Añaychay allpa Mama

Añaychay allpa Mama

Emprender un nuevo viaje llena a uno de emoción, sobre todo cuando sabe que ira a un lugar que deseaba hace mucho tiempo.

Debo decir que jamás imagine encontrarme con lo que me encontré, de vivir y sentir esas diversas e infinitas realidades, y admito que fue lo más extraordinario que me paso en el viaje, igual a Ema, mi compañero de travesía.

No hablare de los paisajes, ya que son maravillas que existen sin que el hombre ponga una sola mano en ellas. Hablare de los escenarios. Imagínense por un momento en que deben ponerse en los zapatos de otra persona, con una vida radicalmente distinta a la suya, ¿a quién elegirían?

Es fácil elegir a un rey, a una persona poderosa, tal vez hasta a alguien famoso, pero que me dicen de una persona humilde, la cual trabaja sin cesar de sol a sol, dedicando su vida entera a luchar y preservar su cultura, sus creencias y lo que es más importante, su legado.

Hablo en particular de Hugo, quien tuve el hermoso placer de conocer, allí en su humilde pero fascinante morada, en donde no solo me contó su historia sino que pudo mostrármela.

En un paseo por un lago de casi cuatro mil metros de altura sobre el nivel del mar Hugo me contó sus vivencias diarias. Junto con su esposa, su hija y su nieto viven en una isla flotante, la cual tuve el honor de visitar.

Lo primero que se apodero de mi fue una sensación de soledad. Busque a Ema con una mirada cómplice y percibí su sorpresa. Sabía que sentía lo mismo que yo, ya que le preguntó:

-¿Cada cuánto van a la ciudad?

Hugo, quien no hacia otra cosa que sonreírnos, explico que por lo general una vez a la semana a buscar provisiones, pero que allí tenían todo lo que necesitaban.

Mientras Ema no salía de su asombro y seguía inundando de preguntas a Hugo, yo recorrí un poco más la isla.

El pueblo ancestral de Hugo creía que la madre tierra era lo más importante, así como la luna y el sol. Todos los años incontables décadas atrás agradecían a la “Pacha mama” (así llaman a la tierra) por la cosecha, mediante ceremonias sagradas.

La Pacha mama es todo para ellos, sin ella no tienen nada.
No había hogar en donde no ocupara un pedacito de esa rica creencia que seguía intacta a través de todos estos años.

Me emocione al pensar en todas las demás culturas que tal
vez quisieron imponerse sobre esta, queriendo cambiarla, a través de
conquistas, liradas a veces a base de sangre y muerte. Sea como sea que se haya
escrito la historia, sabía que la cultura de Hugo había triunfado en algo: el espíritu de mantener viva su raza y cultura, porque viviendo en las épocas que vivimos y aunque la gente diga y quiere hacerse creer de lo contrario, no se respetan las creencias distintas a las de uno.

-La tierra siempre nos provee de lo que necesitamos- nos explicaba Hugo dentro de su choza, la cual tenía solamente una especie de cama, hecha a base de totora, la cual es una planta que crece en el fondo del lago,
con la que realizan todo tipo de objetos, mismo sus balsas y (¡oh, por Dios,
que maravilla!) las raíces de la misma era lo que hacía flotar y de lo que
estaba hecha la isla.

Es muy difícil de explicar el mar de emociones que tenía adentro durante la charla de Hugo, y cuando me despedí de él sentí que una parte de su pasión recorrería mi alma por el resto de mi vida.

Sabia fue mi decisión de comprarle una especie de manta, la cual explica la historia de los Uros en un hermoso bordado, hecho directamente por la esposa de Hugo.

Fue difícil dejar atrás ese universo y volver a retomar el viaje.

A donde fuera que íbamos cada persona, cada lugar, cada edificación nos llevaba al relato de Hugo, a ese lazo inquebrantable con el pasado, a esas leyes sagradas con la naturaleza.

El día anterior a visitar las ruinas que por excelencia son la representación cultural incaica más maravillosa que se ha descubierto, yo sentía un nudo en el estómago. Casi no pude dormir. Mire a Ema y le dije:

-Jamás vamos a olvidarnos de esto.

Las nueves aun tapaban gran parte de las montañas, por lo que contuve mis exageradas ganas de lograr ver, aunque sea un adelanto, de lo que me esperaba allí.

Nuestro guía nos explicaba cosas interesantísimas de la ciudadela antigua, pero mi mente y mi corazón estaban en otra parte, por lo que cuando subimos unas escaleras hacia lo alto del lugar temblaba de los nervios.

Grande fue mi sorpresa cuando el guía pronuncio las mismas palabras que yo había dicho a Ema la noche anterior:

-Es un lugar que jamás olvidaran.

La agradable brisa mañanera acaricio mi rostro cuando me acerque a mirar.

Sentía que iba a desmoronarme. Lo primero que hice fue respirar, ya que aquel espectáculo me había dejado boquiabierta. Lo único que escuche fue un débil “guau” de la boca de Ema, y de pronto, me volví sorda. Lo imponente se apodero de mis piernas, las cuales no podía mover.

Mire a un lado y a otro, juro que no me entraba en los ojos esa majestuosidad.

Recordé todos y cada uno de los lugares por lo que había andado, todas las historias que giraban en torno a esta ciudad. Recordé la Pacha mama, la cultura incaica, su fuerza, su pasión. Recordé a Hugo y a su familia, su humilde corazón, lo sagrado.

Cuando quise darme cuenta lloraba, así sin más. Hice dos pasos y tuve que sentarme. Quise dejar de llorar, pero fue imposible.

De pronto sentí a Ema a mi lado, nos miramos y vi que tenía los ojos llorosos. Me abrazo y nos quedamos así un largo rato.

La Pacha mama nos había conquistado.

Puno – Cusco (Peru

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