Eran altas horas de la noche, y lo que parecía un festejo corto se había estirado lo suficiente para que todos entraran en confianza y empezaran a hablar sin miedos, sin tapujos. Lo suficiente para que nos doliera el estómago de tanto reír. Y lo suficiente para que me viera obligado a organizar los rezagados entre aquellos que vivían más cerca para que todos a su casa pudieran volver.
Ya era tarde, y empezaron a irse, uno a uno. Hasta que solo quedamos un reducido grupo, cuya conversación resistió un rato más, hasta que también fue vencida por el sueño y llegó de la despedida. Abrace fuertemente a cada uno de ellos, comprometiéndose a una futura reunión… en donde seguir la conversación que el cansancio había derrotado, y los acompañe a la puerta, despidiéndome con el gesto universal del saludo al aire, una vez había arrancado el vehículo.
No sabía entonces que ese sería el último saludo, por supuesto. Nunca lo pude haber sabido, nadie se lo vio venir. Pero agradezco que allí estuvieran otros más para inmortalizar en pixeles digitales aquel momento final. Quizás porque esa es la versión que de aquellos quiero inmortalizar.
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