El olor de la mañana me produce naúseas, he comenzado a sentir esta molestia hace unas semanas atrás. Estoy embarazada. Todos los días hago el mismo camino por zona Norte. Bajo del ascensor, cruzo Córdoba, camino cinco cuadras y atravieso apurada Santa Fe: estoy justo enfrente de la boca del D que me deja a pocas cuadras de mi trabajo.

La ciudad es de color gris en esta época del año, a pocas semanas de que llegue el invierno. La bruma de la mañana es como una confortable manta ahora que espero con temor a mi primer hijo.

Cuando llego a la boca del subterráneo, el color gris es más penetrante. Hace unos meses observo la misma escena a esta hora de la mañana: una mesa llena de joyas y baratijas plateadas que se ubica justo antes de las escaleras mecánicas que me llevan hacia abajo. Los primeros rayos de luz solar le dan un brillo especial a los anillos de plata y acero. El dueño de la mesa cargada con cuidado le pertenece a un joven de color negro. ¿Cómo llegó a esta ciudad? ¿Le alcanza para vivir y pagar un alquiler modesto? ¿Hubiera elegido esta ciudad para vivir o no tuvo otra opción?

Un día escuché al pasar que otro vendedor le dijo Jeruac o algo parecido. Su rostro refleja muchas cosas, o eso es lo que creo descifrar cuando busco su rostro entre la gente de cada mañana. Observo que algunas veces sonríe y sus ojos brillan; otras, veo que no se desconecta de su teléfono inteligente; en algunas ocasiones escucho que se comunica en una lengua extraña a través de un auricular y un micrófono sencillo. ¿Cuánto hace que está vendiendo acá? ¿A qué se dedicaba antes?

Jeruac es muy educado, o me parece. Siempre saluda a todos aunque la ciudad que lo recibió es rápida, fría y mecánica. A esta hora la entrada de la boca del subte está abarrotada de gente que sube y baja: adultos, jóvenes, niños. Empiezo a bajar las escaleras, ¿habrá caminado mucho cada día para conseguir agua? ¿con quién se comunica en esa lengua extraña? ¿con su madre? ¿con un hermano? ¿con un amigo? Mientras espero en el andén me siento rara, un sabor metálico impregna mi boca. Llega el subte y cuando estoy por subir siento un mareo muy fuerte, busco donde sostenerme pero no veo ningún banco cercano a mí. Cuando despierto hay personas a mi alrededor, escucho que alguien dice «ya llega la ambulancia», «¿estás embarazada?». Necesito aire, el olor a gasoil y el ese fondo agrio que nunca acaba me dan ganas de vomitar. «Necesito aire» logro decir, alguien escucha y comienzan a hacerme viento con un block de hojas.

A los pocos minutos llega un paramédico y un enfermero, quien me toma la presión y me dice «7/5 es presión baja» «¿tenés algo dulce para comer?». Alguien me da un caramelo. Me doy cuenta que así no puedo ir a trabajar. «Me tomo un taxi y regreso a casa» les digo, «estoy embarazada de seis semanas» susurro. Me dice el paramédico que me haga un control, que puedo estar anémica. ¿Cómo habrá sido el embarazo de la madre de Jeruac? ¿La atendió un médico? ¿Cómo fue su infancia?

Pasó más de media hora. Me siento mejor. Necesito salir del subterráneo. Sola, por mis propios medios. Agradezco a una mujer que muy amablemente me acompaña, que todavía está a mi lado. Le digo que voy a subir y en Santa Fe me tomo un taxi. Pienso que puedo volver caminando por Agüero, no son más de cinco cuadras hasta el departamento. Ella me acompaña hasta el pie de la escalera. Le agradezco, me siento mejor.

Cuando termino de subir los quince escalones, ahí está Jeruac parado junto a la mesa. Le sonrío y él me dice en su escaso español «se ve pálida hoy», le respondo «vuelvo a casa no me siento bien hoy». ¿A quién le importa su historia? ¿Dónde vive un refugiado en esta ciudad?

Lo que no se ve en la vida de cada ser humano, lo que corre por la sangre, lo que habita en la mente y el corazón, aquello que no se dice pero se piensa. Exclusión. Apariencias. Zona Norte.

El otro: Indiferencia. Jeruac, yo, mi embarazo. Homo Sacer.

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