En mi sueño más profundo
sumergí las ambiciones idas.
Aquellas que con el tiempo maduré
a veces sola, a veces escondida,
para que nadie llore en esta despedida.
Tuve el amor de mis padres, es cierto,
de mis hermanos, de mis crías.
Y el amor de un hombre bueno
cual príncipe azul, se parecía
que sin capa ni espada, me quería.
No supe de riquezas banales
ni tampoco la pobreza me llegaría.
Supe si, de amores tiernos,
de esos que abrazas en un suspiro,
que nacen y mueren con el día.
La vida corrió por mis venas
cada mañana de suaves besos
cada noche de respuestas evasivas.
Que en la oscuridad maquillé mis penas
y con la luz, encendí mis alegrías.
Sola y en esta habitación vacía,
añoro lo que tuve y lo que di,
sin prejuicios ni osadías.
Que la muerte asecha mis tormentos
a tono con mis silencios de otros días.
Doy lo que fuera por un abrazo
por esas manos tuyas, tan tibias.
Por un beso que libere a mi garganta
de las lágrimas que acuño en el ahora
en la desidia de mi soledad mezquina.
No puedo verlos, ni sentirlos
y tan solo los recuerdos de sus rostros
alimentan mis últimos días.
Siento que la vida se esfuma
y que la muerte me alcanza, me hechiza.
Sepan que los amo, que los quise
como nadie más podría.
Que a mi edad el amor, es una flor
que no ha muerto, ni se marchita.
Que será eterno, aun en la ausencia mía.
Pd:
Dedicada a las abuelas que el Covid-19 se cobró en la más cruel soledad.
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