Hoy vi a María, como todos los días, estaba triste. Un aire de misterio la acompañaba en su caminar. Vestía de negro, como la oscuridad de su alma.
El tiempo se congeló en mi entorno, con la presencia de María; pasó a mi lado, olía a flores silvestres y a noche de María. Los grillos cantaban y las luciérnagas con sus luces intermitentes, guiños de amor nos hacían.
– ¡Oh Dios, cuanto la amo!, ayúdame señor – al Dios de la vida, ayuda pedí.
Es que María, sabiendo que la amo con un amor sincero, nunca se digna escuchar, siempre sigue en su andar, sin dignarse mirar, siempre le quise hablar, saber de ella, preguntarle como estaba, de donde venia y para donde iba. Esperaba lo de siempre, que siguiera su rumbo misterioso y mortificante, pero no, se detuvo, me miró con sus ojos de universo nocturno y muy quedo me dijo : – acércate – me acerqué con temor y a pesar de que lo deseaba, mi alma entera se estremeció.
Con ternura, sin prisas y con el alma en sus labios, me besó. Fue un beso maravilloso, salido de lo profundo de su alma martirizada. Mis labios sintieron el calor de un beso, que a mí, llegó como un regalo de un alma noble, que deseosa estaba, de dar lo bueno que guardaba en su ser.
Luego, en un susurro me dijo a modo de despedida : – mañana, quizás, nos veamos -.
La dejé ir, impotente ante la vida y con la angustia apretándome el corazón.
Lentamente sus pasos la llevaron al mundo de sombras donde vivía, donde trabajaba. Iba con sus ilusiones truncadas, con su dolor a cuestas y el alma hecha pedazos.
Que triste, al empezar la noche, para ella empezaba su día. Envuelta en la oscura noche, se mostraba con la sola ilusión de vender su cuerpo para ganar el pan. Llevaba el alma hecha pedazos y cubierta de heridas que nunca cicatrizaban.
Se ofrendaba al mejor postor, soportando en silencio su dolor.
La sociedad, esa misma, que lacra la llamaba, era quien noche tras noche, le devoraba el alma, consumiéndola en vida, enterrando su presente y futuro.
Siempre sola estaba. En cada despertar se iba su juventud, sin un consuelo, sin un amor que le consolara.
En mi triste soledad, feliz soy, porque en mi está la promesa alada y en mi corazón, el juramento de amar a María, vivo está. Soy feliz porque de dulces ansias mi corazón reboza y aunque en las noches se pierda, jamás la dejaré de amar, porque ella es mi lucero, en mi oscura noche.
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