En los rincones de la oscuridad

En los rincones de la oscuridad

Florencia Frias

17/10/2020

En una habitación oscura, sobre el borde de una cama de madera pino, usó las pocas fuerzas que le quedaban y tomó las sábanas de lino caídas en el suelo de madera de roble y procuró cubrirse con ellas, no solo su cuerpo, sino su alma, deseos y sueños; los últimos meses habían sido una pesadilla sin final, un túnel interminable de presiones excesivas, críticas sin justificación y preocupaciones sin fundamento.

Y ahora, en el extremo menos iluminado de la habitación, yacía sin otra protección más que unas míseras sábanas de lino y la desesperada promesa de un mañana diferente. Sin siquiera sentir el viento primaveral que se colaba por la ventana, ese viento fresco, incluso a veces frío y húmedo, previo a una lluvia inminente, que nos invita a sentir esperanza que los días pasados pueden ser lavados completamente de nuestra memoria para nunca regresar, se descubrió el torso cubriendo solo su cintura hacia abajo.

Dió media vuelta en la cama y apoyando su cabeza bajo la almohada, imploró la perdida de conocimiento. Solo una chispa, un atisbo de adormecimiento era lo único que necesitaba para rendirse ante los sueños, esas caprichosas abstracciones que a menudo son incluso más reales que la realidad misma, solo eso necesitaba y, por ese día, todo habría terminado.

Y al fin llegó, luego de idas y venidas a ningún lugar, la bendición más grande del mundo, desaparecer del mismo para ser transportado a otro, un mundo de maravillas, incertidumbre de sorpresas que nunca acaban, ya sea siguiendo a un conejo blanco o pasar una noche boca arriba*…

Por fin se encontraba en casa.

Mas no todo en los sueños es encanto y maravilla. Existe otro rostro, como lo hay todo en esta vida, un rostro de miedo y oscuridad, donde todo lo que temes puede volverse realidad y atacar en formas y sentidos tan atroces, que te hacen desear nunca pertenecer a ningún sitio.

Sin embargo, con voluntad y decisión pueden ser dominados, para que estos vayan en la dirección que uno anhela o necesita…

Y así lo hizo

                                                                     ***                                                                            

Y llegó…

Llegó a un paraíso infinito rodeado de flores silvestres sin línea en el horizonte, lleno de hermosos y coloridos lirios haciendo reverencias, orquídeas y brezos blancos saludando alegres tomados de la mano, tímidos claveles saludaban sonrojados a unas traviesas campanillas. Todas, unidas en la conjunción eterna de las estaciones de los sueños, formaban un prado hecho de la vida misma.

De súbito, una gran ventisca atravesó su cuerpo, quitando todo el veneno en su interior, todo el tormento de ese último año infernal, desapareciendo todo vestigio de humillación, pena y sufrimiento.

Paz y tranquilidad se apoderaron del lugar, una felicidad inmensa en todo su ser; en ese aquí y ahora todo estaba donde debía estar. La presión, las críticas y toda preocupación vivida iban quedando atrás, desplazándose poco a poco al olvido. Podía ver, oler, oír, sentir como la suave brisa se las llevaba lentamente…

La ventisca, cual veneno extraído de una herida sangrante, desechó los restos de oscuridad en un rincón del paisaje, bajo un enorme roble y fue abandonada como algo secreto, prohibido, vergonzoso a la vista.

Y aunque sabía que no debía, que era lo último que debería estar haciendo, su vista se desvió hacia el gran árbol. Quería dejar de mirar pero la oscuridad era hipnótica, irresistible. Se quedó mirando fijamente mientras la oscuridad comenzaba a tomar forma.

Sin poder quitar la vista de aquella escena, sintió como se formaban unas patas delanteras, oyó el terrible sonido de un cuerpo articulandose, olfateó el fétido hedor que desprendían sus fauces y cuando el miedo ya no le permitía movimiento alguno, vió sus ojos, unos ojos salvajes llenos de resentimiento, ira y dolor; ojos que escondían lúgubres e interminables pasillos de espantosos pensamientos, unos ojos de un terror infinito sin salida posible.

Sin previo aviso, todo su ser se esforzó por escapar, por abandonar ese sitio maldito y lloró. Quiso volver al mundo, su mundo y cuando no pudo soportarlo más, cerró sus ojos y comenzó a correr con todas sus fuerzas implorando volver, sin éxito alguno.

Poco a poco, la bestia comenzó a acercarse, acechando íntima, sigilosamente como acechando a una presa especialmente elegida tiempo atrás.

Tan cerca, tan cerca ya, que casi podía sentir la oscuridad envolviendo su cuerpo…

Un revuelo de sábanas sumado a unos desgarradores gritos después y estaba de vuelta, todo estaba bien, sin nada que temer mas que a los horrores de una vida sin sentido de un mundo indiferente.

Respirando hondo para serenarse, secó su frente empapada de sudor y se inclinó sobre la cama para alcanzar las sábanas de lino, que nuevamente yacían en el suelo de madera de roble de la ahora fría habitación.

Con un movimiento lánguido colocó la sábana sobre su cuerpo para darse vuelta e intentar volver a conciliar el sueño, pero por el rabillo del ojo justo en el lado opuesto de la habitación, distinguió una atroz criatura de filosos dientes, más oscura que la oscuridad a su alrededor, de unos aterradores ojos rojos que miraban con una aversión rayana en la locura.

Una ráfaga de sombras infectas atravesó la habitación y entre los alaridos de un terror sin nombre, la bestia abatió sobre su víctima con una desgarradora precisión regalando a su presa solo unos segundos de más…

                                                                           ***

Con una última mirada a la habitación, en ese precioso y aterrador instante previo a lo desconocido, pudo comprender que todos los horrores y miedos padecidos esos últimos meses sino años de su vida se convirtieron en una criatura vil, corrompida por el dolor, la cobardía y el abuso.
Y en su propia desesperación por deshacerse de ella, mas sin fuerzas para enfrentarla, la trajo consigo desde el mundo de los sueños.

Permitió que venza. Consecuencia de su misma debilidad cumplió su propio cometido: terminar con su sufrimiento, para no sentir, ni llorar, reír, amar o sufrir.

En el final, antes de la luz, siempre está ese instante de infinita oscuridad que logra que el más valiente sienta terror, el más osado cobardía e incluso el más abnegado el más cruel egoísmo.

Pero esta vez, solo esta vez, lo único que ella sintió fue alivio.



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