aunque ya lo superé, hasta ahora, no logro superar todo el amor que dejó en mí, con ese último beso que me dio.
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