Cuando te conocí, aunque nos distanciaba la edad, recién supe de besos amorosos. Me refugié en tu hombría. Recorriste mi cuerpo con tus manos, jugueteabas en mi pubis para hacerme sentir. Mi boca devolvía tu afecto con algo de pudor. Aquellos mimos acariciando mis pechos, tus labios explorando mi intimidad fueron extinguiendo la anestesia de tantos años. Cada noche tus besos aliviaban esos tristes recuerdos.

Mi madre al besar, me estrujaba como una posesión. El beso a mi padre, en la frialdad de su piel, me hizo comprender de niña la despedida eterna. En la intimidad de mis baños dejaba correr el agua sobre mi cuerpo con obsesión, intentando borrar las huellas de los besos repulsivos dados por ese abuelo. Tuve las palabras afectuosas de mi padrino, pero continué encerrada en mi mutismo tratando de olvidar. Solo el mar guardó mis confidencias.

 Tu beso enlazado a través de mis sentidos, me envolvía en una emoción que procuré transmitir a mi cuerpo. La sensación de bienestar no lograba percibirla, aunque en mi contradicción era lo deseado.

Con el tiempo, encontré en tus besos una síntesis de lo vivido. La ternura de mi padre, el consuelo de mi padrino, la lujuria del abuso; eras vos y eran todos, las imágenes en el placer se confundían en mi mente, pero no importaba podía sentir.

Había logrado manifestar mis afectos -según tus palabras- las expresiones de mi rostro daban cuenta de los momentos de goce que descubrimos juntos. Al besarnos se fusionaban nuestras bocas en un mismo sabor.

Nuestros besos sortearon mis contrariedades, para entender el lenguaje corporal y el valor de la mirada. Aceptaste mi hablar imperfecto, a veces interpretado como racional o pedante, sin negarme tus besos.

Nos hemos mirado más cerca, tocando mi boca me has besado una y otra vez, al mismo tiempo con ternura observabas a nuestro hijo. En ningún momento, has dejado de ser un sostén en mi maternidad, para que pueda conectarme y brindarle todo mi amor.

Tus palabras de afecto y aceptación de todo mi ser, me contenían. Los besos en este viaje, que has consentido realizar hacia mi mundo de retraimiento, me han dado la fuerza necesaria para seguir adelante.

Esperaba conservar mi sensibilidad frente a la vida y que pudieras continuar acompañándome. Aunque en estos días te he notado ensimismado. Preocupada, reflexionaba: ¿Le habré traspasado mi desafecto?

Me sorprendieron tus expresiones:

─No te aferres a mí. Siente por ti, tal vez mañana no esté. Conoces las dolencias que padezco.

En ese instante, aquellas palabras me traspasaron un profundo dolor, se mezclaron en mi mente con las escenas placenteras de nuestras vivencias. 

Una inquietud volvió a resurgir: ¿y si todo en mí vuelve a ser como antes?

Otra opinión médica nos dio esperanzas. A pesar de la angustia, he continuado guardando en mi memoria esos besos y abrazos que han unido nuestros cuerpos, por temor a que se escabullen como el tiempo.

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