No recuerdo el día, ni la hora, ni si hacía frío o calor, pero si recuerdo sentir sus labios. Era mi primer beso, el más deseado, sobre el que ponemos más ilusión y expectativas, ese que hemos soñado mil veces y que parecía que nunca iba a llegar.
No tengo imagen asociada a ese momento, mis ojos estaban cerrados, quería centrar toda mi atención en “hacerlo bien”, pero ¿Cómo hacer bien algo que nunca hemos hecho? Pues observando como lo hacían los demás. Recuerdo mirar de soslayo a los enamorados en el parque o escudriñar los besos de las películas, esos que se daban mis personajes preferidos y que parecían sencillos y reales.
Y allí estaba yo, inseguro, nervioso y más pendiente de hacerlo bien que de disfrutar del momento. Si pudiera comunicarme con ese adolescente le diría que no es el cómo se hace, sino el para qué; que importa más el corazón que la razón, que el primero tiene tanto valor como el último, y que es la experiencia la que nos ayuda a entender que no hay maneras de hacerlo bien, sino formas de querer.
Ella era morena de ojos azules, tenía una sonrisa bonita y una voz agradable. Estaba igual o más nerviosa que yo pero lo disimulaba mejor. Habíamos quedado para nuestro primer beso, con el tiempo sentí la frialdad de poner hora y lugar al corazón.
Duró apenas unos segundos pero me pareció una eternidad, sentí el calor de sus labios, y como mis brazos colgaban de mi cuerpo sin saber qué hacer son ellos. Al abrir los ojos nada había cambiado, todo seguía igual, nos miramos sin saber qué tocaba ahora, cuál era el siguiente paso… después de unos minutos cada uno marchó por su lado y no volvimos a vernos a solas. Los dos buscábamos lo mismo, el primer beso, y una vez que lo encontramos se acabó la historia.
Desde ese día busqué el beso perfecto, buqué a la persona imperfecta con la que dar el beso perfecto y creo que en ti la encontré. Ya no beso con los ojos cerrados, ahora los mantengo abiertos absorbiéndote.
No sé si lo hago bien o mal, pero sí sé que lo hago con el corazón, y puedo sentir su calor.
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