Siempre fue torpe para comer. Todavía recuerda como mojó a su primo Rafa en su fiesta de cumpleaños con un vaso de refresco, o cuando tuvo que servirse otro plato de espaguetis después de que el primero resbalara de sus manos y cayera al suelo. Nunca comió bien, pero esta vez se estaba excediendo.
—Tal vez quieras comer de forma más elegante, cariño —le susurró su novia, nerviosa.
Saúl miró alrededor del plato de enchiladas; varias gotas del chile habían caído al mantel ensuciándolo y algunos pedazos de lechuga y manchas de crema yacían en la mesa llenándola de grasa y haciendo compañía a las gotas del chile.
Después, miró a Cristopher, el padre de Sofía, y a Sandra, su madre. Estaban sentados del otro lado de la mesa mirándolo fijamente. Saúl batía su pierna de arriba abajo, nervioso, mientras que con su mano derecha deshacía una servilleta y guardaba los trocitos de papel entre su muslo y el asiento de la silla. Había un silencio incómodo.
—¿Y —preguntó Cristopher—, que te parece la comida?
—Oh —dijo Saúl, con la boca medio llena— deliciosa, señor. ¿Usted cocinó?
Ante la pregunta, el viejo levantó la ceja y soltó una risa.
—Ah, ¡perdone, señora Sandra! —repuso Saúl—. Entonces fue usted.
—Tampoco fui yo —dijo Sandra.
Saúl rio nervioso sin comprender. Se quedó quieto unos segundos y luego reaccionó, volteó a ver a su novia con los ojos bien abiertos, y la vio reír y asentir con la cabeza.
—¡Sofía! —dijo finalmente—. No podía ser de otra forma, están deliciosas.
Luego tomó otro pedazo de enchilada y se lo metió a la boca. A pesar de lo que dijo, no había pensado en saborear las enchiladas, tan solo en comer bien, pero ante la realidad de no poderlo hacer, decidió probar. El chile era un poco picoso, lo suficiente como para hacerle escurrir el moco por la nariz, pero la lechuga y la crema, siendo frescas, le ayudaban a no tomar tanta agua. El pollo estaba bien, o sea, sabía a pollo. Pero lo mejor sin duda eran las tortillas. Estaban un poco doradas, como si estuvieran bañadas en aceite. Cada vez que las masticaba crujían, y daban un sabor diferente a la salsa, como a…tortilla mojada.
Aún seguía masticando cuando el chile le dio picazón en la nariz, entonces quiso tomar agua, pero no sirvió; estornudó fuerte, y otra vez y otra vez. De reojo pudo ver a los padres de Sofía cubrir su plato con una servilleta. Cuando terminó de estornudar, abrió los ojos: pedazos de tortilla, pollo y agua habían quedado regados en la mesa, cerca del plato de Cristopher, y sobre el cabello de Sofía. Cristopher empezó a gritar. Saúl no se esperó a nada. Ni a disculparse ni a limpiar. Solo salió corriendo de ahí.
Han pasado dos años, y aún no ha vuelto a ver a Sofía, ni se ha atrevido a caminar cerca de su casa o calle, ni tampoco a comer enchiladas…por muy ricas que estén.
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