Hace ya un año que los Nazis ocuparon Polonia. Mi abuelo es uno de los ayudantes del cura de mi parroquia. Llevamos meses escondiendo a una familia de judíos en la buhardilla de la Iglesia.

Tengo 17 años y paso los días de mi adolescencia rezando que un milagro, me ayude a evadirme de este mundo lleno de muerte. Mi padre era uno de los soldados que fue asesinado por el enemigo en la masacre de Katyn.

Lo único que alumbra mis días, es que tengo que limpiar la iglesia y llevar víveres a la familia judía.

Mientras camino, pasan tres o cuatro furgones nazis; siento escalofríos cada vez que los veo. Abro la puerta de la Iglesia; el olor a incienso de olíbano y la humedad impregna todo mi cuerpo.

—Buenos días Ágata, ¿cómo te encuentras hoy? —dice el padre Zarek.

—¡Buenos días! Traigo lo de siempre. —Respondí.

—Sube tranquila, no hay nadie por aquí. —Me dijo en susurros.

Subo las escaleras envueltas en sombras y allí están.

—¡Hola!, soy yo. —Les digo en voz baja.

Sale  Bogdana, la hija mayor. Nos hemos hecho amigas en este tiempo, nos quedamos horas hablando detrás de un viejo sillón, buscando un poco de intimidad en aquel pequeño espacio. Siento algo muy fuerte hacia ella, una conexión que no puedo explicar con palabras. Su voz es todo dulzura y tranquilidad a pesar de la situación que está viviendo.

—Hola Ágata, gracias por la comida, ¿cómo están las cosas ahí fuera? —Me dice.

—Pues hace tres días Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania. 

—¿Sabes? —dice ella, —Me gusta verte cada día, me encanta escucharte Ágata. Aunque esta sea una sociedad sucia y destrozada.

Yo no puedo apartar mi mirada de ella; de sus brazos escuálidos, su pelo  bien peinado, de sus labios… ¿Cómo puedo sentir algo tan fuerte por una mujer?; además yo soy cristiana y ella judía, ¡es imposible!, pero sé lo que siento, lo sé.

En un susurro me dice «eres preciosa», y su cara se está acercando a la mía, cada vez veo más de cerca los surcos de sus ojos, hasta que ya no veo nada porque cierro los míos cuando nuestros labios se funden en un beso. Lo interrumpen unos ruidos. Al principio no reacciono pero pronto me doy cuenta de que están abajo. Nuestras caras se separan . Ella se levanta y corre hacia su familia mientras yo salgo del escondite . Están allí, hacen un registro común, hasta que él me mira. Me mira y me lo nota en la cara… me nota que están allí y también el beso, seguro que también el beso. Enseguida lo tengo encima agarrándome de un brazo. Presencia  aquel agujero sucio y oscuro, ¡no puede ser!. Mis ojos se llenan de lágrimas cuando los veo a todos atrapa

dos por los oficiales.

—¡Bogdana no! — grité.

— Gracias por hacer que me haya sentido viva en un mundo lleno de muerte. — Me dijo ella por última vez.

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