Entre las calles y Elena

Entre las calles y Elena

Hugo Noboa

09/11/2020

Un Hernán maduro, pero jovial y dinámico, como en los viejos tiempos, con su abultada melena y su barba, hoy plateadas ambas, recorre las calles del centro histórico, radiante.

No había visto una marcha de esas magnitudes en los últimos tiempos, quizás nunca en su vida, que no era corta. Los periódicos al otro día y las primeras notas en redes sociales, esa misma tarde y noche, circulaban fotos, videos y mensajes, que daban cifras disímiles. Algunos hablaban de más de doscientas mil personas, lo cierto es que era un inmenso y compacto río que se alimentaba por las bocacalles.

Aquel día majestuoso, por horas encerraron en la Plaza Grande a los pocos partidarios del gobierno y su círculo de protección militar y policial, que habían acudido al llamado de su líder. La mayoría traídos a la fuerza desde las oficinas públicas, que no dudaron en huir, a hurtadillas, uno a uno, en cuanto hubo la mínima oportunidad.

Si bien es cierto, muchas de las personas de la manifestación opositora eran en esta ocasión de la clase media, incluso personajes de la farándula y la política tradicional. Los que destacaban eran los líderes y las organizaciones indígenas, con sus plumas, flores y lanzas, sus ponchos y sombreros, con sus tambores, guitarras, flautas y violines; que junto a sindicatos de trabajadores, organizaciones juveniles, y sobre todo las mujeres, en gran número, animaban la marcha.

(magazinelatino.com/marcha-indigena-que-pide-cambios-al-gobierno-de-ecuador-entra-en-quito/)

Mujeres organizadas o no, en medio de batucadas que retumbaban consignas de alegría. Mujeres jóvenes y viejas, urbanas y rurales, niñas con sus madres, indígenas, maestras, estudiantes, obreras y trabajadoras del hogar.

Hay que ver las cosas que pasan,

hay que ver las vueltas que dan,

con un pueblo que camina pa delante

y un gobierno que camina para atrás!

(elcomercio.com/tendencias/mujeres-tambores-encuentro-feminismo-ecuador.html)

En medio de la camaradería, Hernán siente que se enamora, otra vez. Primero fueron los ojos de una mujer madura, no tanto como él; hermosa, diminuta y delgada como una muñeca de porcelana, con una energía y un vozarrón que a todos cautivaba; con una contagiante alegría.

No era una marcha cualquiera, las mujeres habían tomado la batuta. Ella miraba a Hernán de reojo, él se esmeraba en levantar su cartel con una consigna, quería lo vieran esos ojos negros, que combinaban con el luto lila de su vestido. Quería que supiera que él era uno de los suyos, con quien podría contar hasta el final, no sólo para cambiar un gobierno, sino la historia. Cambiar sus vidas de paso.

Cuando las miradas y sonrisas se cruzaban más desvergonzadamente entre Elena y Hernán, embelesados no se percataron que una escuadra de caballería se abalanzaba sobre ellos, atropellando entre sus cascos a niños y ancianos que no alcanzaron a correr como los jóvenes, que estaban ya a buen recaudo y reorganizados para resistir.

Hernán, de pronto se encontró en el suelo, con un fuerte dolor de cabeza y un mareo que le impedía ver la sangre que teñía su rostro y su camisa. Sólo distinguía de manera borrosa los dientes y los ladridos de unos perros furiosos que le chorreaban su baba espesa y pestilente sobre la cara.

Cuando recobró totalmente los sentidos, estaba junto a otras personas en el cajón metálico de un camión de la policía que se desplazaba a gran velocidad. Alcanzó a incorporarse hasta una de las rejillas por donde vio pasar raudos los árboles de El Ejido.

Cinco días y sus noches debió permanecer Hernán en una de las celdas, hasta que su esposa pagó de mala gana y con gran esfuerzo, pidiendo prestado por aquí y por allá, la multa por daño a la propiedad pública.

Pero, lo que más le dolía, no eran los golpes que recibió en la plaza, en el traslado y en la entrada al centro de detención. Le dolía en realidad haber perdido el contacto con aquellos hermosos ojos negros. Quién sabe, nunca más volvería a verla. La pena comenzó a inundarlo, no podía imaginarla distante para siempre, perdida en el infinito. Le quedaba la remota esperanza de que en las próximas marchas la encontraría. Ni siquiera sabía su nombre.

(larepublica.ec/blog/2019/10/09/inicia-marcha-indigena-hacia-centro-quito/)

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