
¿Te imaginas a Spiderman, cuando besa por primera vez a Mary Jane, intentando ocultar la erección? Joder, con ese traje de lycra ajustado, o la tiene muy muy chica o se le tiene que notar la hostia. Y encima lloviendo, igual que cuando estás en la playa y se os levanta y no tenéis dónde esconderos. Que os pasa a todos. Eso es lo que distingue el cine de la realidad, que pierde esa parte de suciedad, o de vergüenza, o de yo qué sé.
El chico la mira con extrañeza. Ella, Carolina, le ha expuesto esa tesis de repente, entre besos y tocamientos, en un momento que, podría decirse, incitaba a una intimidad algo más desarrollada. Vamos, que Javier sólo pensaba en llevarla para su casa y en desnudarla por primera vez. Eran de desearse desde tiempo atrás: el uno y la otra se habían buscado precozmente, desde que tenían quince, mientras estudiaban en aulas separadas del mismo colegio y la adolescencia, vete tú a saber por qué, se había centrado en aquella atracción, casi como si el mundo de cantantes y estrellas de cine no fuese necesario para la lívido de aquellos chavales. Cosas de la vida, se habían encontrado por fin, con los veintipocos cumplidos y el mundo ensanchado y repleto de amantes y carreras universitarias y hasta de trabajos.
Pero es un beso romántico, le dice él intentando zanjar aquella conversación, agarrándola del culo y ahogándole las siguientes palabras. Porque la juventud les había otorgado muchas oportunidades para aquel primer encuentro, pero ellos, asustados de que quizás ella fuese la mujer de su vida y él su media naranja, se habían huido como posesos y se habían refugiado en otros primeros besos, en otros primeros polvos y hasta en otros primeros noviazgos. No existen los besos románticos, le dice ella y le toca la entrepierna donde una erección perseverante no deja de mostrarles cuanto de terrenal tiene eso del amor. Javier da un paso atrás, algo aturdido, y le ruega que se vayan para casa, que el romanticismo lo tiene loco y que, o follan, o revienta.
Carolina sonríe. Han bebido. Se encontraron de casualidad, en un concierto de un grupo cualquiera y en otra ciudad. Hacía tiempo que se habían perdido la pista, pero persistía la idea de los dos, un poso y un futuro que habían arrinconado entre la ropa sucia y, de repente, ahí estaban, en un portal y joder que la tiene muy dura y que estoy mojada como una piscina olímpica y mierda mierda mierda que todavía estoy con la maldita regla. Javier, ¿pero has entendido bien lo de que no todo es tan bonito como en las películas?
Historia de un beso
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