Un beso en nuestro bar

Un beso en nuestro bar

Era una noche cualquiera en nuestro bar. Nuestro bar, sí, porque ese pequeño antro de paredes amarillentas y densa atmósfera de tabaco, regentado por una pareja de ancianos, sólo era frecuentado por su clientela habitual.

Atraídos por los bajos precios de las litronas y los cubatas, comenzamos a acudir a pasar las  noches bebiendo a un precio asequible a nuestros bolsillos de adolescentes o simplemente a juntarnos y arreglar el mundo entre trago y trago.

Después de varios años frecuentándolo, los dueños se convirtieron en parte de nuestra familia y trabamos amistad con casi todos los clientes del bar. Digo LOS, en masculino, porque, salvo puntuales excepciones, siempre éramos los mismos, y todos éramos hombres.

Aquella noche ocurrió algo poco habitual. Entraron dos chicas desconocidas en el bar. Rondarían los 20 años, mientras que la mayoría de los presentes andábamos ya alrededor de la treintena, si no más allá.

Tras algunas miradas de perplejidad, el ambiente volvió a su jaleo habitual de pequeños grupos conversando más o menos animadamente sobre temas diversos. Sin embargo, algo sucedió que comenzó a atraer la atención de la concurrencia.

Las chicas comenzaron a juntar sus cuerpos ligeramente y dedicarse algunas caricias mientras hablaban. Y mientras lo hacían, con las caras juntas para poder escucharse entre el barullo del bar, comenzaron a besarse, primero suavemente en las mejillas y el cuello para continuar con un apasionado beso en los labios que suscitó los primeros comentarios pretendidamente graciosos de los más intolerantes del bar. Comentarios ofensivos sobre bollos, tortillas y demás insinuaciones de mal gusto fueron subiendo de tono mientras las chicas, haciendo caso omiso, seguían demostrándose su cariño.

Sólo fueron tres o cuatro los que hicieron comentarios. Bastantes más les rieron las gracias abiertamente mientras el resto nos mantuvimos callados en nuestra cobardía, sintiendo vergüenza ajena por el bochornoso espectáculo que estábamos presenciando.

Más de quince minutos debió de durar la escena, con cuatro energúmenos increpando a dos chicas por el hecho de serlo y de besarse en “nuestro bar” y una pandilla de imbéciles riéndoles las gracias o callados como idiotas.

Transcurrido ese tiempo, las chicas pagaron sus consumiciones y se fueron del bar, no sin antes dedicarnos a todos una merecida peineta.

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