Una mujer sentada en el sillón de su casa sola pensando con la compañía de un termo con agua caliente y un mate con la yerba recién cambiada.
Sirve el mate y lo mira, no lo toma.
Piensa:
“Ninguna persona en este país toma mate porque tenga sed ¿No? ¿Por qué tomamos mate? ¿Qué es el mate?
Es una de las costumbres más lindas que tenemos.
Llegas a lo de un amigo y las dos primeras frases que escuchas son: “Hey, ¿Cómo andas?” y la segunda “¿Tomamos unos mates?”
Esto te puedo asegurar que pasa en todas las casas del país. En el norte y en el sur. En la casa de los pobres y en la de los ricos. Pasa entre mujeres y hombre. Pasa también entre aquellos abuelos olvidados en un geriátrico y entre los adolescentes a medida que van descubriendo la vida.
Pasa en la casa de los católicos y en la de los ateos. Pasa entre peronistas y radicales. No hay ideología política ni peso económico al momento de compartir un mate. Ya que el mate, para mí, es la demostración más sincera de nuestros valores.
Es el respeto por los tiempos para hablar y escuchar. Es la confianza para decir: “¡Esta asqueroso, cambia la yerba!”. Es la humildad de quien ceba el mate más rico. Es el gesto de la invitación. Es la justicia del “uno a la vez”. Es la obligación de decir “gracias” por lo menos una vez al día. Es uno de los pocos momentos donde las personas se reúnen sin ningún otro propósito además de compartir.
Es una de las cosas que con seguridad estando o no con nosotros nos heredan nuestros padres.
Cuando no hay confianza preguntamos: “¿Dulce o amargo?” y la otra persona responde: “Como lo tomes vos”.
Cuando somos chicos queremos tomar mate pero nos dicen: “Cuando toman los grandes no”. Pero después nos dan el mate más lavado y con mucha azúcar.
Cuando crecemos elegimos como tomarlo, si dulce o amargo, con limón o con naranja, o con yuyos.
Nos damos cuenta que crecimos cuando solos vamos y ponemos el agua a calentar para tomar un mate y pensar.
Seguramente todos cuando tomamos nuestro primer mate en soledad, estábamos invadidos por dolor, tristeza o simplemente necesitábamos ese momento para nosotros.”
La mujer se sobresalta al escuchar que tocan timbre. Atiende. Era su vecino, preguntando si tenía un poco de yerba, porque se había olvidado de comprar.
No responde, lo mira y piensa:
“Me está pidiendo eso que hay en todas las casas. Esa yerba a la que todos somos adictos.
No importa quien seas ni donde vivas siempre hay yerba para el mate”
Su vecino le vuele hablar. La mujer reacciona. Va a buscar yerba, le da la taza. Cierra la puerta y camina al lugar donde estaba sentada.
Se queda parada mirando el mate. Frunze el ceño. Y se da cuenta que el mate se había lavado. Llora, y llora porque se da cuenta que el mate es la vida misma.
Dejemos de buscar el ¿Por qué? a todo, dejemos de pensar en que pensaran las demás personas si hiciéramos tal cosa.
¿Por qué mejor no hacemos las cosas, así, sin vueltas, de una como salga? Digamos te amo, te quiero o te extraño antes que se lave el mate.
Perdonemos y vivamos como queremos o como nos salga, pero no dejemos que el mate se lave. Tomemos decisiones, viajemos, disfrutemos del mate antes que se lave.
Seamos felices, riamos, lloremos, gritemos, bailemos, enojémonos, pero volvamos a estar bien.
Caminemos de la mano, abrazados a alguien, solos, en grupo.
Miremos películas, tomemos gaseosa, agua o jugo, pero todo antes del que mate se lave. No perdamos tiempo pensando cosas del pasado, vivamos el hoy y esperemos el mañana que siempre va a ser un poco mejor. Y si se lava el mate cambiemos la yerba y sigamos, no dejemos que un mate lavado nos arruine el día y menos la vida.
Así que dale toma el mate antes de que se lave y disfruta la vida antes de que se termine.
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