En la ciudad de los cerros.

En la ciudad de los cerros.

Llegó el otoño, los parques están cubiertos por un especie de mantón amarillento y en la copa de los árboles ya apenas hay hojas y las pocas que hay están ya casi sin vida. Llevaba ya unos días escuchando la misma banda sonora, el sonido casi imperceptible de los relámpagos, la explosión de los truenos y el murmullo de las gotas de agua cayendo en las diversas superficies. Sin embargo, ese día amaneció con un sol radiante y decidí salir de casa, sin rumbo.

Estuve callejeando por toda la ciudad, la gente entraba y salía de las tiendas como si se trataran de simples autómatas sin conciencia. Por mi camino observé a los pajaritos que bebían agua tranquilamente en las fuentes, a un emigrante tomando el sol, seguramente añorando su país, y a un grupo de guiris embelesados escuchando lo que les contaban su guía.

De repente, comenzaron a sonar las campanas del reloj, ya era hora de emprender el camino de vuelta a casa. Iba contenta, la mañana había sido agradable y se había pasado el tiempo volando.

Ya estaba cerca de mi casa, me encontré con un semáforo en rojo, en él varias personas esperando, entre ellas una chica de entre 38 a 40 años que llevaba de la mano a dos niñas de entre 10 y 13 años. La niña mayor le relataba a la madre: – Mamá a una compañera de clase le gusta un niño del otro curso. La piel se me erizó y un escalofrío recorrió todo mi cuerpo al escuchar lo que la madre le respondía. – Hija mía, las niñas no deben decir a un niño que le gusta. Las niñas tienen que esperar a que los niños se lo digan.

No me podía creer lo que estaba escuchando de una mujer tan joven como esa. Sentí como la sangre me hervía. A las mujeres de generaciones anteriores, e incluso a las de mi generación, nos han marcado en el alma con hierro y fuego, como si fuéramos meras reses, que las mujeres dignas y respetadas son las que mantienen la boca sellada. Una mujer nunca puede decir ni demostrar sus sentimientos a un hombre, si lo hacía ya no sería digna, ni respetada. Así que… calladita estás más bonita. ¿Cuántas veces habremos escuchado esa frase?

Me niego a que las nuevas generaciones de mujeres sigan escuchando esa frase y que sigan siendo marcadas con hierro y fuego. Quiero mujeres que griten, que nadie les tape la boca. Quiero que mis sobrinas sean mujeres libres. Que expresen sus sentimientos cuando quieran, como quieran y a quiénes quieran.

NUNCA MÁS… CALLADITA ESTÁS MÁS BONITA

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