En muchas oportunidades uno suele desperdiciar besos románticos, a veces se nos suelen caer de la boca como si fueran palabras, sin pensarlas, sin analizarlas, sin meditaciones previas. Generalmente conducidos por sentimientos románticos idealizados, cimentados en sensaciones utópicas que pronto se desvanecen. Tiendo a pensar que a muchos enamorados les ha ocurrido o les este ocurriendo aún.

Es, por lo general, inmensamente difícil que uno esté besando lo que realmente está besando, sino más bien uno besa lo que cree estar besando, la diferencia obviamente es abismal, pero en el embeleso de un romance uno se niega a percibirla.

Llegado el caso, que uno se dé perfectamente cuenta que el objeto de los besos no responde al modelo utópico digno de ellos, la excusa perfecta para seguir desperdiciándolos es la idea recurrente, de que pronto uno conseguirá que el destinatario cambie su forma de ser y el milagro se produzca. Pretendiendo encajar in mente, al sujeto dentro del molde utópico que todos llevamos dentro, con un clack, característico de todo encastre perfecto. Graso error.

Cuando el famoso príncipe o princesa, que todos llevamos en la cabeza, se nos convierte finalmente en sapo o sapita, por lo general han pasado bajo el puente del amor muchas cosas,(años,hijos,peleas,discusiones,entredichos,disgustos,amantes,infidelidades,hijos extra matrimoniales, mascotas, aceptación o rechazo y más mascotas).

En el caso que el rechazo sea la solución, a la cual uno echa mano para finiquitar el tortuoso idilio. Prontamente nos daremos de cara al mismo problema pero cambiando el sujeto en cuestión, es decir el proceso por lo general se repite, tantas veces como sea necesario.

En el caso que uno elija la resignada aceptación, asumiendo el error y sus costas, haciéndose cargo de sus equivocadas elecciones, obviamente continuando la relación en un total y absoluto grado de conciencia, se convertirá sin lugar a dudas en un o una verdadera besa –sapitos, palabra que se puede unir y abreviar, con buen o mal gusto.

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