El éxodo de los caras sucias.

El éxodo de los caras sucias.

Yajaira Martinez

17/01/2018

Recuerdo era una noche de febrero del año 2000, llegue a aquella ciudad sin sospechar que un año más tarde está se convertiría en mi hogar, fui al encuentro del amor era uno de esos viajes que haces donde sabes que serás bien recibida y tendrás los encantos y placeres de la carne, que obtendrás risas cómplices miradas que lo dicen todo deseo carnal embestidas frenéticas que eres sometida cuando experimentas los encantos del sexo, cuando sabes la pasión que sienten el uno por el otro.

Aún recuerdo sus palabras al verme encantada con aquella vista que me ofrecía la enigmática avenida, con sus luces encendidas mostrándose y dejandose ver por todo aquel que la visitara. Sobre todo el encanto particular que podía ofrecer a una chica pueblerina proveniente del Oriente del país, donde la vida es más simple, el aire más puro y con un olor a brisa marina característica del mar; él me miro y sonriendo me dijo —esta es toda Valencia, y soltó una risa—luego supe que se refería a la belleza que está representaba y no que era toda la ciudad.

Una vez instalada en pleno corazón de aquella avenida, en un viejo edificio que en otrora debió ser una maravilla arquitectónica y que ahora contaba con más de 50 años, pude apreciarla mejor desde el balcón; allí observé gran parte de ella hasta lo que la vista me permitió y lo que la torre siguiente me dejaba ver.

Aquella noche mi primera de muchas, la ciudad me ofreció una noche callada y tranquila, aun cuando la luna se medio asomaba, no pude apreciar una sola estrella; quizás es el precio que debes pagar al estar en la ciudad, de vez en cuando se escuchaba algún ruido de un vehículo que dejaba escapar la alegría de sus ocupantes, producto de la ingesta de bebidas alcohólicas en alguna discoteca de las tantas que había en esa parte de la ciudad.

Mientras tanto yo descansaba después de un largo viaje y del deleite que te ofrece el estar un par de meses separados y disfrutas de la compañía y del cuerpo del otro.

No logro recordar la hora solo que fue cerca del amanecer, pero lo que escuché y presencié fue vital para quedar impregnada de parte de su encanto.

Conformada por dos calles de dos canales cada uno y en medio de ellas se abría una isleta, compuesta por una hilera de árboles inmensos, caobos y otros llamados camorucos. Esté último árbol insigne de la ciudad de Valencia. Allí observé el espectáculo de cientos de periquitos, saliendo de cada árbol que les servía de refugio en las noches y reposaban sus nidos en las copas de los árboles resguardando a sus pichones.

Al ver algo tan hermoso pensé que aquello parecía creado por el mejor de los coreógrafos, haciendo que sus bailarines movieran su pies y brazos para el deleite final de acordes típicos a la danza que realizan, justo antes de emprender el vuelo y salir a buscar el sustento diario.

Con el tiempo supe que aquellas pequeñas y ruidosas aves, eran mal llamados cara sucia, particularmente pienso que son hermosas de un color verde intenso en casi todo su cuerpo, dejando asomar una que otra pluma de color amarillo y azul. Su cara es de un marrón claro algo parecido al color tierra, no exceden los 20 cm de altura; diariamente salían antes de salir el sol quien sabe a donde retornando siempre justo antes del anochecer.

Al salir la última de aquellas aves quedó un silencio único que fue interrumpido por la corneta de algún auto a lo lejos, el cual me saco de mi estado de total absorción.

Habían pasado casi 18 años desde la primera vez que la vi tan altiva y engalanada quizás parte de su belleza radicaba por llevar el nombre de nuestro insigne libertador, Avenida Bolívar, situada en la ciudad de Valencia, estado Carabobo en Venezuela, ahora me negaba a verla convertida en una total miseria.

La nostalgia me golpea, recuerdo la última vez que la vi ya no quedaba mucho de su hermosura, dos años más tarde a mi llegada comenzó la tala indiscriminada de tan majestuosos árboles; un verdadero ecocidio a la naturaleza siendo ejecutada de la mano del hombre.

Primero para la ampliación de la avenida, haciendo mas carriles vehiculares y años mas tarde continuaría para la construcción del metro de Valencia, que si bien es cierto era necesario pues la ciudad tuvo un crecimiento desmesurado al convertirse en una ciudad industrial, pudieron haber implantado políticas urbanísticas que evitara aquel desastre ecológico.

Esto acabo con el hogar de cientos de periquitos, estaban desorientados sin saber por que sus casas ya no estaban, un día se habían ido justo antes del amanecer como siempre y al regresar antes del atardecer para adentrarse entre sus ramas estos ya no estaban no quedaba nada. Sus nidos se habían ido, su hogar el lugar que hacia mucho habían escogido para guarecerse de la oscuridad de la noche.

Un grupo conservacionista logró salvar algunos árboles, pero hubo una segunda tala y está fue aún mayor producto del mal llamado socialismo del siglo XXI, donde el mayor logró fue el éxodo de cientos de caras sucias.

Aquella parte de la ciudad quedo triste y en ruinas, tal como si se tratase del bombardeo de una ciudad en guerra. La construcción fue paralizada por muchos años producto de la habilidad de los políticos de turno.

Muchas veces ese lugar frente a mi balcón se convirtió, en escenarios de protestas e incluso enfrentamientos de ciudadanos de un mismo país; donde la única diferencia era que unos portaban armas y uniformes defendiendo un ideal absurdo,otros banderas y sueños de libertad.

El éxodo se volvió rutinario en toda la ciudad, pasarán años para que retoñen otros árboles como esos y los caras sucias vuelvan a sus hogares, retomen sus vuelos y rehagan sus nidos en las copas de sus amados camorucos.

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