Ese último beso

Ese último beso

Ese último beso.

En eso se concentró mientras le abandonaba la consciencia bajo ese ambiguo cielo color caramelo.

Un rápido vistazo al número rojo parpadeante en el visor del casco: 3 minutos de vida. Casi no sentía el dolor de las piernas, quebradas como ramas tras el accidente. El traje le había inyectado analgésico para no sentir dolor. También había enviado un mensaje de emergencia, pero sabía que no llegarían a tiempo. Poco más de dos minutos y el suministro de oxígeno llegaría a su fin, junto con su vida.

Nunca debió ocurrir. Nunca debió hacer solo ese trayecto rutinario. Nunca se tendría que haber despistado. Nunca, nunca, nunca, ya daba igual. Un cráter delante del rover, la gravedad y la piedra contra la que se había estampado al salir despedido hicieron el resto.

La plenitud que sintió días antes era indescriptible. Notaba los pelos de punta bajo el traje que le mantendría con vida durante esta gran aventura. Al bajar y pisar el suelo rojizo, polvoriento, un montón de imágenes y emociones le pasaron por encima, barriéndole como una enorme ola en aquella playa, ahora tan lejana. Imágenes de lo que había dejado atrás para llegar aquí. Emociones de ese momento, pero también de otros instantes guardados como pequeños tesoros secretos junto a su corazón.

En órbita terrestre, le asaltó el olor aséptico que desprendía la nave nada más entrar por la escotilla. Había sido desinfectada a conciencia, igual que ellos. No querían llevarse nada indeseado al nuevo mundo. Tampoco podían llevarse los pequeños objetos, tan queridos, como les hubiese gustado. Solo ilimitados terabytes con todas las fotos, música y libros que les acompañarían durante los cinco años de misión. Un largo y oscuro trayecto. 9 minutos para escuchar la respuesta de su hijo cada vez que le preguntase qué había hecho ese día en el cole. En fin, no era momento de nostalgias, había que iniciar los procedimientos de lanzamiento. El viaje más increíble de su vida iba a comenzar.

Había entrado en la habitación, llena de posters y maquetas de naves espaciales y se había sentado en el borde de la cama. Ese fue el único momento en el que sintió la duda. La duda de si estaba cometiendo un tremendo error. Contempló la cara de su hijo. Ya había hablado con él muchísimas veces. Se lo había explicado. Pero los dos sabían que este era el momento de la despedida. Que tendrían que pasar cinco largos años para volver a tocarse, a abrazarse. Él no habría cambiado mucho, pero su hijo sería para entonces un adolescente. Se miraron a los ojos. Papá, tengo miedo de que no vuelvas, le dijo. No, mi niño, no te preocupes. Nos hemos entrenado mucho. Sabes que …. Y entonces él, le interrumpió incorporándose en la cama, le abrazó, y le dio el mejor beso que un hijo puede dar. Ese beso pleno en el que ponen toda su alma, y que olvidan como dar cuando crecen.

Ese último beso.

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