Dulce para un amargo final

Veintipico de noviembre, recuerdo era un viernes yendo a casa mientras caía una lluvia tenue y el cielo se oscurece alzando su velo sobre nosotros, estando juntos pero separados, callados mientras el silencio gritaba y las miradas hablaban cada que se cruzaban. . .

Fueron dos horas con el sonido de las gotas alrededor y un canto de un ave enjaulada, ahí estábamos sentados los dos en el suelo de la entrada, de frente mientras una guerra de miradas se desataba , pero de la nada solo sonrió, el cielo esclareció y la lluvia se disipó mientras los primeros rayos de luz daban contra su rostro y las escenas que mi mente pintaba no eran pocas, me enamoré veinte veces, inspire cien versos y todavía lo recuerdo a cada detalle, con ella enfrente no podía evitar ser romántico o mirar como un fanático.

-Eres la fuente de mi poesía . . . –

Dije mientras mis labios titubeaban y dejaba caer mi cabeza a su hombro cuando de pronto arremetió contra mí, la fuerza fue tal que ambos caímos al suelo quedando ella sobre mí con sus labios en los míos y sus manos en las mías moviéndose como buscando las yemas de mis dedos, los pechos tan pegados que podíamos sentir los latidos, retumbando como golpes intentando salir y abrazarse todo paró. . .

El lugar que no fue el mejor, mi idea del lugar ideal para sólo estar era alejado del que llego a ser, no era un salón elegante para un danzón, no era un prado soleado con flores alrededor ni siquiera, era solo un rincón sólo para nosotros dos, un rincón para hacer todo siendo nada, siendo nada después de ser todo. el tiempo pasaba, pero no se notaba, aferrados nos negábamos a separarnos otra vez pero, ¿sabes? Quizá solo lo pensé, o lo soñé que un dulce tan dulce como la miel no se puede creer,

Fue una tarde melosa llena de besos sin palabra alguna de ninguno, el último beso, un beso de despedida como sello de una historia. La historia de un poeta y una musa, de una diosa y un pobre escritor, un escritor que en una tarde lo ganó y lo perdió, un escritor que solo tiene aquel beso de un “adiós”.