Verano, un calor abrasador y el sudor frío abriéndose paso por los laterales de mi ahora pálida cara. Las preocupaciones se disiparon, los miedos, incluso el habla, lo perdí todo.
Hay tanta gente alrededor, me siento sofocado.
No estoy seguro de a dónde se dirigen mis pies, no sé si quiero ver lo que estoy a punto de ver.
Como una fotografía se está grabando la situación en mi mente, aunque un poco borrosa. Duele, por sobre todas las cosas, y no me siento presente en la habitación. Algo torpe pero con tanta delicadeza a la vez, me inclino y reposo mis labios sobre su mejilla, aguantando unos segundos eternos en esa posición, con la esperanza de que nuevamente me devuelva el beso.
Nada.
No hay respuesta ante el acto y comienzo a pensar que quizás sea nuestra despedida. Después de algunos años y tantos besos, éste se siente completamente diferente.
Con las manos temblorosas y los ojos llenos de pánico, comprendo al fin qué está sucediendo; y todo recae sobre mí con un peso que me es casi imposible de aguantar. La crudeza del adiós se hace insoportable, me dejo caer pesadamente sobre el áspero suelo y veo a mi primer y único amor por última vez, maldiciendo a la muerte por llevarse su vida.
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