Las calles se han quedado solas y asustadas. Me preguntan desde lejos qué les pasa, que si ahora nos dan miedo. Que ellas no nos habían hecho nada. No entendían el silencio, las nuevas caras que veían, los nuevos ecos… Les he tenido que explicar que ahora escuchamos cantar a los pájaros. Que algún ciervo tenía ganas de salir por fin de su encierro, que otros necesitaban recuperar sus espacios. Que el mar estaba quejándose, ya desde hacía tiempo al viento por toda la cantidad de plásticos. Que la Vida ha deliberado y nos ha decretado un encierro, que la pena está siendo muy dura: para la mayoría confinamientos y para muchos países, muertos. Es un castigo colectivo en forma de microbichejo, para que no le veamos y nos entretengamos en casa un tiempo reflexionando sobre lo que hemos hecho. Para que mientras le paramos, les de tiempo a los magos y a las hadas a limpiar el patio del colegio, con la esperanza de que aprendamos y que por fin maduremos. Que estábamos rotos y desesperados. Que vamos a tener que volver a empezar de cero, aunque nunca se empieza de nuevo de cero. Que siempre hay mucho ganado, sabiendo que lo importante es cuidarnos y querernos.

Les he transmitido mucha calma y esperanza, y les he dicho que mucha fuerza, que cuando profundicemos y dejemos de estar tan desunidos, y por separado y juntos reflexionemos, estaremos por fin arreglados y nos abrirá las puertas de nuevo.

Y que entonces volveremos.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS