Era mi primer día de trabajo en la Universidad, cubriría el puesto de limpiadora que había dejado mi madre. Llegué nerviosa con el tiempo muy justo, no sabía a dónde debía dirigirme. Alguien que miraba en un tablón de anuncios, se volvió con rapidez, tropezando conmigo, a la vez que se le caían libros y carpetas. A la misma vez que él, me agaché para ayudarle a recogerlos. Al levantarnos, nos miramos con intensidad. Era un hombre alto, moreno, muy guapo. Le dediqué la mejor de mis sonrisas con los ojos, pues llevaba la cara cubierta con mascarilla, me pareció que él me correspondía. Seguimos por un espacio de tiempo quietos, sin decir nada. Al final, se disculpó y se fue. Yo me quedé mirando como se alejaba.
Reaccioné, acordándome del motivo de mis prisas y conseguí llegar al lugar asignado, allí me esperaba la gobernanta, que rápidamente me puso al día, me entregó el material necesario, indicándome, a la vez, mi primera tarea. Me acompañó hasta el pasillo por donde debía empezar y allí me dejó sola. Había varias puertas de distintas aulas, todas cerradas, pero una estaba entreabierta y pude escuchar lo que hablaban:
—Abran su libro por la página cuarenta. Vamos a leer el capítulo siete de “Rayuela” de Julio Cortázar y luego lo comentaremos.
Cuando comenzó su lectura, yo sentí cada una de las sensaciones que expresaban sus palabras, sus dedos rodeaban mis labios dibujándolos, yo iba entreabriendo mi boca mientras me dejaba dibujar una sonrisa. Luego me miró de “cerca, tan de cerca que jugamos al cíclope”, nos miramos cada vez “más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen” … nuestros ojos se fundían siendo solo uno, las bocas se encuentran y acarician tibiamente, “mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes”, respirando confundidos, me quita la mascarilla y nos besamos, más allá de las palabras. Mientras escucho su voz melodiosa, mis sentidos van percibiendo las caricias. Estoy soñando. Mis manos buscan hundirse en su pelo, pero no pueden, se crispan, abro mis ojos. Sigo escuchando su voz y ya solo es un bello texto. Pienso que en la realidad no voy a poder sentir lo que dice ese libro. Me invade el deseo de besarle.
Cuando termina la clase, sale todo el alumnado. El permanece de espaldas a la puerta desde donde yo le observo. Está recogiendo sus cosas, no ha terminado aún cuando se vuelve. ¡Es él! Nuestros silencios, a la vez se llaman. Nos acercamos, desnudamos nuestros rostros y él acariciando mi boca va recitando: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara…” (Fragmento del capítulo siete de “Rayuela” Julio Cortázar)
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