Día Uno.

Llegábamos a una ciudad mágica. Nos dirigíamos hacia una de las zonas de la célebre «Calle del Infierno».

Día dos.

Los operarios encargados de alzar la estructura metálica comenzaban con ahínco el orden de numerosos cables de acero, tachuelas, tornillos… Y todo tipo de utillaje para su buen anclaje. El recinto era pequeño con un aforo máximo de trecientas personas.

Día tres y último.

EL GRAN DÍA

La muchedumbre entraba por orden según las puertas de accesos a los asientos.

Una nube blanquecina empezaba a aparecer por la tenue luz de hileras de cirios colocados en unos pomposos candelabros que estaban por todas partes. Solo se escuchaba el crujir de un tablón que se colocaba de base sobre el suelo. La pista circular permanecía a oscuras. Una figura deforme empezaba a dejarse ver con una voz ronca, distorsionadora y con un aspecto lúgubre. Comenzaría a enunciar:

—Os presento el nuevo espectáculo que compagina el ayer con el hoy. A el desafío de la vida con la muerte. A la capacidad con la suerte. A la magia con la realidad. A la ficción con un hecho. ¡INFERNUM! Conmoverá todos vuestros sentimientos. Destacaré a: ¡El impactante ser forzudo! ¡Las esquizofrénicas bailarinas aéreas! ¡Y muchas sorpresas más…! ¡La función debe de comenzar! A carcajada tendida desaparecía de manera inesperada.

Los asistentes parecían torpes y sospechosos. Sus aspectos pedantes estaban camuflados con unos semblantes serios, sudorosos e intranquilos.

Enseguida sonaba un fuerte sonido seco con similitud a una campanada. Un ser aparecía en una excesiva jaula maniatado por gruesas y valiosas cadenas de cobre su olor nauseabundo se apoderaba del recinto. Su altura medía era con igualdad a su enfermedad probable el gigantismo. El rostro lo tenía tapado con una máscara de látex resaltando sus afilados dientes y expelía gran cantidad de babas. Alrededor suyo aparecían las imágenes humanas de una Matryoshka. Salían una por una de sus interiores cuyas sonrisas diabólicas hacían enfurecer a la bestia. Con fuerte demostraciones excesivas de rugidos y movimientos agresivos en sus extremidades, el gigantesco ser, se desataba de las cadenas y doblaba los barrotes de la estructura de hierro como si fueran barras de chocolate. Con los brazos iba cogiendo cada muñeca natural rusa. Las más pequeñas las devoraba y trituraba con esos dientes incisivos cortantes, las de tamaño mayor las aplastaba con los puños contra el suelo. Andaba con rapidez y con tanto ímpetu tras ellas que entre un paso y el siguiente los pies quedaban por unos segundos en el aire. La sangre estaba presente por todos lados sin salpicar en ningún momento al gran público, así desaparecía el animal. Por donde apareció y dando fuertes chillidos.

Los espectadores se intentaban tranquilizar. Algunos no creían lo que veían otros con espantos tenían graves ataques de ansiedad, se escuchaba por ocasión fuertes gritos de histeria. Aparecía el silencio y la penumbra. Las velas de los candelabros de bronces se iban consumiendo.

Nuevamente brotaba ese humo anacarado que salía de los conductos de ventilación. Sin orden ni mesura aparecían preciosas bailarinas semisalvajes. Se flagelaban con elegantes fustas y controlaban su dolor. Mientras se acariciaban sin lamentos y lamían el jugo irresistible de unos falos ostentosos de antiguo bronce romano. La luz era sutil y las cantidades de llamas ficticias que rodeaban el escenario se convertían en un ambiente cálido. Las miradas hacia el espectador eran lujuriosas y lascivas. Los deleites carnales entre ellas convertían al sexo en amor y sus movimientos placenteros iban acompañados de una excitación erótica. Así como los gemidos eran dulces melodías al placer. La elasticidad de los miembros y el brillo sensual de sus pieles, hacían cada vez más libidinosos a los asistentes. De improviso un enorme demonio cual manifestaba unos balidos estruendosos embestía sin piedad con sus desmesuradas cornamentas a las bellas bailarinas. También por orden sucesivo y alternado, iba aplastando con su gran pene erecto a las hermosas contorsionistas. El desgarro de los cuerpos resonaba en el castañetear de la carnívora mandíbula. Terminaba su festín y miraba al espectador de manera perversa, pronunciaba unas palabras distorsionadoras con la hediondez de su aliento: —¡El diablo! ¡Soy el diablo!—. Giraba su cabeza en trescientos sesenta grados dando la espalda y fugazmente desaparecía en la oscuridad.

Los más débiles entraban en un estado de shock y eran atendidos por prestigiosos sanitarios circenses. Algunos individuos seguían en su diversidad secándose las gotas salinas de sus frentes, y, las de sus labios las relamían. Otros no podían controlar su estado de excitación. Al poco rato se hallaba la calma.

Una música armoniosa se empezaba a escuchar. Por primera vez se iluminaba toda la pista. En el escenario empezaban a aparecer los artistas. Todos estaban sudorosos, manchados, alegres y satisfechos. Los aplausos eran infinitos, el espectáculo había terminado. Yo que estaba en medio de todos los protagonistas decía unas breves palabras:

—A riesgos de hechos o expresiones con apariencias contrarias a la lógica, se capta el alma de este arte corporal y mental convirtiéndose en el corazón de la historia. Se implora a «el cuerpo grotesco», al episteme del Renacimiento y, de manera general, transportamos la historia del circo a la historia del pensamiento contemporáneo. Con una aceptación figurativa y virtual hemos intentado durante estos cortos ciento ochenta minutos invitaros a sacar vuestras emociones fuertes. Que caminan: del pavor a la risa, del miedo a la torpeza, de la soberbia a la humilde tolerancia, de la mascarada a la transparencia. Esperamos que al venir a vernos a este «mundo de poco juicio, disparatado e imprudente» de luces e ilusiones acompañadas de inmejorables profesionales, reflexionéis en vuestros pensamientos, vuestras acciones y comportamientos futuros. Agradecemos de manera condicional vuestra asistencia y deseamos que hayáis disfrutado del espectáculo.

El público seguía aplaudiendo. Las puertas se empezaban a abrir en el recinto. Los espectadores volverían a encontrarse con la vida real, adonde empezarían una nueva vida. Algunos comenzarían por la «Calle del Infierno». Otros cogerían por diferentes caminos. Y nosotros comenzaríamos a crear un nuevo espectáculo.

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