«AQUEL BESO DE SELENE»

«AQUEL BESO DE SELENE»

Ella tenía 26 años. Yo estaba llegando a los 16. Su hermosa tez piel canela con sus rizos cayéndole sobre sus ojos y frente eran mi admiración, así como su boca pintada de un rojo carmesí delineado con gusto total, que además con sus brazos y sus piernas pinceladas por hermosos bellos completaban aquella su figura irresistiblemente atractiva.

 Me gustaba íntegra y creo que igual yo la atraía. Cuando llevaba su vestido rojo a la mitad de sus piernas con sus taconcitos rojos de puntilla, sí que me cautivaba. El rojo le caía de perlas. Ella lo sabía porque se lo había confesado

-Te queda precioso el rojo. Te ves bellísima.

   Su cálida sonrisa aprobaba mi atracción. Sus ojos profundos se metían en mí, buscando sentir mi alma y lo conseguían. Palpitaba a cien mil y el fulgor de mi juventud latía sin freno.  

Cómo y cuánto me gustaba ésta mujerzota mayor 10 años.

Aquella mañana cálida de jueves, llegó de nuevo vestida de rojo, el rojo que me ponía la piel de gallina.

Sin pensarlo, ni siquiera imaginarlo llegó hasta mí y me besó en la boca; sublime, tierna, delicada, suavemente; sin tomarme ni la cara, nada de mi cuerpo.

Yo quedé absorto, ido, obnubilado, perdido de mí, volando hacia las estrellas. 

Aquel beso de Selene, la inigualable Selene; único, infinito, eterno, no violó mis labios, ni tampoco nada de mí. Todo lo contrario: Me llevó al Olympus del amor verdadero, de ese amor verdadero de juventud, que solo se vive y que solo se da una vez, en un mítico beso tanto irrepetible como insuperable.

A solas, repetí la escena de aquel beso de Selene, una, dos, cien, mil, diez mil veces cada nuevo día, una y otra vez; una y otra vez; una y otra vez.

Nunca jamás lo borré de mi mente, ni de mi boca. 

Y gracias a aquel inolvidable beso de Selene; pude entender y aprender para el resto de mis días, junto a las mujeres que he amado y que me han amado; que el beso salido y nacido desde las más profundas entrañas de nuestro ser, es el acto de amor, más excelso, portentoso, majestuoso y maravilloso, que como seres humanos podemos expresarnos.

Aquel beso de Selene, me murió y me resucitó. Coronó mi sed, mis ansias, mis pasiones, mis ternuras, mis fantasías, mis locuras; porque, en el amor, reitero, único y verdadero, se pueden otorgar, regalar, entregar, sublimar, un hombre y una mujer, una mujer y un hombre, que se sientan y que se provoquen la más mínima y real atracción, un beso para vivir muriendo.   

Al cabo de los muchos años, cuando conocí la historia de Selene, «la diosa griega, –hija de los titanes Hiperión y Tea- que tiene como significados: luz de luna, luz que ilumina la noche, mujer hermosa con mucho brillo, mujer luminosa desde el cielo», quien vivió una historia de amor con Endimión, «que cuidando sus rebaños en el monte Latmus, después de un día agotador se quedó dormido; ella llegó para despertarlo con un beso». FIN. 

  

   

 

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