Comenzó el viaje, Carlo estaba en el asiento trasero y observaba los verdes campos, los árboles, las montañas y algunos cultivos, que adornaban las vías desde armenia a Manizales.

Arribaron a la entrada del parque donde les dieron unas indicaciones de seguridad. Comenzó el ascenso, la vegetación cambio drásticamente al igual que el relieve, las plantas típicas del páramo se hicieron presentes.

Los  frailejones  estaban como pintados en el paisaje, el verde se transformó en un café, para luego darle paso al súper paramo donde la vegetación desaparece casi por completo y son las rocas y la arena amarilla las dominantes en el ecosistema.

La familia se cubrió cada vez más a medida que avanzaban, pronto divisaron una cabaña grande de arquitectura italiana, el Renault 6 se detuvo y Carlo y sus padres descendieron. Pasarían la noche allí, y en la mañana saldrían hacia el volcán nevado del Ruiz.

Carlo se tomó una aguapanela con jengibre que le dio una sensación cálida, como si su madre lo arropara en la noche. 

Una niña vestida con un gabán verde y un pasamontañas rosa, paso por su lado apenas rozándolo con su gruesa chaqueta, el olor más embriagante inundo la sala cuando la chica se quitó el gorro, Carlo no podía dejar de seguirla con la mirada, de pronto la niña gira y le mira directamente a los ojos, deteniendo el tiempo, luego una sonrisa que Carlo jamás olvidaría, era lo más bello que había visto en su existencia.

Aun  temblando por la emoción, Carlo volvió con sus padres, se acostó en la carpa que diligentemente armaron sus progenitores y revivió muchas veces lo que había acabado de pasar, 

Un pensamiento lo saco de su ensimismamiento,  recordó su realidad, él no vivía allí, ni tampoco la niña, habían coincidido  en la cabaña. Al siguiente día él subiría al nevado y su amante platónica tal vez descienda.

Se levantó, debía hablar con esta chica, su corazón lo guiaba, busco el verdor de la chaqueta, no fue difícil, la vio a unos doscientos metros, admiraba unas montañas de arena que se formaban por los fuertes vientos, cuando estuvo detrás de ella le dijo:

– Hola…

La conversación fluyo, como si se conocieran, como los mejores amigos. Hablaron de sus colores favoritos,  asignaturas preferidas,  temores y  libros; los temas iban y venían. Ni el viento gélido disminuía la pasión de su diálogo, sus pechos estaban calientes, estaban llenos de una sensación de goce, como cuando realizas una buena acción sin ningún interés o como cuando te acabas de confesar , Carlo y Luna estaban completos, sentían que la soledad nunca más los alcanzaría.

El sol lanzó tímidos rayos sobre las montañas de arena, Carlo y Luna apenas se dan cuenta que pasaron toda la noche hablando, se hacen promesas, porque llega el momento de volver y un beso perfecto los une, el sabor de la boca de Luna, saciaría la hambruna mundial, era un alimento para el espíritu, el amor puro los acogió y los abrazo tiernamente.

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