Con su vestido a cuadros rojos y blancos, se oculta tras la pesada cortina del fondo del salón. Asustada, confundida, mientras aquellos labios que no conoce inundan su boca inocente. El moño rojo sobre su corto cabello negro refleja su dulzura, su niñez, que ha sido profanada y se va perdiendo mientras la acorralan más a la pared.

Y piensa en ello mientras, sobre la escalera de muchas representaciones amorosas y teatrales, otros labios se llevan sus secretos, guardados con vergüenza durante años ya pasados. Siente aquel sabor inmundo y oscuro fluir por su lengua, mientras perdura un sentimiento de culpa y de mentira. Él no lo sabe y no lo sabrá nunca. Sus labios ingenuos se han llevado algo que ya fue robado, pero sus ojos profundos delatan que sigue creyendo que aquellos labios dulces de cereza le han sido entregados a él por vez primera.

Y piensa en ello mientras los labios sinceros y húmedos de dolor de aquel muchacho rozan su mejilla rasposa y descascarada. Sabe que aquel beso, ha sido dado con el alma, y odia saber también que el que le ha dado a él ha sido poco menos que por obligación.

 Y piensa en ello de noche, bajo la dulce mirada de los sueños, sentada en una silla de mimbre frente al jardín, oyendo sus pasos acercarse por detrás. Con la cabeza inclinada, deja que los labios de aquel pequeño muchacho de inmensos ojos verde esmeralda y desordenado cabello rubio se posen en los suyos, dejándole la tranquila sensación de que aquel beso, dado en el castillo de lo sueños, en los valles de la imaginación, ha sido el más sincero y el más deseado de todos cuantos ha dado.

Y piensa en ello luego de sentirse manchada, impura, cuando su cuerpo ha sido profanado por vez primera, cuando aquellos labios intrusos y pecadores del joven con quien jugaba de niña se han posado en los suyos, en un acto de arrebato y profundo deseo por aquello que le es prohibido.

Y pienso en ello ahora, luego de presenciar un acto tan dulce y fresco como una nube al calor del atardecer. Cuando los labios pálidos y temblorosos de la dulce muchacha que mi corazón ha robado, comprenden al fin la confianza de un beso, dado por aquel que ama todos los improperios, todos los gritos, todos los llantos, miedos y pasiones, que aquellos labios pálidos sean capaces de pronunciar. 

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