Mentiría si dijera que fue amor a primera vista. No, ése no fue nuestro caso; sé que hay algunos que dicen que es posible, pero realmente lo desconozco. De cualquier modo, creo que nuestro desarrollo es mucho más emocionante, porque no deriva de una misteriosa fuerza atractiva, sino del simple y complejo compromiso que (hoy) imagino como mutuo.
Al principio no me dirigía la palabra; creo que, en términos estrictos, incluso podría decir que ni siquiera era consciente de mi existencia, salvo por haberme visto, sin reconocerme, a lo largo de los días. Como es lógico, tampoco yo la conocía del todo; así y todo, había algo que me unía a ella, algo ancestral que hasta el momento no había sentido por ninguna otra persona. Un llamado interno, una necesidad visceral, incontenible, que hacía que quisiera estar sólo con ella.
Desde luego, ella no me correspondía, y muchas veces sólo me miraba, completamente ignorante de mis sentimientos. Infinidad de veces ensayé en mi cabeza algo parecido a una justificación, una manera de explicarle; incluso creo que le hablaba mentalmente, y mantenía largos monólogos en donde mi amor hacia ella estaba plenamente comprendido. Pero eran sólo imaginaciones, maneras de tratar de crear un mundo idílico en donde ella me conocía y devolvía mis sentimientos.
Este mero hecho no me amedrentó. Al contrario, me propuse redoblar la apuesta, y conquistar su amor. Cada día que la veía intentaba llamar su atención: no de modo grosero, sino sutil, casi imperceptible. Intentaba pasar el mayor tiempo posible con ella para que, sin darse cuenta, supiera de mi existencia. Ese fue el primer paso, sólo que me conociera. Para cualquiera cuyo amor sea tan grande como el mío, el mero hecho de que se lo conozca supone un adelanto impresionante respecto de la indiferencia anterior.
Sin embargo, ella seguía sin hablarme. Varias noches pasé sin dormir, producto de este inconveniente. Pero al menos me conocía, sabía que había alguien en el mundo con mi rostro, con mi voz. Había pasado a ser, de un ente desconocido, a uno existente, pero indiferente. Cuando comprendí este hecho, comencé, torpemente, a intentar hablarle. Apenas alguna palabra, algún saludo, para recibir algún tipo de respuesta. Creía ver una inclinación en ella, algo que me esperanzaba, pero que a la vez temía. Temía estar engañándome, que su estado no hubiera cambiado en lo más mínimo, y estar imaginando inclinaciones donde no existían, o se encontraban en un futuro todavía muy lejano.
Intenté no ser demasiado descortés y, al final, creo que terminó por agradecer mi postura. No fui agresivo, ni posesivo (¿Qué sentido tenía serlo en esas circunstancias?); solo respeto y dedicación. Fue recién allí que comprendí que no existe el amor a primera vista, que toda relación necesita compromiso. Cuando se acercó rápidamente, yo sólo pude inclinarme. Tomé aire e inflé el cachete, de manera inocente. No sé si habrá pensado en algo, pero sí se, que muy dentro mío, pensé: el próximo paso es que me diga papá.
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