Cierro la puerta con suavidad. Hoy tocaba turno de noche. Tengo ganas de ducharme y quitarme el olor a frito. Desde aquí veo a Roy. Se ha dormido delante del televisor. Tiene la cabeza ladeada y en su mano una lata de cerveza, arrugada con fuerza, a punto de caer. Nos conocimos hace unas semanas en el bar de Molly. Sally y Jane dicen que es muy guapo, que vaya con cuidado de que no me lo quiten. A mi hermana Josie no le cae bien. A Jeff tampoco le cae bien. Me lo dijo la otra noche cuando le fui a arropar. En voz baja, temblorosa —Mamá, no me gusta Roy. A veces…
—¿A veces qué? Pero no acabó la frase y yo no insistí. Tiene seis años, ¿Qué va a saber él? Es un niño algo mimado y ¡Maldita sea! Yo también tengo derecho a divertirme, a que me saquen a bailar. Siempre estoy trabajando, hacía tiempo que no me sentía atractiva, joven. Es verdad que Roy tiene un pronto, tengo un corte en el labio que está tardando en curar, pero me pidió perdón, que estaba cansado, que no volvería a pasar y puede que, ¿Quién sabe? Igual que me lo merecía.
Hoy le he dejado preparada su cena favorita a Jeff, sopa de letras y albóndigas. Empujo la puerta de su habitación, la cama está vacía con las sábanas revueltas. Me apresuro hacia la cocina, quizá ha ido a buscar un vaso de agua. En la mesa, las albóndigas sin tocar. En la sopa, tres letras: S.O.S.
OPINIONES Y COMENTARIOS