EL PERRO DE LA PATACONA

EL PERRO DE LA PATACONA

Playa de la Patacona

¿Qué hacia un perro solo, atado al cartel de prohibidos perros, en la playa de la Patacona? El primero en verlo fue el niño, había sacado a la terraza al abuelo para que le diese el sol, se lo había pedido su madre, antes se lo había pedido a su padre que delegó en el hijo. El abuelo y el niño se habían quedado mirando el paseo, la playa y el mar por ese orden, puede que el abuelo mirase solo el infinito sin saber ni que veía, no se sabía, estaba ausente de la vida, respiraba, le sacaban a que le diese el sol como a una planta, allí se quedaba quieto, mirando el infinito.

Nadie en el paseo, solo el perro atado. El paseo solía bullir de ciclistas, patinadores y paseantes. La playa solía estar repleta de cuerpos en bañador buscando bronceado, jugando al balón volea o volando cometas, ahora solo gaviotas y arena. El mar calmo rompiendo en discretas olas estaba sin veleros, transatlánticos, barcos pescando o de recreo, solo peces fuera del alcance de la vista. El cielo despejado, ni una nube, ni una estela de aviones, solo gaviotas chillonas. Confinados, estaban todos confinados, el niño confinado, el padre confinado, la madre confinada y el abuelo en su doble confinamiento, sin poder salir de casa en una interminable secuencia de prórrogas.

Un perro atado, solo en el paseo, era extraño, parecía abandonado, el niño había dado la voz de alarma, quería bajar por él a recogerlo y llevarlo a casa, sería divertido, tendría un compañero de juego, su padre le regañó, le dijo que el perro no era su problema, que alguien lo recogería. La madre pensó en llamar a la policía, no era normal aquel perro solo en la Patacona, así lo hizo, llamó a la policía, informó del perro atado sin dueño a la vista. El abuelo miraba al infinito donde no había perros.

El niño volvió a dar la voz de alarma, otro perro se había acercado, olisqueaba al atado, el atado se apartaba, parecía que le molestase la presencia de su compañero de raza, uno intentaba olisquear y el atado lo rehuía sin éxito, claro, estaba atado. El niño se reía al verlos jugar, el padre no entendía que hubiese dos perros sin dueño en el paseo, se preguntaba dónde estaban, que clase de irresponsables dejaban a los perros solos. La madre estaba segura de que la policía se haría cargo, hacia un buen rato que había avisado, no tardarían en aparecer, estaba segura. El abuelo tomaba el sol, alguien tenía que haberse dado cuenta de que solo se estaba tostando de un lado y darle la vuelta, la madre se dio cuenta, le dio la vuelta para que se tostase por el otro.

El perro atado era perra, el perro suelto era perro, la perra estaba en celo y el perro celoso, celoso y pesado como todos los celosos. La perra se resistía, el perro insistía, la que se resistía no podía irse, estaba atada, el que insistía tenía las de ganar y ganó, la montó por detrás al estilo perro, el niño los veía y se reía, creía que estaban jugando posiblemente a un juego americano, de esos que hay que placar al adversario, les animaba, el adversario estaba placado. El padre retiró al niño y se lo llevó al otro extremo de la casa desde donde no pudiese ver lo que sucedía, el niño no lo entendió, el padre no se lo explicó, la madre se enfadó, le recriminó al padre aquella actitud. Era natural a lo que jugaban los perros, se lo explicó al niño, no se estaban haciendo daño. Ahora se enfadó el padre, le había quitado autoridad, se enfadaban por turnos en aquella familia. El abuelo no se enfadó, el tiempo de los enfados había pasado.

Se oyó un gran revuelo, venía del callejón, se oía pero no se veía, una mujer gritaba desesperada, quería ir a por su perro, eso se oía, se había escapado y lo estaba buscando. La policía encontró a la mujer sola por la calle, no se podía estar sola por la calle salvo para ir a comprar, la mujer no iba a comprar, o para pasear el perro, la mujer no llevaba perro. Una disculpa, eso pensó la policía, ella insistía y la policía también, ella insistía más alto y la policía más bajo, no era cuestión de volumen, ella intentó huir y la policía la placó, eso sí lo vieron desde la terraza, la placaron delante de ellos. El niño se rio, otro juego americano como en la películas, todos jugaban a placarse, el padre dijo que la estúpida se lo tenía merecido por saltarse el confinamiento y la madre pensó que realmente podía tratarse de la dueña del perro celoso, alzó la voz para indicarle a la policía su opinión, todos la miraron menos el ausente abuelo.

El perro había terminado su faena, orgulloso y feliz se acercó a su dueña inmovilizada en el suelo y comenzó a darle lametazos, los policías entendieron que la mujer tenía razón y se disculparon ayudándola a incorporase. El niño se divertía con aquel capítulo en directo de una serie americana cualquiera. El padre pensó que debían multarla por dejar al perro suelto, también lo dijo, la madre le pidió que se callase, que bastante disgusto tenía la pobre, al abuelo le dieron media vuelta más.

Al fondo apareció un viril cuerpo desnudo saliendo del agua, tras secarse y ponerse la ropa se acercó a coger el perro atado, en este caso perra. La policía le esperaba, le multaron. Perra y dueño se fueron por su lado y la policía por el contrario. El niño se disgustó por quedarse sin espectáculo, el padre gruñó por no haber llevado a la cárcel a aquel irresponsable, la madre se dio por satisfecha con el resultado y el abuelo fue llevado al interior.

FIN

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