El último beso que se robó Policarpo Linero

Fue una noche de borrasca imperdonable cuando Policarpo Linero se atrevió a cruzar el Atlántico de regreso a su hogar en una carabela de vela latina. Marinero experto añejado en aguas bravas había cruzado un sinfín de tormentas, pero nunca pensó que aquella se iba a tratar de la ira de Poseidón, quien amparado en una furia olímpica de despecho había jurado matarlo.

–¿Eso es todo lo que tienes, oh Señor de los mares? –Gritó Policarpo Linero, sin mostrar atisbo de flaqueza.

El lúgubre cielo centelleaba como si guerrearan los ángeles, el horizonte se fisuraba en solitarios haces de luz azul, estallaban rugidos en el eco del mar, los goterones se convirtieron en balas de hielo capaces de atravesar a una ballena y los latigazos del océano se elevaron como montañas siderales. La carabela saltaba por los aires, acuchillada por filosos ventarrones y desquebrajándose en chillidos de dolor, pero el marinero que era hábil y tenía reflejos de corsario, se las arreglaba para continuar aferrado al timón con la mirada flameante de un Aries. 

–¿Eso es todo lo que tienes, oh Señor de los mares? –Repetía al cielo a ojos cerrados y soltando bramidos que se perdían en el fragor azul.

Cuando abrió los párpados vio que los nubarrones se partían a la mitad y del centro se asomaban los aguijones dorados de un tridente. No alcanzó siquiera a bajar la mirada cuando el tridente se disparó cual rayo de Zeus y se le clavó directo en su corazón de navegante. Antes de caer muerto, oculta tras la hirsuta barba de ceniza, esbozó una sonrisa de victoria, porque en el fondo sabía que no existía castigo divino para el marinero que viajó de continente en continente para besar a todas las mujeres del mundo, quedando enmarcado en la historia náutica, leyenda de boca en boca de mercaderes y pescadores como el único hombre que fue capaz de besar los inmortales labios de una diosa: Anfítrite.